Ahmel Echevarría, autor de Insomnio-the fight club-. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 06:50 pm
«Bien mirado no soy trigueño, tampoco rollizo; simplemente digámoslo así: flaco, negro, el pelo a lo afro y gafas de aumento», son las palabras con las que intenta describirse el escritor habanero Ahmel Echevarría en su nuevo libro Insomnio-the fight club-, que presentó recientemente, bajo el sello de Letras Cubanas, en la sala Alejo Carpentier de La Cabaña.
Este autor, quien juega todo el tiempo con los espejos que parecen reflejar la verdad —cuando ciertamente no lo hacen—, de entrada nos advierte que no tomemos por definitiva ninguna de sus palabras. Por ello propone como exergo para su texto un fragmento del Diario de muerte de Enrique Lihn:
«Nada tiene que ver el dolor con el dolor/ nada tiene que ver la desesperación con la desesperación/ Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas/ No hay nombres en la zona muda».
Con esa carta de principios el lector debe iniciar Insomnio…, obra que toma como núcleo temático la misma «literatura en tanto placer y delirio, aunque no sean cuentos que se centren solo en el gesto de escribir sino, que además, toman a la literatura como pretexto para acercarse a diversos momentos de vidas bastante arduas, en las cuales impera la traición, la censura y el suicidio».
Así nos explicó su libro Echevarría, o más bien prosiguió fiel a sus principios de no develarnos el camino, para que cada lector pueda encontrar el suyo propio. Pero como los seguidores de JR querrán saber más sobre este escurridizo narrador, continuamos con más preguntas.
—¿Qué te inspira para escribir?
—Me interesa el individuo, todas aquellas pequeñas historias que subyacen en lo más íntimo, tanto en las obsesiones, como en los placeres y los deseos relacionados con la vida y con el sexo. Para mí esas pequeñas historias constituyen la manera expedita de asomarse a un contexto más abarcador, en este caso la historia de Cuba, sus grandes momentos, y los espacios de vida que han transcurrido en cada una de sus gestas emancipadoras.
—¿Por qué la literatura como medio para contar esas historias?
—Creo que es el vehículo de expresión que tengo a mano, como mismo un cineasta o un pintor tiene sus propios modos de comunicarse. Digamos que, por suerte o por desgracia, escribir me causa placer, incluso el placer de la zozobra.
«El punto de partida estuvo en el momento en que empecé a leer con placer en mi infancia. En el instante en que decidí coger un libro por mí mismo, textos que nutrían mi imaginación. Después vino el momento del sueño, de pensar otras historias, y la imposibilidad de escribirlas. Hasta que un día, 14 de febrero, estando en el Servicio Social, después de haberme graduado de Ingeniería Mecánica, decidí escribirle un texto a modo de regalo a una persona muy cercana en aquel momento. A partir de esa primera experiencia, la afición, poco a poco, se volvió una necesidad.
«Entonces comencé a prepararme en el oficio de la escritura. Participé en varios talleres literarios, espacios de reunión con los amigos, y los laboratorios de escritura creativa. Desde ese instante todo se fue complejizando para bien. Creo que en la medida en que uno se imponga pensar en lo difícil del contexto en que vive, en ese sentido se podrá aspirar a construir textos que contengan preguntas verdaderamente interesantes, de las cuales no sabemos de antemano la respuesta».
—Si bien has desarrollado varios géneros literarios, ¿con cuál te identificas más?
—Prefiero moverme en los géneros narrativos, porque la poesía y yo solo coexistimos en el espacio de la lectura. Sinceramente no puedo escribir poesía, o al menos lo que se entiende por ese nombre. El cuento y la novela —o lo que yo llamo novela a falta de un nombre mejor— me permiten expandirme en tanto creador, sobre todo en esta última, en la que con un poco más de calma puedo traer a un mismo escenario varios personajes y conflictos.
—Has obtenido numerosos premios, como el David (2004) por Inventario, el Soler Puig de Novela (2012) con Búfalos camino al matadero, el Italo Calvino con La noria, entre otros. ¿Son los reconocimientos alicientes para seguir escribiendo o has notado que te has acomodado a ellos?
—De la manera en que el delirio y la paz pueden coexistir. Para mí los premios no son sinónimos de literatura. Digamos que el premio es un momento del devenir de un escritor. Los premios son necesarios en dependencia de las estrategias de cada autor, como una manera de que su libro llegue más o menos rápido a un público; también como una forma de obtener un capital simbólico y monetario que le permitirá acometer, quizá, un próximo proyecto que puede demorar en dar frutos un año, dos o tal vez 15.
«Ganar el Premio Alejo Carpentier de Novela, por ejemplo, solo constituyó para mí un momento de alegría que compartí con mis amigos, nada más. Lo importante es aspirar a una literatura que pueda rebasar el tiempo, que una vez haya sucedido mi muerte esos libros permanezcan, pero, por supuesto, eso es un deseo, un sueño: quizá delito, quizá deleite».
—¿Qué significa para un escritor publicar en Letras Cubanas?
—Para mí es una gran oportunidad. Todos conocen que Letras Cubanas es una de las grandes casas editoriales del país, lo que no quita que otras estén haciendo un esfuerzo tan grande, y tan bueno, como por ejemplo La luz, Reina del mar, Sed de belleza.
«Con Letras salió a la luz la primera parte de mi trabajo, el libro Esquirlas (2006), una novela breve con la cual gané el premio Pinos Nuevos, y el segundo momento es ahora con Insomnio -the fight club-. Dentro de poco le debe tocar a la novela con la cual gané el Alejo Carpentier (2017), que se titula Caballo con arzones».
Y aunque este autor, que no se acoge a los géneros ni a los moldes, prefirió no hacer público su próximo proyecto, pues «está en fase larval, tengo escrito solo el primer capítulo», sí dejó claro que continuará indagando en los «meandros» de su gran tema: el amor.