Andy Montañez, de lo mejor de la música borinqueña No soy de las personas que magnifican el significado de ninguno de los muchos concursos que se producen en la música. Sinceramente, opino que el arte no es para competir y por más que un jurado pretenda ser «objetivo», en la decisión de cada una de las personas llamadas a premiar en un certamen, siempre habrá determinada carga de subjetividad. Por lo anterior, soy de los que cree que entre nosotros se ha dimensionado en demasía la importancia real de un evento como el Grammy y el hecho de la inclusión de artistas cubanos entre los nominados o los galardonados. Y que conste, la misma afirmación la suscribo también para otros certámenes que organizamos en nuestro propio país.
Cierto que tal tipo de concursos ayuda un poco a establecer los imprescindibles niveles de jerarquización, es decir, saber quién es quien, pero a la vez contribuye al reforzamiento de algo para mí tan inocuo como el «sistema de estrellas». En fin, no puedo hacer nada para que en el mundo cambie la concepción de los certámenes que aquí y allá se celebran, y por los días que corren, en los medios musicales la noticia de orden ha sido las nominaciones para la próxima emisión del Grammy Latino, evento donde por primera vez aparece el nombre de Pablo Milanés, seleccionado para competir en dos categorías por sus más recientes trabajos discográficos, los CD Como un campo de maíz y AM | PM: Líneas paralelas, este último grabado por él y el puertorriqueño Andy Montañez.
La propuesta de Pablo y Andy viene a corroborar desde el punto de vista musical lo mucho que hay en común entre los ritmos originales de Cuba y Puerto Rico. Como uno de los aspectos más sobresalientes del álbum mencionaría el empaste al cantar del que hacen gala los dos intérpretes, puesto de manifiesto lo mismo cuando asumen los aires de la salsa en temas como Juramento, Son de la loma y La felicidad, en los instantes en que se adentran por los terrenos de la llamada canción romántica en piezas como Allí estarás, Guitarra mía y Canción de los amantes, o al enfrentarse a un bolero como Es nuestra canción.
Pablo, un consagrado de nuestra música. Foto: Angelito Baldrich En particular, merece destaque el desempeño de Pablo a lo largo de los diez cortes de la grabación, dado que Andy está acostumbrado a moverse por un repertorio de este corte, mientras que Milanés rara vez se ha proyectado como un salsero y aquí da lecciones de maestría a numerosos vocalistas del género. Sus improvisaciones son de esas que no tienen desperdicios, por el buen gusto del decir y en especial por el grado de afinación que mantiene en cada intervención. El ilustre hijo de Bayamo demuestra una vez más que a la hora de hacer segundas voces, él es uno de los mejores que ha habido en nuestro país en todos los tiempos.
Uno de los méritos de esta producción, que me atrevo a calificar de impecable, está dado por el eficaz trabajo de los músicos que intervienen en el respaldo instrumental de los cantantes. Imposible de soslayar resulta la cadencia y emotividad al piano del ponceño Papo Lucca. Igualmente merecen destaque los miembros de la sección de cuerdas de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, así como los encargados de realizar los coros en la grabación, a cargo de los puertorriqueños Harold Montañez y Henry Santiago, y del cubano Dagoberto Ángel González (Jr.), a quien también hay que felicitar por la funcionabilidad de las orquestaciones que escribió para el álbum y que logran equilibrar la sabrosura de la música destinada al baile y la elegancia de la que se hace para ser escuchada en las salas de conciertos.
No sé si Pablo será o no galardonado con el Grammy por su disco con Montañez o por el titulado Como un campo de maíz. A lo mejor no es premiado por ninguno de los dos. Para mí ello es de ninguna o poca importancia. Lo que sí resulta una verdadera pena es que estos CD no se editen en nuestro país. Una vez más, como lamentablemente viene ocurriendo desde hace años con buena parte de lo mejor de la producción discográfica de los creadores de nuestra tierra, la misma ve la luz a través de compañías en el extranjero, a las que el melómano local no tiene acceso y con ello, al final, quien pierde es la cultura nacional.