A más de cuatro décadas de que el primer ser humano visitara nuestro cercano satélite, hay quienes se la quieren repartir en pedazos, mientras otros pagan fortunas por ser turistas en ella
Hace 45 años, el 20 de julio de 1969, Neil Armstrong, un astronauta norteamericano de la misión Apolo, fue el primer hombre que logró pisar nuestro satélite acompañante, la Luna.
En una de las misiones espaciales más controvertidas de la historia, a la cual se ha acusado incluso de plagio, Armstrong daba una vuelta de tuerca a la desenfrenada carrera espacial que se corría entonces entre la extinta Unión Soviética y Estados Unidos.
Si los primeros se habían adelantado en poner un hombre en el espacio en 1961, con el éxito de Yuri Gagarin; los segundos daban una zancadilla con el pionero lunar.
Sin embargo, la misión norteamericana sirvió para mucho más que propaganda o experimentos de todo tipo, pues más de cuatro décadas después algunos senadores de ese país, amparados en haber sido los primeros, quieren repartirse la Luna o al menos adueñarse de los lugares donde estuvieron Armstrong y sus continuadores.
El alocado proyecto contravendría el Tratado del Espacio Exterior, firmado en 1967 por varios países, incluido Estados Unidos, y pisotearía el planteamiento de que el espacio ultraterrestre, incluida la Luna, no podrá ser objeto de ningún tipo de apropiación por país alguno. A la vez, desconocería el Acuerdo de la Luna de la ONU, de 1979, que prevé administrar el satélite mediante una legislación supranacional.
Sin embargo, detrás de estas ideas calenturientas se esconde mucho más que la intención de adueñarse de un pedazo de espacio sideral, pues la realidad es que se busca implantar el viejo precepto de los tiempos del controvertido «descubrimiento» del Nuevo Mundo, mediante el cual el primero que llegaba se hacía dueño y señor.
A más de 50 años de la conquista del espacio, fenómenos como el planificado retorno a la Luna, los viajes a Marte e incluso el turismo espacial, evidencian que ha llegado la hora de que todos los países del planeta se sienten a conversar sobre el tema.
Parece algo de ciencia ficción, sobre todo si tenemos en cuenta que los terrícolas ni siquiera hemos aprendido a convivir en paz dentro de las estrechas fronteras de nuestro planeta, como para estar disputándonos lo que existe afuera.
No obstante, esta nueva edición de la «Guerra de las Galaxias», en su primera fase a cargo de abogados, diplomáticos, empresarios y políticos, refleja la subyacente disputa por los inmensos recursos naturales que esconden los satélites y planetas más cercanos a nosotros, y también jugosos negocios relacionados con los viajes al espacio.
Para finales de este año, por ejemplo, la empresa Virgin Galactic, liderada por Richard Branson, prevé iniciar sus primeros vuelos siderales, para lo cual un grupo de 530 personas ya han iniciado el proceso de preparación y pago de un boleto personal que oscila entre los 200 000 y 250 000 dólares.
La nave, denominada LauncherOne, tiene capacidad para seis viajeros y dos tripulantes. Hará trayectos de seis horas de duración. Será un vuelo suborbital que sacará por breve tiempo a sus ocupantes al espacio sideral.
En la lista de candidatos a pasajeros se pueden encontrar desde millonarios desconocidos hasta celebridades como los artistas Tom Hanks, Angelina Jolie y Katy Perry, quienes pudieran tener su propio traje espacial de recuerdo e incluso vivir la experiencia de la ingravidez.
No se trata del único proyecto. En ciernes y con características similares hay otros, como el vuelo del Dragon de SpaceX, compañía del fundador de PayPal, Elon Musk; el New Shepard de Blue Origin, empresa del creador de Amazon, Jeff Bezos; o el Lynx, de XCOR Aerospace, proyecto desarrollado por un ex directivo de Intel, Jeff Greason.
En la desesperada carrera por ser turista espacial, ya hubo de momento un ganador, el millonario Dennis Tito, curiosamente un ex ingeniero de la Agencia Espacial de los Estados Unidos (NASA, por sus siglas en inglés), quien pagó nada menos que 20 millones de dólares a la Agencia Espacial Federal Rusa por el entrenamiento, el viaje y la estancia en la Estación Espacial Internacional, en un vuelo que duró desde el 30 de abril al 6 de mayo de 2001.
Muy controvertido, especialmente por la oposición de la NASA, el viaje de Tito —que como todo turista tomó muchas fotos y videos, y jugó un poco con diversos aparatos e hizo un sinfín de preguntas— inauguró una era de vuelos espaciales turísticos.
Lo fundamental fue que Tito abrió un camino a los particulares hacia el espacio, algo a lo que hasta entonces solo se había accedido mediante misiones aupadas por los gobiernos.
El «paseíto» fue la chispa detonante para la alocada carrera del turismo espacial, que ya hoy tiene tantas alternativas como gustos puede haber.
Quien tenga el dinero para ello, por ejemplo, puede pretender en el futuro próximo manejar los mandos de una aeronave como la de XCOR Aerospace.
Por el «módico precio» de 95 000 dólares (como ellos mismos lo publicitan) disfrutará de un vuelo que alcanzará los cien kilómetros de altura durante algo más de cuatro minutos.
Mientras, Space Adventures, que entre 2001 y 2009 llevó a siete particulares hasta la Estación Espacial Internacional, el primero de ellos Dennis Tito, pretende a la vuelta de un par de años montar nada menos que un crucero espacial con el cual circunvalar la Luna, por la friolera de unos 100 000 dólares por persona.
La empresa británica Excalibur Almaz y la estadounidense Golden Spike van mucho más allá, pues ya comenzaron a prevender plazas para quienes, como Armstrong, pretendan pisar nuestro querido satélite.
No solo se trata de vuelos. Los hay que han pensado también en alojamientos espaciales, como lo evidencia el proyecto de la empresa Bigelow Aerospace, que el 12 de junio de 2006 puso en órbita el primer prototipo de «hotel» sideral, el Géminis I, y muy poco tiempo después otro similar.
Se trata de módulos hinchables de tres por 2,4 metros, fabricados con fibra de carbono para resistir impactos de micrometeoritos y basura espacial, que aún hoy están en fase de prueba y que posteriormente podrían acoplarse a otros para llegar a conformar una especie de resort galáctico, donde la estancia por una semana costaría entre cinco y diez millones de dólares.
Quizá el proyecto más alocado sea el de SpaceX, que quiere llevar en 2023 a terrícolas al planeta Marte en un viaje sin retorno, el cual para ser financiado se transmitirá íntegramente por televisión como una especie de reality show.
Todo lo anterior demuestra que, junto con los planes imperiales de distintas potencias para adueñarse de pedazos de suelo y del espacio allende nuestro planeta, todos los países deben sentarse ya a discutir nuevamente cómo se va a administrar el del espacio sideral.
Se trata, ante todo, de impedir una segunda colonización y hasta una militarización de un cielo que, a la postre, no es de ninguno y a la vez es de todos.