Ahora que ruedan noticias y expectativas sobre nuevos trenes evoco los de mi infancia detenidos en la nostalgia: siempre pulcros en la comodidad, con pasajeros silenciosos y somnolientos. Eran para el niño viajero un caleidoscopio vertiginoso de los paisajes cubanos por sus ventanillas. Puntuales, al punto de que los vecinos del pueblo confirmaban la hora con sus pitazos, mientras la chiquillada se alebrestaba por las callejuelas.
Muchísimas personas se explayan con frases que califican a esta canícula de espanto. Y para rematar, como si fuera la primera vez, dicen que lo único que nos faltaba es este embate de polvo del desierto del Sahara. ¡Le zumba! ¿Verdad?
Era esperado el análisis en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU del «tema» Venezuela. Pero muchos tuvimos la ilusión de que no fuera exactamente así. ¡Ilusa que es una!
Surcar la isla grande del archipiélago cubano, sentir su geografía alargada y estrecha, atravesar las infinitas llanuras del Camagüey, rodar en un ómnibus de La Habana a Santiago, ir hasta el oriente del oriente, hasta Guantánamo… es un ejercicio fuerte. ¿Será por esa circunstancia que siento cercano cada rincón del país? ¿Será por eso que cada barrio me encanta y me duele?
No asomaban las primeras luces del amanecer cuando, sin haber cumplido aún los 12 años, María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, hija del conde de Jaruco y futura condesa de Merlín, escapaba corriendo por las calles solitarias de La Habana colonial de la reclusión forzada en el Convento de Santa Clara y de sus claustros que hoy nos parecen tan hermosos.
Si la llamamos Ley para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubanas (su verdadero nombre) sonaría poco familiar; sin embargo, de mencionarla como Ley Helms-Burton, enseguida la identificaríamos: engendro anticubano más perverso de las administraciones norteamericanas.
La frase que más retumba, sin pelos en la lengua, en la tribuna de la calle, más allá de la obvia satisfacción por el aumento salarial, expresa la preocupación de la gente en que se vayan a disparar los precios de los productos o servicios.
Hoy Juan Rodríguez no se defendió. Para escapar de sinsabores y hasta de alguna injuria, abrazó la resignación. No lo dejaron ver Palmas y cañas, el programa que le gusta y solo emiten una vez cada semana. Pedir que cambiaran el canal hubiera desatado una pelea. Pero lo piensa y tiene razón: si durante todo el día, las niñas repasaron los mismos muñequitos, la nieta disfrutó la novela, y algún otro vio una película, entonces a él también le corresponde su espacio.
Un celular sirve para muchas cosas. Sirve para ayudar en la comunicación; para facilitar (a veces complicar) los contactos y las gestiones de las personas. Sirve, por ejemplo, para mantenerse localizable (en ocasiones, demasiado ubicable). Y sirve, también, para almacenar información, tirar fotos, hacer videos y hasta para usarlo de linterna y escrutar el oído enfermo de una paciente después de sonarle un buen jalón de orejas, sin previo aviso, como ocurrió delante de este periodista en una consulta del cuerpo de guardia del hospital provincial Antonio Luaces Iraola de Ciego de Ávila.
Se ha ido uno de los dignos, de los imprescindibles, de los que desde su trinchera local —porque siempre estaba en una trinchera— irradiaba luz, inspiración, admiración y ejemplo. Se fue el que nunca dejó de ser aquel niño de 15 años que fue a Girón a defender la Patria y nuestro futuro.