Alberto Garrandés es, sin lugar a dudas, uno de los mejores escritores vivos con los que cuenta la literatura cubana
Narrador, ensayista, editor y columnista de Cubaliteraria y La Jiribilla, Alberto Garrandés es, sin lugar a dudas, uno de los mejores escritores vivos con los que cuenta la literatura cubana. Su novela Demonios acaba de obtener el Premio Alejo Carpentier, distinción que ya había obtenido antes dos veces: en 2007 por su novela Las potestades incorpóreas, y en 2008 por su libro de ensayos El Concierto de las Fábulas.
Más de una veintena de títulos publicados y un número similar de reconocimientos literarios nos demuestran el rigor y la calidad de un autor que quizá no sea de mayorías, pero su notabilísimo trabajo con la palabra nos permite augurar una trascendencia que tal vez no poseen otros que ahora mismo parecen más solicitados en nuestro débil e incipiente mercado.
Con motivo de su premio y para que los lectores de El Tintero se familiaricen con un hombre poco dado a la publicidad y muy consciente de lo que es y lo que quiere, nos acercamos a él con este cuestionario que muy bien podría ayudarnos a comprender su mundo repleto de claves y planteamientos profundos e interesantes.
—¿Cuál podrías decir que es el (o los) temas de Demonios y qué te interesa más que los lectores entiendan de esta novela?
—Veo Demonios como una novela de aventuras filosóficas, a medio camino entre el laberinto clásico y el laberinto barroco. Pero me interesa mucho que el lector llegue a donde debe llegar, sin extraviarse, y que vaya descubriendo las refracciones de ciertos hechos de la trama (un juego de espejos) de acuerdo con las pautas que voy susurrándole al oído… Un gran tema de la novela es la pregunta acerca de quién escribe. Creo que he podido contar historias interconectadas, acerca de cómo y por qué la literatura (el componente de la ficción literaria) interviene en la vida hasta moldearla, y cómo la vida matiza, ajusta, da forma y hasta «repara» la escritura. El otro gran tema es el de la reminiscencia inmediata. Vivir es, de cierto modo, aprender a hacerlo. Y ese aprendizaje tiene que ver mucho con la ficción. Nunca puedes objetivar del todo la existencia, y esa imposibilidad es fascinante.
—¿Tienes un método o alguna disciplina para escribir?
—Veo algunas escenas, ciertos personajes, ciertos actos extraños que significan algo que de momento se me escapa… y entonces aparece la ficción. Creo que era Chesterton quien decía que la literatura por sí misma era lujosamente inútil, pero que la ficción era una necesidad constante. Veo esos momentos, los contextualizo en un ámbito novelesco, y cuando comprendo que algunos se hallan en el remate de una historia, entonces me dedico a fabricar esa materia novelesca que va desde un origen incierto hasta un final cierto… y ahí empieza a verse el libro futuro. Podría decirte, en otros términos, que mi disciplina trata de ser férrea: escribo en las mañanas, entre 9:00 a.m. y 2:00 p.m. aproximadamente. A veces, por la noche, hago breves borradores. O leo y tomo notas. Sumido en esa atmósfera, si el libro es una novela, entonces leer y tomar notas se convierte en un hábito y una necesidad.
—Te paseas con el mismo virtuosismo por el ensayo y la ficción, ¿en cuál te sientes más cómodo y por qué?
—En ambos, porque mis ensayos son ficcionales y mis ficciones a veces se tiñen de reflexión y accedo fácilmente al ensayo. También me ocurre que me desoriento un poco si la ficción es excesiva, y entonces prefiero escribir ensayos. Y viceversa. Buena muestra de lo que digo es una autoantología, El sueño de Endymion, que acaba de ser publicada por Ediciones Matanzas. Ahí reuní un grupo de mis ensayos sobre narradores y obras cubanas de la contemporaneidad.
—Eres un gran cinéfilo. ¿Te preocupa que la imagen desplace a la palabra en el futuro o en el presente tan audiovisual que estamos viviendo?
—No, no me preocupa porque ya eso ocurrió. Pero en apariencia. Todo indica que la imagen ha desplazado a la palabra. Sin embargo, todos los procesos de recepción y valoración de la imagen, sea pintura, cine, videoclip, videoarte, etc., pasan por el lenguaje. De hecho, la presencia misma del cine, por ejemplo, no deja de ser fonocéntrica. De modo que ese desplazamiento, aunque es muy real en el primer plano de las cosas, ya en el segundo deviene un espejismo. ¿Cómo podría desplazar la imagen a la palabra si la artisticidad, por ejemplo, es hoy, justamente, un asunto de palabras?
—¿Cómo evalúas la literatura de los más jóvenes?
—No conozco mucho la literatura de los jóvenes, pero sí sé que hay jóvenes con mucho talento creativo, capaces de escribir de manera inquietante.
—¿Crees que existe en Cuba una narrativa al nivel de las exigencias del público lector?
—En Cuba hay una crisis con eso. Se suponía que la lectura y la recepción en general iban a ser masivas, pero la creación y la educación del lector se encuentran en un cuarto o quinto lugar con respecto a las urgencias y escaseces de la vida cotidiana. La tendencia general en Cuba era la de arreglar, en primer lugar, los asuntos del alma y el espíritu, y poner en segundo lugar los asuntos materiales de la vida diaria. Esto ha variado ¡Y aun así hay lectores! Yo mismo, que me aparto de cierta mainstream, tengo lectores y mis libros se agotan. Todavía, por suerte, hay personas que van a buscar libros y leen. A pesar de las regencias de la imagen, el lector está ahí, sobreviviendo, y supongo que es un lector que busca verse en los libros, pero también anhela viajar, volar y vivir más allá de lo inmediato.
«Por otra parte, me siento inclinado a decir que ahora mismo hay algunos libros a la altura de determinadas exigencias del público lector. Pero todo eso hay que valorarlo con cuidado. Las exigencias del lector podrían hallarse en un territorio creativo adonde la literatura no le interese ir, o que se entienda mejor no con la literatura, sino más bien con el periodismo, el reportaje novelesco, o el testimonio».
—¿Cómo defines a Alberto Garrandés?
—¿Alberto Garrandés? Hmm, es un buen tipo, creo. Buena persona. Tímido, un poco solitario y muy familiar. Un escritor constante, pero muy atento a la vida. Garrandés sabe que la literatura no es lo más importante, aunque no deja de reconocer que lo define desde el centro mismo de su existencia y su yo. Garrandés descree de la vida literaria, apenas sale de su casa, y, sin embargo, le gusta conversar, cocinar, colar café, recibir a amigos y personas que necesiten ayuda profesional (estudiantes, por ejemplo). Me dice que te diga que él es un poco oscuro, debido a sus inmersiones literarias en el lado nocturno de la existencia, pero que puede ser luminoso y entonces se deja ver un poco más.