Luis Yuseff, uno de los poetas y editores más sobresalientes del panorama literario cubano actual, es autor de más de una decena de libros, y director de la prestigiosa Ediciones La Luz, de su ciudad natal, Holguín
«El poeta que soy no necesita presentarle cartas credenciales al editor. La poesía estuvo primero, y la edición es un oficio que he ido aprendiendo con el paso de los años». Así se define sin dar margen a posibles desencuentros entre dos universos que se le complementan día a día Luis Yuseff (Holguín, 1975), uno de los poetas y editores más sobresalientes del panorama literario cubano actual. Autor de más de una decena de libros, es también el director de la prestigiosa Ediciones La Luz, de su ciudad natal.
Sobre su entrega en cuerpo y alma a sus dos grandes pasiones: la poesía y la edición, las cuales ejerce con el máximo de responsabilidad, conversamos con él, con el fin de acercarnos a su obra y conocer algunas consideraciones suyas en torno al apasionante ejercicio de editar.
«Quien se dedique a hacer de editor, debe saber que una vez iniciados en este difícil arte, es poco probable que te deshagas de la mirada escrutadora, cuestionadora, desafiante que te exige cuidar el libro de los otros, soñar el libro de los otros, defenderlos incluso de los otros (el autor). Y esas contiendas garantizan que ya no tengas descanso nunca más. Saber cuán perfectibles son los procesos que tributan al libro, quita el sueño: desde la rescritura de un texto, ajeno, hasta el párrafo diagramado con escasa pericia o la elección desafortunada de una imagen para la cubierta. Sin embargo, el poeta no desfallece, sino que permanece ahí, en esa hora de vigilia, cuando siento que el editor no supo hacer lo mejor. Entonces, dejo que se abracen como dos viejos conocidos que se sorprenden hablando el mismo idioma en esta torre de Babel.
―¿A quién priorizas, al poeta o al editor?
―Como no hay rivalidad entre ellos, no debo marcarles territorios. Tengo bien entendido cuáles son sus alcances individuales. El poeta trabaja con silencios, y el editor se mueve por espacios exteriores. El editor puede programar su agenda diaria, el poeta es hijo de la noche. El poeta es intraducible, el editor articula el lenguaje. El poeta y el editor no siempre comparten lecturas. Escribir me agota, y editar hace que descanse de mí.
―¿Cómo es tu disciplina de trabajo, si la tienes?
―No soy un ser de estrictos rituales, salvo el de hacerme un café en la mañana, lo primero. El resto se organiza en dependencia de las trivialidades en las que se ve obligado uno a detenerse, injustificadamente.
«Cuando llego a Ediciones La Luz no entro a “trabajar”, sino a justificar mi existencia creativa. Entiéndase que la rutina es lo menos común en cada uno de mis días. Siempre he pensado que aburrirse es resultado más de una limitación personal que de una condición de la inteligencia; por tanto, el proceso más rutinario siempre tiene algo de indagación obligatoria».
―¿Cuáles son las premisas para conformar el catálogo de Ediciones La Luz?
―Hay que recordar que Ediciones La Luz es una de las cinco editoriales que la Asociación Hermanos Saíz fundó a finales de los años 90 del pasado siglo. Su propósito es publicar la obra de los jóvenes artistas y escritores cubanos, aunque no olvida que todos tenemos «maestros», y son esos los que cada año aparecen en nuestro catálogo, dentro de la colección MehrLicht, como custodiando la obra de los escritores más jóvenes.
«La propia colección Abrirse las Constelaciones, por ejemplo, dedicada a los autores preferentemente inéditos, no es más que un homenaje obvio a la obra de Delfín Prats, premio nacional de Literatura y reconocido por la AHS como Maestro de Juventudes.
Por tanto, en el catálogo de Ediciones La Luz conviven varias generaciones, varias maneras de entender los procesos creativos, de comunicarlos. Atravesar el cristal del prisma quizá sea lo que más los emparenta. El diapasón se abre después, cuando cada uno retoma o continúa su obra».
―¿A qué crees que se debe el prestigio de la editorial que diriges?
