A diferencia de Silvio Rodríguez, si yo lograra hacer helado con el hielo de los polos (cada vez más a la deriva, por desgracia), sí le daría a probar a todos los mentirosos y cobardes del planeta, y sé que mucha gente de las que aún ama y arde en estos tiempos estaría de acuerdo, porque si algo ha demostrado Cuba en cinco siglos de reinventarse a sí misma, es que la solidaridad también se contagia por la boca.
Cuba, isla bella que se yergue cual rígida palma entre las aguas azules del mar Caribe, solidaria, hermana y guía de la América Latina. País que hace una Revolución, que unió a los pobres de la tierra en igualdad de derechos a solo 90 millas del imperio más poderoso del mundo: Estados Unidos.
Al juzgar por los comentarios en la calle, la noticia generó sus expectativas. Felizmente —por lo que se ha dicho y por las imágenes mostradas por la televisión—, dentro de muy poco los cubanos podrán viajar en tren como se lo merecen. Con asientos cómodos, aire acondicionado (y con estas temperaturas, por favor, aplausos), con cabinas ambientadas y con un personal que, también por lo mencionado en distintas informaciones, se ha preparado para brindar un servicio de calidad.
En medio del bombardeo de noticias cotidianas llama la atención la coincidencia de los movimientos huelguísticos que, en desafío a los poderes recientemente constituidos, se han producido en países como Brasil y Chile, ambos alineados al dominio hegemónico imperial y a su instrumento ideológico, la filosofía neoliberal.
Apresurada por la inminente salida del ómnibus que me llevaría de regreso a casa, decidí entrar a la tienda La Típica, perteneciente a la cadena Caracol en la provincia de Pinar del Río. Pasados diez minutos, cuando me dispuse a recoger mi bolso (con chapilla en mano), este simplemente ya no estaba en su lugar.
La estampa más genuina de ese sentir de los revolucionarios y esas gigantescas concentraciones que nos acompañan desde hace más de 60 años, siguen sin ser descifradas por el Gobierno del norte, a pesar de tenerlas delante de sus narices.
Cada mañana, antes de seleccionar la ropa que usará para ir al trabajo, Mariana «se rompe la cabeza» pensando en unas prendas capaces de evitar las groserías de esos hombres que «se meten con ella» en plena calle. Lo intenta una y otra vez, pero ella sabe que aunque vista saya, pantalón, pantalones cortos o vestido, una blusa escotada o sin escote, ellos siempre estarán ahí para «recordarle sus bondades femeninas».
Para el Presidente de Estados Unidos el mundo no tiene otra opción que armarse y el mejor lugar para ello es… Estados Unidos. Una lectura por arribita de titulares de prensa deja ver el avance de la industria militar del imperio, empujada por la administración de Donald Trump.
Luego de un tiempo sin apenas saber de mi amigo Floro, he recibido una misiva de mi eterno cofrade que me gustaría compartir con ustedes, como ya es costumbre: