No sabría explicar las razones por las que el jazz hecho por cubanos ha generado, en materia de repertorio, escasos clásicos. Si uno repasa la historia de esta manifestación sonora entre nosotros, se dará cuenta de que resultan contadas las piezas que son tocadas en distintas versiones por disímiles intérpretes. Pienso, por ejemplo, en Mambo influenciado y Claudia, de Chucho Valdés, en Momo, de Ernán López-Nussa, y en uno que otro corte más. Quizá ello nos esté dando señales de que entre nuestros jazzistas, como tendencia, hemos tenido a grandes ejecutantes pero no a compositores de idéntica valía.
Llama la atención que en años recientes han surgido algunas figuras que, además de ser buenos improvisadores, también se revelan como sobresalientes compositores. Dos nombres a mi entender se destacan en dicho rublo: el trompetista Yasek Manzano y el pianista holguinero Alejandro Vargas. Hace unos meses, él puso en circulación su debut fonográfico, el álbum titulado Trapiche y que ha sido grabado junto a su cuarteto, grupo al que ha denominado Oriental Quartet.
Proveniente de las filas de los ganadores del Jo-jazz, certamen que se ha convertido en una de las principales canteras de nuevos talentos, no solo para el ámbito del jazz sino también para la nómina de numerosas agrupaciones de música bailable, Vargas es uno de los beneficiados con el compromiso por parte del Instituto Cubano de la Música en cuanto a que los triunfadores del citado evento podrían acometer la realización de un fonograma. Esa tarea la ha asumido en el presente la discográfica Colibrí y creo que está armando con estos jóvenes instrumentistas, uno de los catálogos de mayor interés en nuestro panorama discográfico.
Trapiche es un disco que sorprende por la conjunción que en el mismo se produce entre las maneras más contemporáneas de abordar el discurso jazzístico (muchos elementos que forman parte de las técnicas composicionales de la actual música clásica se hacen presentes) y el sentido de lo cubano que la grabación transpira. Pero ojo, la cubanía que se detecta a lo largo de los 11 cortes que integran el CD, no tiene nada que ver con los numerosos clichés que tornan en extremo predecibles trabajos enmarcados en los parámetros del jazz afrocubano y en los que determinados tumbaos y frases melódicas se repiten por doquier.
La ópera prima de este pianista y compositor tiene la virtud de que en ella nos damos cuenta en cada una de las piezas aquí registradas, de que estamos en presencia de una voz con personalidad propia. En el formato empleado, acompañan a Alejandro el contrabajista José Manuel Díaz, Raciel Jiménez en la batería y Ernesto Camilo Vega como ejecutante del clarinete, el clarinete bajo (de tan poca presencia en materiales como este) y el saxofón soprano. Hay también espacio para varios invitados, entre los que tiene un rol fundamental la vocalista Diana Fuentes, que en las cuatro piezas por ella interpretadas nos demuestra todas sus potencialidades (no explotadas al máximo en una zona de su repertorio personal) como cantante capaz de enfrentarse a una armonía y una melodía harto complejas, sin que ni en una sola nota se atisbe algo de desafinación.
En el camino al que me refería en cuanto a indagar en maneras no trilladas de resaltar lo cubano en el lenguaje jazzístico, sobresale la búsqueda que Alejandro y su cuarteto hacen en torno al órgano oriental, al que se le rinde tributo a través de la concepción prevaleciente en el álbum, donde se comprueba, de cierta manera, esa máxima del minimalismo que afirma que menos es más. Digo esto porque en los temas de Vargas no hay ese abrumarnos con improvisaciones escalofriantes en su velocidad o cantidad de notas, sino que se respira un aire tranquilo, diría que muy conceptual y en el que uno se deleita en la profundidad de los pasajes.
Cortes como Compay, Trapiche, Mima-jaba (precioso bolero con lucimiento del invitado Ariel Bringues en el saxo tenor), Changüí y Guantanamera dejan claro que este fonograma, con producción del propio Alejandro Vargas y de Gloria Ochoa, es un disco facturado por un cuarteto de músicos maduros, que saben muy bien lo que se traen entre manos.