Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Confinado en una pantalla

Autor:

Edel Alejandro Sarduy Ponce

El cuarto oscuro. Las tres de la mañana. Solo se percibe un hedor nauseabundo, proveniente de los cabillos acumulados en el cenicero —como si llevara meses sin limpiarse—, y una botella de agua —caliente, por cierto. La habitación se ilumina en flasheos intermitentes: disparos del videojuego en el que el joven se inmiscuyó esta vez, al punto de trasladar a ese universo ficticio su propia vida.

Así era Carlos a los 19 años, un introvertido estudiante de tercer año en la Universidad de Ciencias Informáticas. Desde pequeño, su fascinación por el mundo de las tecnologías fue tan grande, que cambió a los amigos reales por una compañera fiel durante todo su crecimiento: la computadora.

Al principio, la obsesión del joven no parecía nada grave, pues su interés era bueno, o al menos eso pensaron sus padres. Al cumplir 15 años no anhelaba fiestas, celebraciones, ni salidas con amistades (que ni siquiera había forjado). Su único pedido fueron nuevas modificaciones para mejorar el rendimiento de la computadora y continuar su dedicación a la informática…

En realidad no fue así. Tras aumentar su potencial, no lo empleó en su atracción por la informática. En cuestión de días, su computadora almacenaba más de 20 videojuegos. Si bien tal suceso no resultaba alarmante, debido a la edad del chico —no es malo tener un pasatiempo, pensaban sus padres en aquel momento—, la distracción paulatina fue adquiriendo con rapidez mayor presencia en el día a día del joven.

Durante los dos años posteriores (todo su período como estudiante de preuniversitario), el rendimiento académico de Carlos mermó, a pesar de permitirle obtener su carrera de Informática. El chico no conservaba ninguna amistad, no había tenido parejas, ni siquiera ocasionales, no sabía que era practicar deportes, salir a despejar, bailar en una fiesta… todo su tiempo lo invertía en la computadora, jugando o reabasteciendo su arsenal de franquicias.

El esfuerzo de los padres en ese período de tiempo evitó la pérdida total del futuro de Carlos, pero su preocupación era creciente. Como el chico presenta una condición médica en sus huesos, obtuvo una rebaja del servicio militar activo, pero no podía ingresar directo a la universidad: debía esperar al siguiente año.

Como era de imaginarse, y a pesar de las constantes promesas de cambio del joven a sus padres, la situación, lejos de mejorar, se tornó más oscura. El futuro más importante para Carlos no era enfocarse en los estudios para entrar preparado a la universidad, ni trabajar o aprovechar el tiempo de manera productiva.

La mente del chico solo analizaba cómo superar el próximo nivel en Call of Duty, cuál sería el final de Assassins Creed Syndicate, el aumento de rango en Battlefield o lo grandioso que sería la tercera parte de Just Cause. Lo demás no era prioridad. Tal era su «entrega», que ya no pensaba en comer o en su higiene personal, y dormía solo a veces.

El año sabático resultó un período turbulento, en el que Carlos solo se movía en los alrededores de su casa, y cuando era muy necesario. Si no, su permanencia día y noche a no más de veinte metros de la pantalla de su ordenador era inviolable. Peleas con sus padres, comentarios sin sentido desde el subconsciente, dominado por el personaje al cual ¿controlaba?, muchos cigarros, alcohol o ambas, para lidiar con el estrés de hacer algo mal en los juegos, consumieron cada segundo, minuto y hora de su vida durante esos complejos 12 meses.

Una vez en el furor de la universidad, el cuartico siguió igualito: sin la más mínima organización, como la desorientada mente de Carlos. El «gamer» arrastraba a mundial tres asignaturas del primer semestre y sus notas en las restantes no eran muy sobresalientes.

Los ojos rojos, el pelo descuidado, barba poblada y cara de adicto —no a las drogas, sino a los videojuegos—… así lucía el chico que a los diez años  era un apasionado por la Informática. Y así hubiera seguido, si sus padres no hubieran interferido para buscarle tratamiento.

En la actualidad, Carlos es un excelente informático y creador de videojuegos, curiosamente, pero ya no es adicto a ellos, pues, aunque a veces disfruta de partidas, siempre recuerda la sensación amarga de permanecer confinado en una pantalla.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.