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Tormentas invisibles

Durante los últimos meses se han registrado episodios solares imperceptibles para muchos, llamaradas y tempestades magnéticas

Autor:

Iris Oropesa Mecías

Chocar contra un poste por andar revisando los mensajes en el teléfono móvil puede ser. Olvidarse del juego de pelota Industriales-Granma por estar estresado, y luego andar preguntando el marcador aunque medio mundo sabe que fue nocaut… bueno, puede ser. Pero el colmo de la distracción sería que pasara una tormenta solar, con todas sus respetuosas llamaradas más potentes que la bomba de Hiroshima, y los terrestres hayamos notado solo que el radio no funcionaba bien o que el móvil se reinició de repente, y eso fue lo que nos ocurrió a muchos en los últimos días.

Sin embargo, desde hace meses el astro rey está dando de qué hablar, y a pesar de que la tormenta solar reciente no dejara más huella que un par de dispositivos sin recepción, habría que preguntarse a qué se debe la turbación solar de este año.

El Sol anda inquieto

Después de la fiesta astronómica que fuera el eclipse solar que el 21 de agosto cruzara el horizonte de Estados Unidos, la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (NASA) —que aprovechó esa ocasión para divulgar la astronomía de un modo espectacular— informó con un tono muy distinto mediante un comunicado en septiembre que el Sol había emitido una cantidad de llamaradas solares inusualmente alta. El Observatorio de la Dinámica Solar de la NASA no dudaba en considerar anormal su comportamiento, debido a que la etapa del ciclo en la que se encuentra el astro rey no suele registrar tanta actividad.

El ciclo solar actual, el número 24, comenzó en diciembre de 2008 y para esta fecha, explicaba el comunicado, debía estar disminuyendo en intensidad, puesto que estamos en el noveno año del ciclo, que consta de 11.

Foto: Tomada de NASA Sun and Space

Días después, los medios se inquietaban con la nueva detección de varias llamaradas solares intensas, que llegaron a provocar una tormenta magnética para los días 12 y 13 de octubre, sin otros daños que algunas pérdidas de recepción digital, aunque reiterando la preocupación por la actividad solar inusual.

Pero el asombro por este aumento de llamaradas solares habría que ir a buscarlo a estudios que desde 2011 anunciaban un futuro muy distinto para el astro rey.

Tres estudios independientes sobre la superficie, el interior y la atmósfera superior del Sol publicados en National Geographic por investigadores del Observatorio Dinámico Solar (SDO) de la NASA, y del Observatorio Solar Nacional, en Estados Unidos, aseguraban que el siguiente ciclo solar se retrasaría mucho, o tal vez ni siquiera llegara.

Los datos indicaban que pronto tendría lugar lo que se conoce como mínimo solar, un período de baja actividad solar, o letargo, una etapa en que el número de manchas solares suponía un descenso de las temperaturas y llamaradas, y sería aprovechado para hacer estudios y observaciones más arriesgadas.

¿Cómo es posible, entonces, que para el final de este ciclo solar estemos presenciando la resurrección de agresivos vientos solares y las consecuentes tormentas magnéticas?

Comprendamos al Sol

Hay un ABC que es necesario comprender para entender este comportamiento. El primer elemento sería el de las siempre atractivas manchas solares: un fenómeno conocido desde antes de la invención del telescopio —pues es posible observarlo a simple vista— registrado en crónicas medievales, y que sería confirmado luego por Galileo en sus observaciones.

Las manchas, que han inspirado en el campo de las artes la idea de la imperfección como lo verdaderamente hermoso, son las asombrosas regiones oscuras en la superficie de nuestra estrella mayor. Aparecen en grupos de hasta decenas de miembros, con tamaños muy diferentes y varían su aparición sobre la superficie solar por períodos.

Durante muchos años el aspecto oscuro de las manchas hizo surgir historias legendarias del pensamiento mágico, como la presencia de agujeros en el Sol, hasta que se descubrió lo que verdaderamente sucede: en el interior de esa región la temperatura es menor en unos mil grados Celsius que la temperatura de la región circundante; de ahí la oscuridad en contraste con el brillo solar.

Otro gran descubrimiento sobre las manchas solares sería que estas están asociadas con una actividad magnética muy fuerte. Y aquí es donde se conectan con las tormentas magnéticas que pueden azotar al planeta.

Hacia 1843, el astrónomo S. E. Schwabe descubrió que el número de manchas solares visible variaba de manera periódica en un intervalo de algo más de 11 años. Había descubierto los ciclos solares de 11 años, como reseñó en su libro El tercer ciclo natural, el profesor de astrofísica de la Universidad de Oxford Arnab Rai Choudhuri.

Poco después comprobaría que las manchas alcanzan su máxima actividad al mismo tiempo que se detectan perturbaciones magnéticas sobre la Tierra. Solo con los grandes avances en física de plasmas durante los últimos decenios se ha podido tejer una teoría coherente sobre el origen del ciclo y entender las repercusiones de las grandes explosiones solares sobre la Tierra.

En efecto, en 1908 otro gran físico, George Ellery Hale, descubrió que las manchas solares eran regiones de un campo magnético intenso. El campo magnético de una mancha solar grande puede multiplicar por 5 000 la intensidad del campo magnético existente alrededor del polo geomagnético de la superficie de la Tierra. Una diferencia abrumadora. Era la primera vez que se registraba la existencia de campos magnéticos fuera de la Tierra, y la «confrontación» entre los campos magnéticos solar y terrestre.

En especial cuando el astro experimenta un episodio particularmente intenso de manchas, se hacen más frecuentes las violentas olas que agitan grandes masas de plasma magnético hacia el planeta. Se generan entonces las tormentas.

La Tierra atormentada

La tormenta magnética, según la define el profesor de Física Arnaldo González Arias, de la Universidad de La Habana, «es una perturbación transitoria global del campo magnético terrestre. Consiste en un descenso bien definido de la intensidad del campo en todo el planeta, no mayor del 0.5 por ciento. Dura entre 12 y 24 horas, seguido por una recuperación gradual que persiste de uno a cuatro días. La disminución es causada por un campo magnético sobrepuesto que se suma al campo terrestre en dirección contraria, reduciendo su valor. Se genera en el cinturón exterior de radiación que circunvala al planeta, cuando la corriente de anillo es reforzada por los protones procedentes de alguna erupción solar violenta».

El viento solar, por su parte, «es un flujo de partículas cargadas —principalmente protones y electrones de alta velocidad— que inciden continuamente sobre la Tierra, provenientes del Sol», explica el profesor en su artículo Tormentas magnéticas y magnetosfera.

A nivel teórico se considera que una tormenta magnética que superara la capacidad resistente de nuestro campo podría «arrancarlo» de la Tierra, de ahí que se monitoree a través de satélites y observatorios el comportamiento de cada ciclo solar.

Daños posibles de una tormenta magnética

En las áreas de tecnología y comunicación pueden afectar la ionosfera, donde se generan las ondas de radio, y provocar el llamado arrastre, al perturbar la posición y funcionamiento de los satélites. Los mayores daños registrados fueron los ocurridos en Canadá en 1989, que desconectaron la electricidad de toda la ciudad de Quebec durante más de ocho horas.

A la salud humana, la exposición a niveles de radiación solar intensos podría traerle efectos devastadores, como la destrucción a nivel celular; sin embargo, la atmósfera terrestre y la resistencia de nuestro campo magnético propio impiden hasta hoy esos altos niveles de exposición y han limitado el efecto de las tormentas provenientes de llamaradas solares a daños prácticamente imperceptibles, como irritabilidad o ansiedad en quienes son más susceptibles.

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