La ministra italiana de Turismo, Michela Vittoria Brambilla, está «seriamente preocupada» por el turismo sexual. ¡Bravo! —pensé—, al fin alguien critica, desde el propio gobierno del primer ministro Silvio Berlusconi, las francachelas de cocaína, champán y poca ropa en las que participan muchachitas menores de edad y jovenzuelas inmigrantes del este de Europa en las residencias del gobernante italiano.
Pero no. Sigo leyendo y me entero de que la Brambilla se «acongoja» porque el fenómeno afecta «a unos tres millones de niños en el mundo, entre ellos de países de América Latina, como Cuba, Brasil y República Dominicana»...
Para un cubano inteligente, ponerse a gritarle a una piedra bruta en qué asuntos más edificantes emplean su tiempo los niños y adolescentes de nuestra Isla, de lo que hablan con elogio instituciones como la UNESCO; o detallarle qué severas sanciones se aplican al que se atreve a proveerse «diversiones» mediante el ultraje a nuestros menores, sería desgastarse en vano, como el cordero que daba explicaciones de su inocencia al lobo, ¡quien de todos modos se lo zamparía!
Mejor fijémonos en que la Brambilla no mencionó a Italia. Quiso ver la pajilla en otros ojos, sin percatarse de que los suyos estaban enyerbados, lo suficiente como para no poder leer con claridad los informes de la ONG Save the Children. Uno de ellos, de 2008, informa de cómo centenares de niños y adolescentes de ambos sexos, provenientes por lo general de Nigeria y Rumanía, pero también de muchos otros sitios (Albania en particular) sufren en territorio italiano variadas formas de explotación, desde abusos sexuales hasta trabajos forzados y el despojo de sus órganos vitales.
Los datos de Save the Children refieren que, entre 2000 y 2007, unos 54 559 menores de edad recibieron atención como víctimas de la trata ilegal. ¿Y qué hay de aquellos que no lograron escapar para llegar a una comisaría y denunciar su infierno? ¿Alguien sabe los números de los que quedan en el camino, o de quienes ni siquiera lo intentan?
Según el diario británico The Guardian, en el norte del país, en el área comprendida entre Padua y la hermosa Venecia, se calcula que existe un 20 por ciento de prostitutas menores de edad, en comparación con un cinco por ciento en el resto de las ciudades italianas. Un escándalo, ciertamente, el primer dato, pero ¿es acaso más tranquilizador el segundo? ¿No tiene ya ojos la Brambilla, que se le escapa el cinco por ciento de niñas o jovencitas que seguramente, mientras ella lanzaba su ataque contra Cuba, merodeaban no lejos del centro de Roma, a la caza de su próximo victimario, o esperaban su martirio en un oscuro burdel, lejos de la curiosidad policial?
Vamos, ¡quitaos la pajilla, ministrilla...!