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La danza es la música que se ve

Para el fundador y director del Ballet Folklórico de Camagüey haber sostenido durante 20 años una compañía de este tipo, que se ha agenciado un notable reconocimiento nacional e internacional, es una de sus mayores satisfacciones

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Todo estaba escrito para que Reinaldo Echemendía Estrada, fundador y director del Ballet Folklórico de Camagüey (BFC) —compañía que como parte de su gira nacional se presentará en Sancti Spíritus y Ciego de Ávila, del 10 al 21 de junio—, se convirtiera en un creador de enorme valía. Tal vez porque su vínculo con el arte se inició desde la cuna. Y es que su padre, aunque para asegurar a la familia se dedicaba a la carpintería y se desempeñaba como radiotécnico, era, sobre todo, un notable músico de la Banda Municipal de Camagüey, y ya sabemos que a quien buen árbol se arrima...

Así, para el niño Reinaldo Echemendía, se fue haciendo habitual oír sonar el clarinete tocado por su padre, mientras estudiaba con ahínco el instrumento o las más sugerentes piezas. Y como si fuera poco, nació en un entorno muy favorable, donde todo lo que acontecía en música o en arte estaba muy cerca de él.

«Por mi casa vivía una cantidad impresionante de músicos profesionales, empezando por uno de los más grandes que ha dado el siglo XX en esta tierra: Jorge Luis Betancourt, que fue director de la Orquesta Sinfónica de Camagüey (OSC), y mi director y maestro personal con el paso del tiempo.

«También eran mis vecinos los integrantes de la Banda Militar, el conjunto de soneros tradicionales más reconocido que hubo aquí: el de Chano Pulido, al igual que lo eran rumberos de la talla de Fila, Quintín, Mola; toda esa gente estaba alrededor de mí, bien cerquita, en la zona de la barriada de El Cristo. Desde la élite que podía haber en la música hasta las cosas de la cultura popular tradicional me formaron y me dieron una intención de vida».

—¿Pero fue empírica tu formación como artista?

—Realmente mi despegue fue gracias a un músico camagüeyano, también compositor (de él es el famoso bolero que cantó Gina León, No digas que no, por ejemplo), y bajista de Maravillas de Florida y de la OSC, Isaac Wambrú la Pera. Un día me oyó en mi casa comentando, cuando mi papá le arreglaba un radio, que el Bolero de Ravel, me sonaba a árabe. ¿Y cómo tú sabes eso?, me preguntó. Entonces me embulló a que me presentara en la escuela de arte, justo cuando mis tíos me estaban proponiendo que me fuera con ellos para el Ferrocarril. Así ingresé en la Escuela Provincial de Arte. Pensé estudiar saxofón, pero en definitiva opté por clarinete, con el que me convertí en un músico de atril y en solista de música de concierto.

«Durante 15 años me desempeñé como clarinete solista de la OSC, aunque mi primera proyección musical fue en la Banda Municipal de Camagüey. Luego me desarrollé como músico de cámara, concertista y como director de orquesta, gracias a las enseñanzas del maestro Betancourt (por esa razón pude conducir no solo la OSC, sino también  la de Oriente, bandas de músicas en mi provincia y en Ciego de Ávila)... Asimismo he tocado con la Orquesta Filarmónica del Mediterráneo, en España, acompañando el Estudio Lírico de Madrid, me hice profesor, me gradué en el ISA...».

—Como músico de atril y concertista desarrollaste una carrera muy estimable, sin embargo, en el fondo estaba la cultura popular tradicional, el folclor...

—Muy cierto, yo era bailador nato, pero además me relacioné con el mundo de la danza con mis compañeros de escuela, y al lado de Vicentina de la Torre, la profesora emérita del ballet en Camagüey. Con ella supe de esa disciplina en la preparación del cuerpo, de la mente, me enseñó un camino que todavía no había descubierto, aunque como aficionado había intentado bailar, hacer teatro, a partir de espectáculos que escribía en medio de una adolescencia en que quería cargar con el mundo y avanzar.

—¿Cómo te conviertes, entonces, en el director del BFC?

—Mira, al mismo tiempo que me desarrollaba como artista, comencé a interesarse por la investigación de nuestra verdadera cultura popular y tradicional, gracias a que tuve el honor de estar cerca de importantes estudiosos. Así fue como conformé una agrupación experimental de folclor con algunos portadores naturales, músicos de carrera y folcloristas, hasta que en 1991 me llamaron de la Dirección Provincial de Cultura para hablarme de la necesidad de formar aquí una compañía de folclor, y así explotar la inmensa riqueza que este evidencia acá.

«Entonces me di a la tarea de encontrar a los futuros integrantes, en su mayoría amigos que siempre habían deseado hacer esta labor y estaban ansiosos por experimentar, investigar, por poner en práctica disímiles ideas. Tres meses después, el 12 de septiembre de 1991, se constituyó nuestra compañía, con artistas que encontraron en ella a una escuela, algunos de los cuales hoy tienen sus propias agrupaciones, como Wilmer Ferrant, director de Rumbatá, quien se inició como cantante y llegó a ser profesor y coreógrafo. De ese modo empezó esta historia, después de haber logrado una sólida carrera musical, pero yo estaba completamente seguro de hacia dónde iba. Hay un oddun: oddi osa, que significa: Estire la mano hasta donde alcance, y yo tenía conciencia de hasta dónde podía llegar la mía».

—¿Cómo fueron esos primeros pasos de la compañía?

