Foto: Ramón Pacheco Salazar MATANZAS.— Es marzo de 1957 y se acerca el equinoccio de primavera. En Tirry 81 —quizá si escondida en el gabinete de dentista del padre— una muchacha escribe un poema prohibido, casi secreto. Le canta a un hombre.
Y sin pensar en la trascendencia de aquellos versos, la muchacha corre a cantarlos. Desde entonces han caído 50 años sobre la impasible Matanzas y Carilda, que aún sigue siendo aquella muchacha rubia, cuyos ojos invocan al mar, habla hoy del Canto a Fidel y sus secretos.
Despojada de toda vanidad dice que «el Canto... fue escrito sin pensarlo. Fue como un golpe de sangre, una diana adolescente, una convocatoria poética».
Febrero se despide y la poetisa sufre uno de esos estados gripales, casi comunes en esta época del año. Pero ello no le impide hacer derroche de memoria. Con exactitud recuerda lugares, nombres, fechas...
—¿Qué sucedió exactamente?
—Hay misterios en torno al Canto, algunos de los cuales he ayudado a conservar. No sé si cometí un error y hoy deba ser más franca.
«Exactamente no sabemos qué día de marzo fue escrito. Fidel me preguntó mucho después: “¿Qué día lo escribiste?”. Y conté lo que siempre he dicho: que lo escribí el mismo día en que a Matanzas llegó una revista norteamericana, con la entrevista de Herbert Matthews al Comandante, entre el 3 y el 5 de marzo.
«Batista decía que el Comandante no estaba en la Sierra, que allí no había nadie. Realmente no se sabía nada, cuando apareció aquella publicación, en la que estaba una fotografía de Matthews y Fidel, los dos fumando tabaco.
«Recuerdo que era por la tarde y me quedé pasmada cuando vi aquello. Naturalmente, ¿qué es lo que le pasa a un poeta cuando ocurren esas cosas? Pues enseguida coge la pluma. Así escribí el poema».
El Canto a Fidel estuvo oculto poco más de un mes, quizá dos. Es en esa etapa cuando lo conoce Julián Alemán, quien lo grabó con la voz de la poetisa; luego lo leen otros amigos de Carilda, como Manolo García —quien lo sacó del país—, Herácleo Lazco, Armando Huao, Julio Font, Mario Argenter, Ricardo Vázquez, Juan Esnard, Néstor Ulloa, Romualdo Suárez, Hugo Ania y Juan Luis Hernández.
«Como verán, no tuve demasiado cuidado ni reservas. Eran secretos que volaban. Todo el mundo me decía lo mismo: “¿Y no lo vas a mandar a la Sierra?” Yo pensaba: “Eso me va a costar la vida”. Pero, al final, me atreví».
—¿Cómo lo envió?
—El 26 de Julio en Matanzas me llevó con una persona, que era de la región oriental. Ese hombre vivía clandestino, su vida corría peligro; pero se ofreció a llevarlo.
—¿Supo algún dato de esa persona; su nombre, por ejemplo?
—Solo lo que ella me dijo. Se presentó como viajante de la firma Revlin y dijo que se llamaba Rolando, aunque presumo que ese no era su nombre verdadero.
Canto a Fidel
Carilda Oliver Labra
No voy a nombrar a Oriente,no voy a nombrar la Sierra,no voy a nombrar la guerra—penosa luz diferente—,no voy a nombrar la frente,la frente sin un cordel,la frente para el laurel,la frente de plomo y uva,voy a nombrar toda Cuba:voy a nombrar a Fidel.Ese que para en la tierraaunque la luna le hinca,ese de sangre que brincay esperanza que se aferra,ese clavel en la guerra,ese que en valor se baña,ese que allá en la montañaes un tigre repetidoy dondequiera ha crecidocomo si fuese de caña.Ese Fidel insurrectorespetado por la piñas,novio de todas las niñasque tienen el sueño recto.ese Fidel —sol directosobre el café y las palmeras—,ese Fidel con ojerasvigilante en el Turquinocomo un ciclón repentino,como un montón de banderas.Por su insomnio y sus pesares,por un puño que no veis,por su amor al veintiséis,por todos sus malestares,por su paso entre espinaresde tarde y de madrugada,por la sangre del Moncaday por la lágrima aquellaque habrá dejado una estrellaen su pupila guardada.Por el botón sin coserque le falta sobre el pecho,por su barba, por su lechosin sábana ni mujery hasta por su amanecercon gallos tibios de horroryo empuño también mi honory le sigo a la batallacon este verso que estallacomo granada de amor.Gracias por ser de verdad,gracias por hacernos hombres,gracias por cuidar los nombresque tiene la libertad...gracias por tu dignidad,gracias por tu rifle fiel,por tu pluma y tu papel,por tu ingle de varón.Gracias por tu corazón.¡Gracias por todo, Fidel!
—¿Cómo lo enviaron?—Yo era dibujante y tenía un papel que no se transparentaba del todo, pero era resistente. Me acuerdo que le quité cuatro estrofas al poema cuando lo fui a enviar, porque era muy largo y en la forma que se iba a enviar, no podía ser tan extenso.
«En una parte copié la mitad del Canto y en la otra, la segunda mitad, porque Rolando lo iba a llevar en las botas, específicamente entre las suelas y las plantillas.
«Lo reescribí tres veces, porque no sabía calcular e iba reduciendo la letra. Años después supe que a ese hombre lo mataron antes de llegar a la Sierra, pero logró enviarlo».
Pasaron los meses y no se sabía nada del Canto a Fidel. Carilda continuó escribiendo. Así aparecieron los poemas dedicados a Frank País, a José Antonio Echeverría y a Julián Alemán. Antes, ya de su pluma habían salido los versos para los luchadores Reynold García, Abel Santamaría, Miguel Sandarán y Franklin Gómez, quien iba casi todos los días a su casa y que colgaron en El Pocito. Hasta que una noticia la sorprendió.
«Un día entro a una óptica y me dice el administrador, un señor alto, cuyo nombre no recuerdo: “Carilda, ¿usted se volvió loca? Por la Sierra he oído un poema que tiene que ser de usted. Fíjese, que son décimas y tiene el corte del Canto a Matanzas”.
«Sin embargo, la primera persona que me confirma que el poema se había leído en la Sierra fue el entonces capitán René Pacheco Silva, quien era ayudante del hoy general Calixto García.
«Después del triunfo de la Revolución, Pacheco se apareció un día en mi casa sin conocerme. Por él supe que el Canto a Fidel se estrenó el 3 de septiembre de 1958, al abrirse el Tercer Frente Oriental Mario Muñoz».
—¿Dónde se publicó por primera vez?
—En el periódico El Imparcial, de Matanzas, cuando Fidel llegó a la ciudad con la Caravana de la Victoria.
Cincuenta años pueden ser una vida; y los ojos de Carilda continúan invocando al mar, aunque ella ha dejado de esconderse en el gabinete del padre para escribir. Una nítida pregunta juguetea entre nosotros:
—¿Le cantaría otra vez a Fidel?
No responde de inmediato. No deja de mirarnos, hasta que al fin, en tono de excusa, responde:
—El Canto que Fidel merece ahora yo no lo puedo escribir. Ahora ya él no es un hombre que lucha por la libertad de un país. Es un hombre trascendente que ha pasado los límites.
«Hoy hay que hacerle un poema abierto, en verso libre, que hable del afán de él, la lucha contra el imperialismo. Eso es muy difícil de decir. ¿Y qué pluma tengo yo para hacerlo? Es que quisiera que me dijeran, ¿quién puede hacerlo?».