El deseo de frenar al progresismo cuaja a veces en «frentes comunes» coyunturales totalmente inéditos en Latinoamérica. Cierto que la ductilidad hace que, a veces, algunas de esas fuerzas dejen jirones de su identidad con tal de conseguir coaliciones que detengan a la izquierda. Pero debe reconocerse que tienen capacidad para metamorfosearse y —pérdida de valores aparte, porque acceder a ello es una derrota total—, quizá valga la pena reparar en ese, su nuevo arte.
Lo hemos visto en México, donde el propósito de frenar a la 4ta. Transformación unió inútilmente a la oposición desde el Congreso durante todo el mandato de Andrés Manuel López Obrador, hasta concluir en una inédita coalición que, en busca infructuosa de la presidencia, unió a dos partidos tradicionales históricamente opuestos y a un tercero que, en su momento, fue una agrupación emergente y hasta contestataria.
El legendario e histórico Partido Revolucionario Institucional (PRI) se dio la mano con el derechista Partido Acción Nacional (PAN), y encima colocó la suya el Partido de la Revolución Democrática (PRD) que, por cierto, feneció en el intento, porque los votos obtenidos individualmente por esa agrupación que fue emblema, resultaron insuficientes para mantener su inscripción en el registro electoral.
Esa coalición no logró arrebatar la presidencia prevista para Claudia Sheinbaum ni obtener mayoría en el legislativo, pero de algo les ha valido, porque seguirá tratando de serrucharle el suelo a Morena.
Algo parecido volverá a repetirse en Uruguay, donde los dos partidos tradicionales que históricamente se alternaron el poder —para más señas, ambos de la derecha— volverán a unirse para impedir que el izquierdista Frente Amplio retorne a la Presidencia, y preservar los intereses de los sectores que siempre estuvieron «empoderados».
Los resultados cotejados preliminarmente al cierre de las urnas el domingo arrojaron para Yamandú Orsi, el candidato del FA, el 44 por ciento de puntos que le auguraban las encuestas en esa, la primera vuelta, lo que lo convirtió por amplio margen de una veintena de puntos sobre su más cercano rival, en el más votado.
Pero habrá balotaje porque no obtuvo el 50 por ciento más uno que le habría otorgado mayoría absoluta y que exige la ley para ganar la Presidencia.
No ha hecho falta esperar que arranque en firme la campaña con vista al balotaje, previsto en noviembre, para comprobar que la derecha, fisuras posibles o probables aparte, sigue junta por sus fueros.
Desde la propia noche dominical, el aspirante del Partido Nacional, Álvaro Delgado, segundo con poco más del 26 por ciento de los votos, anunció que la coalición con el también derechista Partido Colorado que los llevó al poder en 2019, se mantiene. Y aun sin esperar declaraciones del aspirante de la agrupación del color rojo, Andrés Ojeda (16 por ciento), Delgado se proyectó como el triunfador en representación de la coalición en el poder.
Fue así como ambos partidos, lobos de la misma camada que antes fueron contendientes políticos, desbancaron las posibilidades del Frente Amplio en la segunda ronda de las presidenciales de hace cuatro años luego de tres mandatos frenteamplistas consecutivos, y dejaron en el poder al ahora saliente Luis Lacalle Pou. La historia se puede repetir.
Claro que las «lecciones unitarias», que pueden ser útiles a muchos, no valen para el Frente Amplio, una alianza que constituye verdadero ejemplo de unión del progresismo a nivel de país, y donde se vertebraron primero más de una decena de partidos, movimientos y organizaciones que para este 2024 han sumado a nuevas fuerzas.
Será preciso entonces «redoblar» de cara a la segunda ronda, como han dicho sus dirigentes, porque la cuenta matemáticamente fría de los votos colorados y blancos, y los de otras organizaciones minoritarias presentes en la coalición gubernamental, hoy mismo podrían superar los 44 puntos porcentuales obtenidos por Orsi el domingo.
Y no se trata de sumar votos por ganar, sino para tener la capacidad de devolver a Uruguay a la senda de la justicia social e integración latinoamericanista que transitó durante las gestiones de Tabaré Vázquez y Pepe Mujica, y dejar atrás el mandato retrógrado, por neoliberal, del Presidente que termina.
Crecimiento con desarrollo tecnológico, cuidado y protección de la ciudadanía y seguridad pública son, sucintamente, los grandes tres ejes del programa de Yamandú Orsi. Veremos si esa expectativa cala dentro del electorado para vencer las jugadas de ajedrez del enrevesado tablero de la política.