—Comenzamos como si esta fuera una especie de laboratorio, en medio de una situación compleja (a inicios de la década de los 90 del pasado siglo). Sin embargo, buscamos una orientación de nuestros propósitos. Nosotros estábamos convencidos de qué queríamos y cómo queríamos hacerlo. Por suerte, tuve el privilegio de ser alumno de geniales profesores al estilo de Aida Teseiro, Adalberto Álvarez, Roberto Chorens..., cuyas enseñanzas las convertí en lineamientos para llevar adelante una compañía músico-danzaria.

«Nos dedicamos a estudiar todo lo que existía como folclor en el país, pero haciendo un énfasis en Camagüey. Siempre me quedó claro que el folclor podía ser defendido con las categorías del arte, que no debía ser visto en la escena como si fuera un hecho natural. Había que mostrarlo con fantasía creadora, con una dirección artística y dentro de los códigos del arte, o sea, había que garantizar que fuera una verdadera puesta en escena.

«Yo quería realizar arte folclórico, que es diferente a hacer folclor natural. Me interesaba tomar la base folclórica, la raíz, sin perder lo auténtico, pero presentarla con un lenguaje escénico y artístico, y donde se pusiera de manifiesto una “espontaneidad organizada”, es decir, concebir espectáculos donde se pudiera observar la espontaneidad, pero con una organización escénica en el comportamiento de los artistas.

«Todas nuestras obras están calzadas por una investigación seria, y cuentan con un sólido sustento musical, pues no porque sea folclor este se interpreta como quiera, sino que insistimos en la afinación, en el sentido del ritmo, en la buena ejecución. Trabajamos asimismo por perfilar la técnica de los bailarines que nos han llegado, y que no son de escuela, para que estén a un nivel parejo con los de academia. De manera que nuestra propuesta no se cansa de buscar la perfección, que no hemos encontrado, pero que nos la planteamos diariamente como meta. Cuando sentimos que nos aproximamos a ella, enseguida decimos: los aplausos de ayer terminaron, ahora vamos a ganarnos los de ahora.

«Nuestra compañía mantiene como constante ese principio de que “solo sé que no sé nada”, y de que “todo lo que sé hoy lo cambiaría por lo que debo aprender mañana”. También mantiene ese otro de que para poder hacer arte debes tener cultura, saber de dónde viene lo que se interpreta o se danza, y hacérselo entender al público; que este comprenda, como nosotros, que la danza es la música que se ve. Pero ello no sale de la nada, sino que parte de un trabajo científico que hemos nombrado «La teatralización del folclor en el BFC» (por cierto, la única compañía de su tipo que posee una orquesta que la acompaña en vivo), donde están recogidos los códigos que nos indican cómo desarrollar nuestro quehacer. Por supuesto, que si hemos llegado hasta aquí ha sido también porque hemos recibido ayuda de maestros como Eduardo Rivero, Silvina Fabars, Lázaro Ross, Natalia Bolívar, Manolo Micler..., quienes nos han dicho cómo avanzamos y qué camino tomar».

—La compañía se renueva constantemente. ¿De dónde se nutre?

—Contamos con una academia maravillosa, que ha preparado una cantidad tremenda de artistas. Y sí, a cada rato nos renovamos, porque el arte es así: algunos buscan una opción diferente para sus vidas, o se van a otras compañías, o crean las suyas propias, pero no hemos permitido que eso conlleve a una crisis en la creación. Por otro lado, jamás nos cansamos de formar el talento, y de ofrecerle las herramientas, las condiciones para que crezca y además se lleve lo mejor de nosotros. Y mira, no nos vemos como un trampolín, sino como que nos multiplicamos, que cada vez que hay una persona que ha aprendido con nosotros y ha logrado consolidar otro espacio, sabemos que ahí está la influencia positiva del BFC.

—En estos 22 años, ¿cuáles han sido las obras más reconocidas por el público y la crítica?

—Para mí, la compañía comenzó a mostrar su mayoría de edad en el discurso escénico a partir del año 2000, cuando estrenamos tres obras significativas, por sus bien pensadas dramaturgias, y porque evidencian una efectiva proyección teatral y músico-danzaria. Me refiero a Ikú lobi ocha (por primera vez incursionábamos en la cultura de la santería de origen yoruba), De Pascua a San Juan (sobre las festividades de Camagüey) y a la Suite de bailes cubanos (que va desde la contradanza hasta la chancleta, y que incorpora son, pilón, pacá, mambo, dengue, mozambique, chachachá, changüí, rumba...). Igual, en el 2003 aparecimos con Con quien sabe no se juega, que consiguió una muy alta acogida, y un año después llegó la que consideramos nuestra obra cumbre: la versión para la danza de María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa, aunque también han sido muy aplaudidas Solar Son, Soy del Caribe, Así es mi tierra...

—El BFC convoca el Festival Olorum, también único de su tipo en el país...

—Hace 12 años creímos que teníamos las bases suficientemente sólidas como para ser anfitriones de un evento folclórico en el cual pudiéramos invitar a los artistas para que desarrollaran sus capacidades y nosotros mostrar las nuestras, aprovechando, además, la existencia de un público que admira estos espectáculos. Ahora en septiembre organizaremos la sexta edición, que esperamos que siga colmando las expectativas de las compañías y del auditorio.

—¿Tu mayor satisfacción?

—Estoy feliz con la creación artística que hemos logrado. Estoy feliz por haber sostenido y mantenido durante 20 años una compañía de este tipo, que se ha agenciado un notable reconocimiento nacional e internacional (en España, México, Portugal, Martinica, Francia, Granada, Italia, Egipto) y ello radicando a más de 500 kilómetros de la capital. Nos satisface que cuando se mencionen compañías folclóricas destacadas en Cuba se piense en el BFC. Eso nos hace sentir orgullosos por formar parte de un concepto nacional, porque no nos consideramos de ninguna manera provincianos.

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