Suena a displicencia y gozadera, a irrespeto y rumbatá en la recepción de cualquier entidad, sus pasillos y hasta en los despachos. Es el VIH de la vía pública, para el cual hemos extraviado los antídotos. Y se cuela pegajoso dondequiera, por las fisuras de cualquier honorable institución. La sonora palabra, desparpajo, la descifra al instante el cubano sobrio. Y la sufre.
Es vivir a toda hora en conga y desafuero, y no diferenciar el instante de la expansión y el goce, de la sobriedad reflexiva, la introspección calmosa y los tonos bajos. Es la vertiente posmoderna del choteo cubano que tan agudamente retratara el sagaz Jorge Mañach.
Irrumpe en el más sacrosanto sitio, como una caricatura mediocre de la alegría. Se agencia de gritos y carcajadas estentóreas. Y no considera la paz de los vivos ni de los muertos. Como si dijeran: a gozar, a gozar, que el mundo se va a acabar.
Suele aparecer ruidoso, reguetónico, en cadencias repetitivas y procaces de palabrotas al desgaire que hieren los oídos; o en exageraciones de gestos duros y chiflidos. Su código es el escándalo sin fronteras, la hegemónica sumisión de los comedidos, la intolerancia con la delicadeza. La estridencia por sobre la mesura. La guerra contra la paz. El hacerse sentir… solo por hacerse sentir.
Utiliza el lenguaje de alcoba sin miramientos: no hay señor o señora que valgan. Ni el compañero, que no siempre fue compañero. Apenas un papi y mami sin distingos de edades. O papa. Y mama. Que a veces derivan en tía o puro. En el restregueo de la confianza, expira lentamente el usted, y terminamos subsumidos por el emparejamiento en lo más procaz.
El problema es más serio de lo que parece, y no pretendo agotarlo ni mucho menos con esta mirada parcial. En el afán igualitario —que no es la igualdad—, hemos olvidado las jerarquías y las necesarias distancias, esas que nada tienen que ver con la humillación ni la segregación.
Jerarquía entre jefe y subordinado, que no es sumisión. Jerarquía en la familia, sin llegar a las imposiciones y al silenciamiento. Jerarquía en los líderes, por vía del ejemplo y la decencia. Respeto para que te respeten. Distancias entre maestro y alumno. Que no es autoritarismo, sino autoridad moral y liderazgo. Distinción que requiere toda sociedad para mantener sus equilibrios y congeniar los intereses.
¿Qué ha fallado en un país tan noble? Debíamos hacernos esa pregunta sin sonrojos, porque nos sobran virtud y talento. ¿Cuánto puede estar incidiendo aún la brusca inversión de la pirámide social desde aquellos súbitos años 90? ¿Qué fracasó en esos seres que arrasan los espacios públicos con sus instintos primitivos? ¿Qué falló en la familia, en la escuela y la calle, en la sociedad? ¿Por qué con tanto derecho a la enseñanza, somos muy instruidos, pero a veces no tan educados como los indígenas analfabetos de cualquier país latinoamericano?
Es hora ya, con la Cuba que se transforma desde su propia Cuba para intentar un socialismo más pleno y justo, de ir poniendo las cosas en su lugar, sin delirios igualitarios ni rumbantelas engañosas. Es hora de la consideración. El rigor no es dogmatismo, sino orden con amor. Y las jerarquías, no pueden ser privilegios ni cómodas vías de ascenso; sino escaños por el mejoramiento humano y la virtud. Todos somos iguales en oportunidad, pero cada quien debe abrirse paso ganándose las deferencias y revirtiéndolas en el prójimo. Sin desparpajo.