Lo escuché «una noche de catacumbas», leyendo, a la luz de una tenue lámpara, la conferencia inicial de un ciclo de pensadores sobre «el rumor del alma cubana». Fina estaba a su lado, como siempre, tan fina, callada e inmensa, que cabía toda en su sombra de soñador diminuto.
Fe, patria y poesía: así titularon aquellas palabras a dúo que iniciaron un viaje a las esencias de la ínsula infinita. Tal vez sean esos tres fulgores la médula misma, el hilo vital que lo sostuvo, durante 88 años, descubriéndonos el sol de los misioneros.
Habló de Cuba. Habló a Cuba. Y tensó, con la mano suave y redentora del sentimiento, las cuerdas místicas que enlazan, desde ayer hasta mañana, a la nación con su Apóstol. Aquella noche pintó al Martí niño, al que juró «lavar con su vida el crimen»; al poeta, que de vuelta en su tierra para «morir como los que saben morir», recuperó la infancia, los destellos de la edad transida de dolor patrio.
Y uno sabía que cuando hablaba Cintio, como empujado por iluminaciones mayores, se descubría la pasión martiana. Nadie existe en nuestras letras que haya viajado como él a Lo cubano en la poesía. Desde el «nombre heráldico de José María de Heredia» hasta la «cresta de gallo, sota y brisas encintadas del Cucalambé». Desde la «playa sonante y sola, de Juan Clemente Zenea» hasta «el nombre, en fin, que se diría apócrifo y legendario de Julián del Casal». Desde todas las raíces y alas de nuestra geografía sentimental hasta el «rayo solar que se descerraja entero, en el realísimo, encarnado y categórico nombre de José Martí».
Cintio repartido en cuadernos que enseñan a crecer, Cintio presidiendo, como diría otro poeta grande, nuestra República de las Letras. Cintio de los Orígenes, del imán de Lezama, de las gitanas de Lorca, y el tiempo de Eliseo; del infante Juan Ramón y la maestra Gabriela.
Como anunciándose en un gesto de anciano silencioso, de hojas de libro entrañable; de resistencia y dignidad ante arbitrios de la penumbra. Pequeño y sabio enternecedor de los destinos; capaz de ver los filamentos invisibles entre un poema y la lucha de guerrillas, entre la música y el crisol de país; fundidor de filosofías y pentagramas; padre de mundos, por suyos, nuestros. Poeta…
«Incluso sus bravuras estuvieron siempre untadas del rocío vespertino de quien no guarda rencor ni para las alimañas»: acierto lezamiano.
Cómo vagar sin él, si no llevándolo a abrir los surcos de la memoria. Me parece que lo escucho comenzando la noche. Como dijo de Haydée Santamaría, en sus leves prosas, Cintio ha muerto lo que faltaba por morir. Ahora solo es vida, puro temblor de vida, condenado a la futuridad.