El primer trasplante de pene y escroto fue realizado recientemente en una intervención de más de 12 horas
El joven no supo que caminaba sobre un terreno minado. Siguió andando en la misma dirección y con el aire intempestivo de quien lo ha visto todo. Su mayor error de ese día. Y del resto de sus años. La repentina explosión terminó por arrancarle toda la pared abdominal baja y el área genital. Sí, así, exactamente como se lo está imaginando.
Pero como siempre hay por ahí un equipo de científicos que se atreve a lo nuevo y aparta el conformismo, el departamento de Cirugía plástica y reconstructiva del hospital John Hopkins, con la guía del doctor Andrew Lee, su director, emprendió a finales de marzo una intervención de 14 horas para trasplantar el pene, escroto y tejido de la pared pélvica de un donante fallecido al cuerpo del joven lesionado. En este punto, si la novela cubana le sigue pareciendo más interesante que esta hazaña quirúrgica, mejor ni siga leyendo, usted está curado de espanto.
La operación, el primer alotrasplante compuesto vascularizado de pene y escroto —para traducir un poco estos términos, se trasplantó piel, huesos, músculos, tendones y vasos sanguíneos— contó con un equipo de 11 especialistas de diferentes áreas y se considera altamente exitosa.
Se espera que en unos meses este paciente, que prefirió el anonimato, logre recuperar la función sexual, algo que las reconstrucciones tradicionales no aportan. «Esperamos que un trasplante como este le permitirá recuperar su función urinaria y sexual y le conduzca a una vida normal», dijo el doctor Rick Redett, director clínico del Programa de Trasplante Genitourinario.
El doctor Lee, por su parte, declaró que las razones de esta complejísima empresa médica tienen que ver con las heridas emocionales que causan este tipo de lesiones. De hecho, el médico estadounidense ha dedicado buena parte de su carrera a este tema, y lo describe de este modo:
«En un simposio en 2014, organizado por la Universidad John Hopkins, titulado Intimidad después de ser heridos, oímos de esposas, familias y cuidadores (...) sobre el impacto devastador de las heridas genitourinarias en su identidad, autoestima y en sus relaciones íntimas. Mientras las amputaciones de las extremidades son visibles y causan discapacidades evidentes, algunas heridas de guerra están ocultas y su impacto no es claramente apreciado por terceros».
Con tales ideas en mente, y apostando por sanar aquellas heridas que laceran también la sicología de los mutilados, el Programa de Trasplante Genital de la John Hopkins de la cirugía reconstructiva a casos postraumáticos se impuso la meta de dar un salto médico histórico, debido a que ese tipo de lesiones no son tratables con opciones convencionales. En este caso, superó el precedente médico del Hospital General de Massachusetts, en Boston, que un año atrás realizó la primera operación de este tipo en Estados Unidos, aunque solo incluía trasplantar propiamente el pene.
Igualmente, el primer caso de trasplantes genitales fue realizado por un equipo de cirujanos del Tygerberg Hospital y de la Universidad de Stellenbosch, en Cape Town, Sudáfrica, en 2014, un hito que quienes escriben desde Occidente suelen omitir.
Pero más allá de una bonita historia de vida mejorada y avance técnico mediante el esfuerzo profesional de un grupo de doctores, este caso motiva preguntas interesantes sobre el trasplante como opción médica que hacen reflexionar.
¿Qué suena hoy en el debate médico sobre trasplantes? ¿Por dónde anda el debate ético que suele generar? ¿Qué tan lejos ha llegado la idea reiterada de un trasplante de cabeza humana?
Habría que ir a 2015, cuando uno de los anuncios de trasplante asombró también por lo revolucionario de la idea. El doctor italiano Sergio Canavero, director del Grupo de Neuromodulación avanzada de Turín, anunciaba que dos años más tarde lograría lo nunca visto en este campo médico: intercambiar cabezas humanas exitosamente.
Apenas a finales del año pasado su polémica personalidad —entre científico y sensacionalista personaje de novela mágico-realista— regresaba a los titulares cuando declaraba que había logrado su hazaña.
Quien ya ni se acordaba del susodicho personaje volteó a mirar de nuevo para chequear cuánto de verdad había en el asunto. ¿El resultado real? Discutible.
Científicos de la Universidad de Medicina Harbin (China) asociados a Canavera anunciaron sin amarres de lengua que lograron demostrar la efectividad de trasplantar una cabeza humana —he aquí el dato polémico del supuesto éxito— en un cadáver.
«Todos dijeron que era imposible, pero la cirugía ha sido exitosa», remató entusiasta el profesor italiano.
El dato que más optimismo revestía era que, siempre según sus propias palabras y sin otra evidencia, la intervención practicada en realidad por el doctor chino Xiaoping Ren, hizo posible el funcionamiento de la columna vertebral, los nervios y vasos sanguíneos del cadáver al que le fue implantada la cabeza. Pero los voceros del «éxito» no ofrecieron mayores detalles que esa escueta frase al respecto.
El debate por mayores resultados y claridad acerca de la seriedad en los procedimientos no se hizo esperar mucho. El periodista Raúl Vázquez, de la revista digital Hipertextual, resume en un par de ideas la polémica desatada en febrero de este mismo año tras el anuncio de éxito por parte del equipo de Canavero:
«En los dos únicos casos conocidos de trasplantes de cabeza realizados por este equipo, uno en un mono que según las declaraciones sobrevivió sin conciencia 24 horas, y la implantación de injerto en una rata, el nivel del supuesto éxito nunca ha podido ser constatado por una comunidad científica externa al grupo.
«Para este nuevo procedimiento que nos anuncian como “el primer trasplante humano de cabeza en la historia” la cosa no es muy distinta —sintetiza el columnista de Hipertextual—; es decir, hasta el momento no hay un paper publicado, no hay detalles ni resultados, solo sabemos que ha sido “exitoso”. Lo único que sí se sabe es que una cabeza humana (de un cadáver) se colocó en el cuerpo de otra persona (muerta), nada más».
Sin embargo, la ola de hurras sin mayores averiguaciones se traza en paralelo con la de críticas a declaraciones sin evidencias que llegan a tildar al doctor italiano de verdadero charlatán.
Por esta vez, Detrás de la ciencia asume la humildad de quien no posee, como el resto del mundo, acceso a lo que verdaderamente haya ocurrido en la mesa de intervención del misterioso grupo. Deberemos quedarnos con la inquietud sembrada —o trasplantada— como toda meta, y desear que cuando el colorido profesor italiano anuncie a los medios su próximo trasplante de cabeza en donantes de órganos con muerte cerebral sí haya datos, grabaciones, pruebas y un verdadero y rotundo éxito.
De ahí entonces, habrá de partir la siguiente y enconada discusión a la que sumarse: ¿hasta dónde es ético trasplantar una cabeza humana? ¿Quién sobrevive y quién permanece muerto? Y otra cuestión de larga data que abarca hasta a la misma filosofía y la cultura: ¿habita la mente en el soporte físico del cerebro? ¿Está la identidad fijada a ese órgano o al resto del cuerpo?...
Quedémonos por hoy, al menos, con un final feliz y real, que aporta la ciencia. Y, por qué no, con el sueño provocador que propone ¿la seudociencia?
En la imagen, el área en que los cirujanos implantaron los nuevos vasos, tendones, tejidos, y músculos. Foto: Pinterest