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Asia, epicentro de la globalización

Con la mudanza de su epicentro en Asia, se inauguraría un nuevo tipo de relaciones sociales de producción que responderá a otro modelo económico avanzado y un nuevo modo de producción

 

Autor:

Luis Manuel Arce Isaac

La interconexión geofísica de relaciones socioeconómicas y de producción del sistema Tierra, denominada globalización, se diferencia de la solar en que esta última es un sistema en el cual los planetas orbitan alrededor de un núcleo anclado y no hay conflicto espaciotemporal; mientras que la primera es un proceso y sí lo hay, porque el movimiento de la economía, la política, la cultura y el cuidado del ambiente está sujeto a un centro variable y a intereses creados.

En nuestro tiempo, a la globalización emanada de esa interconexión geofísica se le designa una temporalidad porque ubica su desarrollo más acelerado en épocas específicas en las que usualmente el centro que la impulsa ha cambiado o puede cambiar su espacio geográfico.

La globalización no es un fenómeno nuevo, aunque es ahora que se habla tanto de ella. La expansión del capitalismo y su evolución hacia la fase imperialista cambió la dimensión tempo espacial en las relaciones humanas y llevó su centro desde Europa (Gran Bretaña, de reina de los mares a la Revolución industrial que marca un punto de inflexión en la historia al modificar todos los aspectos de la vida cotidiana; Francia, la que dictaba la moda) a Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

La agresiva exportación de capitales iniciada con el Plan Marshall de Post Guerra fue clave en el fortalecimiento económico y financiero de ese país frente a una Europa y un Japón literalmente quebrados, una China profundamente dormida, como anestesiada, además, envuelta en una guerra civil de la que emergería transformada en una República Popular, y una Rusia, la más activa, concentrada en la construcción de un mundo soviético que el conflicto de las nacionalidades dificultaba.

Es este continente europeo carcomido de contradicciones, y África siempre olvidada, que transitó con rapidez desde su organización colonial a la formación de una comunidad de nuevos Estados nacionales sujetos a prácticas neocoloniales y severos conflictos internos.

Con todo ello, Estados Unidos robusteció aún más su posición hegemónica con una jugada maestra protagonizada por Richard Nixon que, a la postre, fue una de las principales causas de la caída de su poderoso sistema financiero: la eliminación del oro como respaldo del billete verde y la creación del petrodólar, un compromiso arrancado a la fuerza a los socios de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para obligarlos a comercializar su crudo solamente en su moneda.

Con esos instrumentos, Estados Unidos cerró el siglo XX e inició el XXI como el gran epicentro de la globalización, primero sobre la base de un nuevo concepto del liberalismo económico cuyo cambio estratégico más significativo fue la eliminación de viejas formas de exportación de capitales y de las estructuras corporativas del antiguo monopolio, sustituidas por oligopolios diversificados, aunque manteniendo la especialización por sectores hacia dentro del conglomerado y no fuera, como la industria del automóvil, el transporte global, el acero y minerales de tierras raras, y el dominio del cosmos.

Todo ello derivó en una transnacionalización de su economía, la expansión sostenida de su complejo militar-industrial y el auge del capital financiero como mecanismo fundamental de control de la periferia del mercado mundial*. A ese movimiento de piezas en su tablero, se le denominó neoliberalismo.

El Fondo Monetario Internacional, nacido del sistema liberal y de los acuerdos de Bretton Wood, dio una interpretación muy sui generis a la globalización como un fenómeno creado por el hombre ajeno a su génesis espontánea como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas y sus relaciones sociales de producción.

Ese organismo financiero multinacional, y Naciones Unidas, nacieron en 1944 y 1945, respectivamente, como medios para la transición desde una organización colonial a una internacional en un mercado mundial dolarizado en el cual la multiplicación de pequeños, medianos y grandes nuevos mercados nacionales facilitó la expansión masiva del capital norteamericano en lo que hoy llamamos el Sur global*.

EL FMI consideró el «gran milagro» de la globalización un proceso histórico resultado de la innovación humana y el progreso tecnológico, con lo cual significaba, en otras palabras más suaves, el predominio del control hegemónico neoliberal, y situó su desarrollo en la década de los 80 del siglo pasado, coincidente con el inicio de las crisis financieras inauguradas con la energética en 1973 con el retiro del respaldo en oro del dólar. Dichas crisis no han cesado, se repiten continuamente hasta nuestros días.

El Fondo explota en favor de sus intereses la globalización como si fuese resultado exclusivo de adelantos tecnológicos los cuales, en verdad, facilitaron y aceleraron las transacciones internacionales comerciales y financieras.

Una nueva transición 

La globalización es un proceso, no una estructura. Las estructuras que surgen de él —como los Brics, y China en particular como actor global—, parecen desbordar las estructuras de control generadas tras la Segunda Guerra Mundial, y sugieren que estamos ante una nueva transición hacia otras formas de organización del mercado mundial.

El aspecto principal de la contradicción en esta fase del proceso radica en el antagonismo entre el unipolarismo y el multipolarismo, que recorre hoy todo el sistema mundial.

Lo que resulte de allí puede ser un mercado mundial organizado multilateralmente, que ofrezca posibilidades más democráticas de organización de las sociedades en la gran tarea de enfrentar la crisis global socioambiental, o uno de organización autoritaria que intente subordinar esa tarea a la acumulación ilimitada de capital en los principales núcleos de poder de la estructura multilateral, etc*.

Es cierto que, efectivamente, la globalización propicia la expansión y diversificación de los mercados en todo el mundo y mayor acceso a flujos de capital, pero es una ventana abierta de par en par al endeudamiento público, incluido el de Estados Unidos con sus bonos del Tesoro, y base de las recetas fondomonetaristas de reducción del gasto público social, recortes presupuestarios, achicamiento del Estado y amplia privatización por la vía de la inversión extranjera directa.

Lo que no explica el FMI es que ese tipo de globalización existe solamente en los instrumentos de control hegemónico, no transfieren riqueza ni tecnología a la periferia, el aporte al PIB (Producto Interno Bruto) es ficticio en cuanto a que los dineros multiplicados por las ganancias regresan a las cuentas bancarias de las casas matrices en sus países de origen, y acrecienta la lucha entre potencias que conducen a guerras calientes, muerte y destrucción, en muchas ocasiones por el dominio del mercado y de materias primas como el petróleo y minerales estratégicos.

Esa globalización fondomonetarista es una interpretación intencionada de la espontánea, la que está sujeta a leyes del mercado internacional financiero y de productos, y crea su propio sistema de relaciones sociales, pero que, sin lugar a dudas, puede ser relativamente manipulada, tergiversada o aprovechada tangencialmente, aunque nunca desviada de su curso. Es la que vale, y es en esa donde Estados Unidos está perdiendo su control.

Algunos expertos aseguran que ya lo perdió, y que su epicentro ya está instalado en Asia, no en América, y concretamente en China, pero en una relación geofísica inédita porque no está atada a los instrumentos de control liberal o neoliberal obsoletos, fracasados, que se convirtieron en la piedra de traba del desarrollo socioeconómico global de la periferia.

Con la mudanza de su epicentro en Asia, se inauguraría un nuevo tipo de relaciones sociales de producción que responderá a otro modelo económico avanzado y un nuevo modo de producción, los cuales se expanden muy rápidamente gracias a la indetenible globalización que busca su propio cauce, y es en sí misma la confirmación de que la humanidad está pariendo una nueva época basada en paradigmas más humanos e igualitarios de no confrontación y más colaboración, con el bienestar del ser humano como centro.

Para resumir: la clave está en entender que la globalización es un proceso de cambio entre dos estructuras: una que se agota, y otra que empieza a tomar forma. En este sentido, la administración Trump —como su predecesora— hace más parte de la fase de descomposición de ese proceso que de la fase de superación de la estructura que se agota*.

A ese proceso no lo podrá detener nada ni nadie por mucha guerra económica que se desate ni abrumadores aranceles por altos que sean. Por el contrario, la precipitarán.  

*Apuntes del catedrático panameño Guillermo Castro en intercambio epistolar con el autor.

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