El conocimiento empodera a la familia como institución educativa para fomentar en sus niños y niñas un crecimiento en esa área, acorde con su edad y particularidades, lo cual contribuye a la maduración de su personalidad y a un desarrollo progresivo de su integración social
¡Qué misterio tan imponente, tan consolador, tan majestuoso, tan bello, el de la personalidad!
José Martí
La vida está marcada por emociones y placeres desde que somos un embrión. Todos necesitamos a nivel físico, mental y comunitario determinado grado de bienestar. La aceptación de esa realidad abrió el camino al análisis de la sexualidad en la etapa prescolar, una preocupación de la ciencia desde inicios del siglo XX y motivo aún de incomprensión de muchos adultos.
El conocimiento empodera a la familia como institución educativa para fomentar en sus niños y niñas un crecimiento en esa área, acorde con su edad y particularidades, lo cual contribuye a la maduración de su personalidad y a un desarrollo progresivo de su integración social.
Los seres humanos en todos los contextos necesitamos unos de otros para establecer relaciones, preferiblemente sustentadas en la equidad, el respeto, la cooperación y la reciprocidad que enriquece a todas las personas por igual. Con esa meta, la sexualidad es un vital componente de satisfacción para el equilibrio personal y social.
Somos seres sexuados desde el vientre materno hasta que morimos, y debemos entender y exponer de manera sencilla, práctica y contextual la personalidad sexuada en las primeras edades, cuando comienzan a consolidarse hábitos, habilidades, conductas y cualidades morales que pudieran acompañarnos para toda la vida.
Dominar las características biosicosociales generales de este grupo etario ayuda a entender cómo la sexualidad se hace presente de disímiles maneras; pero hace falta además reconocer las particularidades de cada niño y niña, para que los adultos intervengan de modo adecuado y oportuno en la formación y desarrollo de su personalidad.
La educación de la sexualidad debe brindar la ayuda necesaria sin transgredir los derechos que nos acompañan desde la concepción; pero en la práctica cotidiana no es aún tarea fácil proyectarse sobre el tema o diseñar respuestas a inquietudes, preferencias y actos de aparente contenido erógeno, inocentes o no.
En ese camino debemos preparamos los educadores de círculos, jardines y grado prescolar, con los conocimientos aportados por estudios y publicaciones de numerosos especialistas, foráneos y del patio, para responder de manera adecuada a las necesidades formativas del proceso de sexuación de cada individuo en la primera de sus cuatro etapas de desarrollo sicosexual, la infancia, porque de pubertad, adolescencia, juventud y madurez hay más disposición a aprender.
Desde edad muy temprana, niños y niñas empiezan a explorar sus cuerpos: tocan, hurgan, frotan y tiran de todas sus partes, incluidos los genitales, y experimentan sensaciones a través de la autoexploración y los contactos con otros cuerpos a través de caricias, besos, abrazos o golpes.
La sexualidad como dimensión de vida no es ajena a esa realidad, y sus manifestaciones no necesitan ser rígidas, en tanto es un asunto flexible, en permanente transformación, algo bien notable en el sexto año de vida, cuando comienzan su vida en un entorno escolar.
Pero es importante hablar de sexualidad en todas sus magnitudes, que abarca lo genital, las identidades, los roles de género, el placer emocional, la intimidad, la reproducción familiar y la orientación sexo-afectiva.
Aunque los niños comienzan a descubrir y manipular sus cuerpos entre los dos y tres años, es entre los cuatro y seis años que lo hacen esperando una satisfacción, física y emocional, y en ese entorno también pueden mostrar interés por los genitales de otros niños o de sus padres, pueden tocar pechos y observar desnudos con curiosidad.
Por imitación, o por una autosatisfacción que no necesitan explicarse, algunos se tocan o frotan su cuerpo contra objetos, como almohadas o sillas, de forma rutinaria, y aunque este sea un comportamiento normal no debe ser ignorado ni exagerado. Como adultos debemos evaluar su origen, regular las circunstancias y aportar mecanismos para lidiar con el aburrimiento o la preocupación.
A esa edad empiezan las preguntas, y no tiene sentido eludirlas, porque ya pueden entender que niños y niñas son diferentes, y también que nuestros cuerpos cambian con los años y ser adultos implica tener otros atributos. Es responsabilidad de quien responde llamar por su nombre a cada parte y hablar de su cuidado, explicar cómo los bebés vienen de sus madres y establecer reglas de privacidad.
En ese período también prestan atención al intercambio afectivo entre adultos y comienzan a identificarse (o no) con los roles asignados a niños y niñas, diferencias que consolidan al iniciar la escolarización.
Sobre la formación de la personalidad y el rol de la sexualidad en ese proceso, profundizaremos en próximas ediciones.
(*) Licenciada en Educación Prescolar, maestrante de Género y Educación Sexual en la universidad pedagógica Enrique José Varona.