Nada es «gratis» en política, se afirma, y los días iniciales de enero dan cuerpo en Cuba a la sentencia. Al menos, si dejamos de ver los acontecimientos en superficie y nos arriesgamos a interpretaciones más profundas.
Raúl —así le llamamos familiarmente— dedicó parte sustancial de su actividad pública de finales de 2017 e inicios de 2018 a reubicar en panteones sagrados a los héroes, sobre todo a los de la gesta que lideró la Generación del Centenario del natalicio del Apóstol.
Junto a Céspedes y Mariana, que acompañan ahora al Héroe Nacional y a Fidel en el Santa Ifigenia santiaguero, combatientes del Tercero y Segundo Frentes de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra acaban de unirse también para el inicio de la contienda simbólica que les espera en lo adelante.
Para mayor coincidencia, este 28 de enero, del año 60 de la Revolución, será la última oportunidad en que Raúl, como figura descollante junto a Fidel en la última etapa de luchas, honre al Maestro de todos nuestros sueños —a 165 años de su nacimiento— en su condición de Presidente, para abrir el camino a las generaciones de todos los centenarios sucesivos del Apóstol.
Pesan mucho en el destino de Cuba todas esas coincidencias, como para no desperezarnos de la resaca del fin de año, y comenzar a medir la dimensión de estos y otros acontecimientos, de un año que se presiente tan singular en la historia nacional.
Repito ahora, con mayor propiedad que cuando lo hice en 2011, que la Revolución Cubana está por cerrar un ciclo trascendental de su historia y abrir paréntesis hacia otro más largo, complejo y decisivo.
La frontera entre uno y otro espacio fue marcada, opino, por la clausura del 6to. Congreso del Partido Comunista, el 19 de abril de aquel año. La presencia de Fidel en la sesión de clausura de ese cónclave alcanza un simbolismo y connotación políticos que apuntan sutilmente hacia el horizonte de la sociedad cubana.
El 19 de abril de 2011 debe marcarse como el día en que culminó el delicado interregno abierto tras la Proclama del líder revolucionario al pueblo de Cuba, ante la repentina enfermedad que, según explicó en posteriores reflexiones, le situó al borde del peor desenlace.
A lo anterior siguió la decisión de los delegados al 6to. Congreso de elegir al frente del Partido a Raúl, y los pronunciamientos de este acerca de iniciar la preparación del relevo de la dirigencia política y estatal del país, que en el caso de esta última ocurrirá el 19 de abril de este año —tampoco la fecha fue escogida al azar—, como lo ratificó el Presidente cubano en la última sesión del Parlamento, momento en que se espera inicie la transferencia en profundidad del poder revolucionario de manos del liderazgo histórico a sus continuadores.
Este hecho ofrece la mayor trascendencia al proceso de elecciones generales en marcha, centrado actualmente en que los miembros de las asambleas municipales recién constituidas analicen y aprueben las candidaturas de delegados a las asambleas provinciales del Poder Popular y de diputados a la Asamblea Nacional, que se someterán a votación el 11 de marzo, y de entre cuya cantera emergerán —en correspondencia con el carácter parlamentario de nuestro sistema— los nombres de quienes elegirá la Asamblea Nacional para encabezar el Estado.
Es de inferir entonces que lo que está en juego es la madurez de la Revolución Cubana para sobrevivir a su liderazgo histórico y que el orden constitucional que fundó, y que ahora rectifica y fortalece —incluso con el anuncio de una reforma constitucional y transformaciones a la Ley electoral—, garantiza la irreversibilidad del socialismo como ideal resumen de los sueños de generaciones de revolucionarios.
No es ocioso recordar que los enemigos ideológicos del proceso cubano ubicaron durante muchos años sus principales esperanzas en la ocurrencia de ese relevo generacional, del que esperan un rompimiento con la tradicional posición de principios de la dirección histórica.
Esa fractura comenzaron a estimularla, incluso, al dibujar divergencias de sentido y contenido entre la conducción del país por Fidel y Raúl. Ante esas campañas el ahora líder del Partido y del Estado sentó, en numerosas oportunidades, que la actualización en marcha en el país busca cambiar cuanto entorpece los propósitos de eficiencia, justicia y bienestar a los que debe aspirar el verdadero socialismo, y nunca a desmantelarlo.
Ante circunstancia tan delicada, y en medio de una profunda transformación estructural en marcha, de la que se pide mayor agilidad y resultados, los revolucionarios cubanos deben prevenirse de los enconamientos costosos del pasado, tanto como de las experiencias de otras renovaciones socialistas, en las que no faltaron quienes dejaron endulzar sus oídos por las alabanzas occidentales, e incurrieron en vergonzosas mezquindades, deslealtades y atrofias políticas, económicas y sociales que condujeron a finales catastróficos.
En las honras simbólicas de estos días de enero, como en la figura y el ideal martiano, humanista y marxista de Fidel, está el mensaje de que en Cuba no debe haber ruptura o desmantelamiento, sino continuidad, a partir de la solidificación de las virtudes patrias y de la rectificación de los errores cometidos en el camino por buscar la justicia.
Eso es a lo que espera el clamor de rearmar la patria martiana aspirada en la Constitución: con todos y para el bien de todos.