Creo que a cada rato es bueno recordar la historia. Tratar de entender lo que pasó es, a mi entender, tan saludable e inteligente como tratar de saber lo que está pasando en los días en que se vive. A la historia siempre se le está tratando de cambiar, alterando los hechos, y a veces, hasta borrándolos.
Leo se inventó un mundo propio, como una coraza. Su padre, envuelto en su honda tristeza, y su madre, fuera del hogar. Ninguno sospechaba lo que pasaba con el adolescente, que poco a poco se distanciaba de su vida normal para «robotizarse» a partir de ansiedades, depresión y angustias.
Es tiempo de mangos. Del mango por excelencia, del que parece un bizcocho, del que no te deja ni una hilaza en la boca. Tienen la carne firme, apretada. La miel se anticipa. El olor te penetra, te doblega. La naturaleza se esmeró, se deleitó hasta caer rendida.
Fíjense que las calumnias contra Cuba no nacen del restaurante Versalles de Miami, ni de la Calle Ocho, ni de las emisoras de radio anticubanas de esta ciudad, ni tampoco de los canalitos de la televisión que aquí transmiten en español. No, esas, la mayor parte de las veces, vienen de las alturas mediáticas o gubernamentales de este país.
Las descripciones del hecho reflejan el dramatismo de una situación que se repite casi a diario, una rutina mortal que desangra moralmente a Estados Unidos y lleva luto y dolor a no pocos hogares.
El recuerdo de mi padre es un tesoro que conservo a prueba de olvidos en el entrañable relicario de mis afectos. Aquel buen hombre de canas precoces y perenne sonrisa fue tan importante en mi vida que devino referente. Hoy, cuando mis años superan a los suyos en el momento de su partida, sus códigos existenciales continúan marcándome derroteros, aun en los escenarios más difíciles. Es una pena que no siempre los aplique a pie juntillas. Se dice con toda razón que las personas se parecen más a su tiempo que a sus padres.
El camino, que atraviesa la línea del tren rota por las aguas, está bien seco. Abunda el polvo. El sol castiga, y no puedo mirar el teléfono. El resplandor no deja ver. Tapo la pantalla con la mano. Pongo mil veces el celular en modo avión, ya cansa; aprieto y vuelvo a apretar los datos. Nada. No comunico. No habrá tuit.
Basta que el peligro mortal aceche a alguien para que acá se desencadene la audacia y el coraje de incontables prestos a salvarlo, aunque en el intento puedan perder la vida, una cualidad de amor por el prójimo desarrollada y enraizada a partir de aquel enero redentor.
¿Hacia dónde va la izquierda en el mundo?
Cuentan que Akira Kurosawa, uno de los grandes maestros del cine mundial, era capaz de aguardar días y semanas completas a la espera de una tormenta.