Vivimos una hora crucial, es grande el desafío si queremos superar la adversidad del tiempo histórico, si continuamos anhelando la salvación de la humanidad. La crisis desatada, cada vez más agudizada, provocada por la ambición y las ansias mezquinas de mantener a toda costa la hegemonía de un modelo que en sí mismo es insostenible, nos provoca constantemente el ejercicio del pensar. Y es que ante los conflictos de la posmodernidad, el fenómeno de la globalización y las prácticas neoliberales, que actúan como leña echada al fuego de la dominación de las mentes y conciencias humanas, excitan el pensamiento y lo estimulan de tal manera que este se adentra en una toma de partido, de conciencia, en un ejercicio de pensamiento crítico en relación con el sistema capitalista y sus modos de supervivencia, como la puesta en marcha de la llamada guerra cultural, mecanismo para lograr el objetivo dominador: la colonización cultural.
Nuestra América es víctima de las prácticas colonizadoras o neocolonizadoras de quienes ostentan el poder político, dominan las economías, son dueños de los emporios mediáticos e imponen sus modos de vida, ideas, preceptos, códigos conductuales, etc. Los pueblos nuestroamericanos padecen de un despiadado ataque proveniente, fundamentalmente, del imperialismo estadounidense. Ese ataque debilita, a partir del fraccionamiento o fractura de las identidades de los pueblos sometidos, la cultura de estos, la comprensión del presente y la realidad, la acumulación de ideas y conocimientos cuya expresión práctica hacen posible el desarrollo de los pueblos, su originalidad, su autodeterminación. El capitalismo avasallador plantea una tesis: la del hegemónico poder que impone patrones de comportamientos (vicios) y valores que desdeñan la asimilación crítica de la obra humana antecedida, del cultivo de cada pueblo en continua transformación cultural.
Son varias las vías que el dominador tiene y emplea para penetrar culturalmente a nuestros pueblos; penetración que actúa como balas que impactan sobre el cuerpo y alma de las naciones, que son lo más parecido a una inyección de confusión, desarraigo, escepticismo, descontento y despojo de tradiciones y valores forjados en el proceso de formación cultural de nuestros pueblos. El capitalismo busca afianzarse, aunque para ello tenga que apelar a los métodos más crueles y criminales que sean conocidos. De ahí que un mecanismo de dominación sea la guerra que el orden cultural (entendamos el ataque a las conciencias, las ideas, los sentimientos, en fin, la espiritualidad que define a nuestros pueblos) lleva a cabo desde hace mucho tiempo.
Cuba es, en el entramado de objetivos hacia donde se dirige la guerra cultural, de los más atacados. Probablemente sea el país que enfrente la más despiadada guerra cultural, como parte de una estrategia mayor de lo que se conoce como guerra no convencional, de cuarta generación, de tipo híbrida porque su terreno de acción es muy amplio y diverso (las calles y las redes sociales digitales). Campañas mediáticas, oleadas de fake news, linchamientos en las redes, tergiversación de la realidad, utilización y manipulación de las zonas más sensibles de la sociedad cubana en su vida cotidiana para subvertir y provocar un estallido social que provoque la caída del Gobierno revolucionario y la destrucción del modelo cubano de construcción socialista.
Enfrentamos una terrible guerra cultural, hemos de dar la batalla, con mucha coherencia e inteligencia, al fenómeno colonizador que busca imponer el imperialismo y sus aliados. Es vital un ejercicio de pensamiento crítico y acción revolucionaria que nos permita derrocar estos intentos colonizadores. Asumir una estrategia de descolonización cultural es clave, precisamos de una nueva hegemonía cultural en el mundo, y esa ha de ser desde el socialismo. Es imprescindible asirnos al pensamiento que nos arme en la batalla cultural, del cual bebamos críticamente y que nos permita elaborar un plan. Volvemos a José Martí y al plan contra plan. Conocer al enemigo, cómo piensa y actúa (desentrañarlo en sus bases) nos fortalecerá en el enfrentamiento al fenómeno colonizador con su entramado de guerra cultural, sicológica, de desinformación y simbólica.
Es el pensamiento martiano una fortaleza emancipadora que nos da la fórmula para vencer muchos de los males que hoy continúan atacando a las naciones de nuestra América, que nos arma en el enfrentamiento a los vicios que sobreviven en los pueblos comprendidos desde el río Bravo hasta la Patagonia, que señala un camino ético a la altura de su talla moral, de su ideología liberadora y su profunda vocación de justicia. No es casual la significación que le imprime Martí a la propagación de la cultura; ella es salvadora, redentora y revolucionadora. He ahí la lección: «…la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos».1
1 «Tilden», La República, Nueva York, 12 de agosto de 1886, en Obras Completas, Tomo 13, p. 301.