―Cada campaña de promoción del libro y la lectura que hemos propuesto a lo largo de una década y más, es el resultado de mucho esfuerzo, donde un grupo de seres humanos se reinventa cada día, y asume las mismas camisas de fuerza de la cotidianidad que cualquier otro equipo de trabajo, pero es capaz de poner pie en tierra y dejar ver promesa donde hay juventud; belleza, donde cabe la desesperanza, y —aunque parezca cursi—luz, donde hay oscuridad.
―¿Cuál es el balance de Ediciones La Luz en la recién finalizada Feria del Libro?
―La más reciente Feria Internacional del Libro ha dejado un mensaje que no se puede desatender. Aquellas filas interminables de personas que buscaban a cualquier precio llegar hasta la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña o al Pabellón Cuba desaparecieron de la noche a la mañana. Cualquiera que sea el resultado del análisis sociológico que se haga, y que de seguro tiene unos cuantos determinantes, pues siempre hay uno que someterá brutalmente a todos los demás, y es la ausencia casi absoluta de novedad editorial. Cuba ha dejado de tener sorpresas editoriales e incluso, ni los planes calculados minuciosamente en su economía han podido garantizar su disponibilidad en los anaqueles, donde conviven libros de escaso atractivo junto a otros, bien interesantes, pero desfasados, pues han sido invisibilizados por la limitada promoción que mayormente se genera desde las instituciones.
«El lector del mundo ha cambiado y el lector cubano, también. La economía mundial se transforma y en Cuba no es diferente. No se puede pretender seguir produciendo libros con el mismo modelo de un par de décadas atrás, porque cada año que pasa el papel y los recursos todos se encarecen, y eso se traduce en menos posibilidades de revitalizar catálogos e inventarios, mientras, el lector languidece o emigra a otras maneras de consumo cultural. Y no es que esto último sea particularmente pernicioso, sino que ni el valor simbólico, ni el valor de uso del libro impreso deben ser remplazados por tecnologías con obsolescencia programada, al contrario, deben convivir todos los formatos de socialización del libro. El libro impreso
debería ser un testigo permanente,
disponible a impresión por demanda, más allá de los necesarios e insostenibles subsidios estatales. No tener libros impresos es un pecado capital; pero tenerlos en formato digital y no dejarlos ver es igual de condenatorio.
«El gestor cultural cubano no puede seguir creyendo que su público meta permanece únicamente sentado frente a la pantalla de la televisión o con el oído pegado a la bocina de la radio, donde se anunciará qué libro estaremos lanzando la próxima semana, en día y hora determinados. No, no puede, porque habrá perdido más del 90 por ciento de sus posibilidades de triunfo con una batalla librada desde la ridiculez y la mediocridad. Y todavía puede ser peor, cuando esos mismos colegas subestiman a los públicos que acuden a los espacios de presentación, sobreponiéndose a verdaderos viacrucis cotidianos, algunas veces cautivos, pero otras movilizados por un interés real, y que terminan por marcharse a sus casas entre decepcionados y heridos, porque ni el autor ni los intermediarios del libro supieron convencerlos del valor de la novedad, de por qué es importante, y necesario, leerse a un clásico, pero también a un autor novel.
«Creo que el hecho de haber entendido parte de estos procesos y de proponerlos al lector con una —digamos— envoltura atractiva y decorosa, efectiva y trabajada con profesionalidad y responsabilidad es por lo que Ediciones La Luz regresa a casa después de la 31ra. Feria Internacional del Libro con el Reconocimiento Especial del Instituto Cubano del Libro, como la editorial más integral del sistema conformado por casi dos centenares de casas».
―¿Cuáles son tus proyectos futuros en la escritura y en la edición?
―Como editor, me seduce la idea de desarrollar la transmedialidad para cada título que propone La Luz, y en un rinconcito sombreado de mi alma, acaricio el sueño de ser el editor de la poesía completa de Octavio Paz para el lector cubano. En la escritura, pues hace mucho que espero por la edición compilatoria de mis libros, publicados hasta la fecha, bajo el título Yo voces, que es un verso que le he tomado prestado a Alejandra Pizarnik. Este libro, prologado por Virgilio López Lemus para Letras Cubanas, es una suerte de autoantología, conformada con desconfianza y muchísimo pudor. Volver a esos poemas me provoca un tremendo vuelco en el estómago, porque ya puedo imaginar lo que tiene que decirme el editor que soy. Si la vida me diera la oportunidad, todos esos poemas serían absolutamente rescritos. Y olvidados.