El descubrimiento de un gen a finales del siglo XX ha abierto nuevos conocimientos acerca de la longevidad y el desarrollo de enfermedades asociadas al envejecimiento
La longevidad es un proceso complejo, saturado de singularidades, y la concepción de que la persona anciana no es simplemente un adulto con muchos años se ha convertido en tema de gran interés, no solo científico, sino también social.
En la actualidad es usual ver cómo, cuando existen adecuadas condiciones para el desarrollo pleno de la vida de los individuos —como sucede en Cuba—, la esperanza de vida se incrementa. Y en tales circunstancias se vuelven más notorias las diferencias en la edad de las personas determinadas por la genética de cada cual.
Muchos catalogan a las familias como longevas cuando estas poseen varios miembros centenarios. Y en sentido opuesto, existen determinadas condiciones en el ser humano —como algunas enfermedades genéticas— que se caracterizan por un envejecimiento acelerado y una esperanza de vida menor: la enfermedad de Down puede servir de ejemplo para esta última situación.
Desde tiempos pretéritos se buscaban explicaciones para estos fenómenos. Pero no fue hasta inicios del siglo XX que se iniciaron seriamente las investigaciones diseñadas para dilucidar los misterios de la longevidad.
Todo se empezó a entender con el estudio de la expectativa de vida de determinados parásitos, sobre todo de un tipo de mosca pequeña conocida como Drossophila —llamada comúnmente como mosca de la fruta o del vinagre—, utilizada extensamente como modelo de estudio de longevidad. Así brotaron nuevas pruebas sobre la existencia de genes capaces de favorecer la longevidad de los individuos dentro de una especie.
A finales de la década de los 80 del siglo XX científicos de diferentes partes del mundo aunaron esfuerzos con el objetivo de identificar las secuencias del ADN (ácido desoxirribonucleico) conexas con el envejecimiento y la duración de la vida. Entonces aparecieron en escena los conocidos genes de la longevidad, definidos como aquellos que están vinculados de forma directa con la esperanza de vida.
En menos de dos décadas se han descubierto gran variedad de genes que interceden, mediante mecanismos muy complejos, en la conservación de la vida, y entre estos uno que ha despertado gran atención.
En noviembre de 1997 un grupo de investigadores japoneses liderados por Makoto Kuro-o publicaron en Nature (prestigiosa revista internacional de ciencias) un artículo donde anunciaban el hallazgo de un nuevo gen. Los descubridores distinguieron cómo en el estudio de unos ratones transgénicos (que contienen material genético transferido artificialmente de otras especies) se presentaba la cualidad de tener una vida corta y un envejecimiento rápido.
Las características del envejecimiento precoz en esos animales de laboratorio quedaban establecidas por un precipitado desarrollo de aterosclerosis, descalcificación de los huesos (osteoporosis), atrofia de la piel, desarrollo de enfisema pulmonar y temprana aparición de infertilidad.
Con posterioridad los aludidos científicos consiguieron discernir la existencia de un gen alterado (mutación genética). El nombre elegido por los nipones para nombrar a este nuevo gen fue Cloto (o Klotho, como se escribe en idioma inglés), y posiblemente este fue el término más acertado si se revisa lo que simboliza en la mitología griega.
Cloto fue hija de Zeus y Temis, y era, además, la hermana más joven de Láquesis y Atropos. Las tres son conocidas como las Moiras, deidades que controlaban el metafórico hilo de la vida de cada hombre en la Tierra, desde su nacimiento hasta la muerte. Cloto era la que hilaba las hebras con su rueca y tomaba decisiones cardinales, como cuándo nacía una persona y cuándo debía salvarse o morir.
Hallazgos subsiguientes al descubrimiento asiático han logrado establecer que este gen, presente en los mamíferos, desempeña un papel primordial en la regulación del envejecimiento y en el desarrollo de enfermedades relacionadas con la edad avanzada.
En los seres humanos el gen se expresa especialmente en los riñones, aunque es detectable, además, en la placenta, próstata e intestino delgado. Se asocia con la producción de una proteína homónima —que puede ser vista, asimismo, como una hormona— cuyo incremento se ha interrelacionado con la longevidad, mientras que su reducción se ha asociado llamativamente con la promoción de alteraciones propias del envejecimiento como el endurecimiento de las arterias y la pérdida de masa ósea y muscular.
No solo los niveles bajos de Cloto en el hombre se han vinculado con una baja expectativa de vida y con algunas afecciones propias de las edades avanzadas como la insuficiencia renal crónica, la osteoporosis, los accidentes cerebrovasculares y el infarto agudo del miocardio; investigaciones recientes hacen ver que sus funciones pueden ser aún más complejas.
En un reciente estudio realizado por científicos norteamericanos se ha conseguido asociar los bajos niveles de Cloto con el estrés crónico y la depresión. Aparecen así las primeras evidencias de que los niveles de esta hormona de la longevidad son sensibles a los fenómenos estresantes psicosociales y con ello la posibilidad de que esta sustancia pueda servir como un influyente conector del estrés y la depresión con el desarrollo acelerado de otras enfermedades que colaboran con la muerte precoz.
Ya se habla que en el futuro (no lejano) este gen pueda ser la diana terapéutica para mitigar enfermedades y el dañino efecto del estrés crónico y la depresión; y hasta hacer que la vida se haga más duradera para todas las personas. Mientras tanto, por ahora, con lo alcanzado por la ciencia solo nos queda seguir actuando principalmente en la prevención y preguntarnos: ¿Cómo nuestros niveles de Cloto estarán hilando la vida que disfrutamos?
Fuentes consultadas
Kuro-o M et al. Mutation of the mouse klotho gene leads to a syndrome resembling ageing. Nature. 1997; 390 (6655):45-51.
Wang Y et al. Current understanding of klotho. Ageing Research Reviews. 2009; 8:43–51.
Prather A8623103 yeA et al. Longevity factor klotho and chronic psychological stress. Transl Psychiatry. 2015 jun 16; 5:e585.