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Convivir no alcanza

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Hoy Juan Rodríguez no se defendió. Para escapar de sinsabores y hasta de alguna injuria, abrazó la resignación. No lo dejaron ver Palmas y cañas, el programa que le gusta y solo emiten una vez cada semana. Pedir que cambiaran el canal hubiera desatado una pelea. Pero lo piensa y tiene razón: si durante todo el día, las niñas repasaron los mismos muñequitos, la nieta disfrutó la novela, y algún otro vio una película, entonces a él también le corresponde su espacio.

¿Cuántas veces estas escenas se repiten en los hogares cubanos? Rechazo, administración de su dinero sin consentimiento, descuidos intencionales, burlas grotescas y abandono, son algunas situaciones violentas sufridas por los ancianos. Sin embargo, ocurren en los domicilios y, por eso, suelen ser difíciles de detectar e intervenir.

La vejez y la convivencia de varias generaciones se comprenden, casi siempre, como problemáticas sociales que solo engendran inconvenientes para la familia. No obstante, es precisamente este estereotipo la manzana de la discordia.

Las causas del fenómeno se redimensionan pues, en la Cuba del 2025, seremos el país más envejecido de Latinoamérica. Además, es común que en esta isla distintas generaciones vivan bajo el mismo techo. Sería una loable propuesta que el nuevo Código de Familia tuviera un acápite referente al cuidado de los mayores.

A quien no le sale del corazón debe tener la presión institucional y social por atender a quienes lo han traído al mundo. La recién proclamada Constitución de la República en su artículo 88 sobre los deberes del Estado, la Sociedad y la Familia hacia el adulto mayor, renueva las esperanzas en este sentido. Pero es necesario elaborar, cuanto antes, el instrumento para regular legalmente dichos deberes.

Nadie niega que la compatibilidad intergeneracional sea un tema complejo. Quizá, es por las diferencias de intereses y hábitos de los familiares, factores económicos o por la falta de educación formal, donde llevan una gran carga la comunicación y el respeto.

No obstante, esas barreras son superables en la medida en que se eliminen las contradicciones existentes, sobre la base del diálogo y la comprensión. A la par, resulta vital no violentar la intimidad de los ancianos, por ejemplo, asumiendo la existencia de su sexualidad o tomándolos en cuenta en el reordenamiento físico de la vivienda. Por otro lado, es conveniente negociar los horarios de todos para, entre otras actividades, estar juntos en armonía.

Pero la situación es diferente cuando los adultos mayores se perciben como una carga, por demandar atenciones especiales, y llueven los pretextos para no apoyarlos. De ahí la importancia de sustentar las relaciones familiares en el amor y la consideración, pues esto se traducirá en salud física y mental para la persona de la tercera edad.

La vejez no es una enfermedad y, por ende, el anciano es capaz de reincorporase laboralmente tras la jubilación o ayudar en los quehaceres del hogar. Incluso, es común que los abuelos sean un pilar fundamental en la crianza de los niños, sin que ello implique, de forma alguna, la imposición de criterios. Como dicta la sabiduría popular, «la cama enferma» y, en la práctica, una persona de la tercera edad aumenta su calidad de vida al sentirse útil.

Recordemos que lo importante no es solo que las personas vivan muchos años, sino que se sientan atendidas y seguras. En este caso, no necesariamente la tercera es la vencida. Las necesidades de las personas mayores pueden engranarse con las metas de toda la familia. En nuestra sociedad, es, tal vez, una tarea pendiente.

La insensibilidad y el egoísmo de familias como la de Juan no pueden convertirse en una tendencia creciente. Ello dependerá, en gran medida, de la labor educativa que, como nación, desarrollemos para desarraigar prejuicios en torno a la vejez, acercar intereses y crear códigos comunes para la comunicación entre generaciones.

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