La chica es bonita. Muy bonita, dirían algunos. No llega a los 30 años. Piel clara. Cabello largo y lacio recogido de manera sugerente, dejando la nuca al descubierto. Delgada y esbelta camina en tacones de cinco centímetros, complementos de un uniforme que, sin lugar a dudas, está pensado para resaltar cada curva de su cuerpo. Con amabilidad, sonríe a los clientes y les hace sentir bien atendidos.
El escenario es un bar-restaurante «particular» situado en el centro histórico de La Habana, pero podría ser cualquier otro. Los negocios gastronómicos privados han ganado terreno en la preferencia de los consumidores, entre otras causas por el trato de su personal, muchas veces de calidad superior al que se encuentra en el sector estatal. No hay, a simple vista, fallo alguno en la escena. La moza antes mencionada roba la atención, se corona estrella absoluta de la historia hasta que, de la cocina, sale otra camarera que parece su doble.
«Se busca dependienta con título y buena apariencia», anunciaba un cartel en una cafetería, esta vez en el capitalino municipio de Centro Habana. La lógica fundamenta los requisitos. La formación académica asegura, o al menos promete, capacidad para el oficio estudiado, mientras que el aspecto resulta fundamental para el empleado de servicio, quien es imagen pública de su centro de trabajo.
La cuestión se complica cuando se profundiza en lo que se pide al demandar de los aspirantes a un puesto «buena apariencia». Óptimos hábitos higiénicos y corrección al vestir no son exigencias ilógicas, mas no suelen terminar ahí las pretensiones de los empleadores.
«Mujer de 18 a 30 años», limitaba a las posibles candidatas la oferta de trabajo en un centro nocturno en el Vedado, La Habana. «Muchacha de buena presencia», solicitaban para vendedora en Matanzas mediante un sitio web. «Joven de tez blanca», buscaban a través del mismo portal digital quienes proponían una plaza de camarera.
No son casos aislados. Sin llegar a absolutizar diciendo que ocurre siempre, solo fijándose en las ofertas que se exhiben en carteles improvisados en las calles o en las que se hallan en la red de redes, se puede identificar una tendencia estereotipadora y segregacionista en el sector no estatal del mercado laboral cubano.
La asignación de determinados roles profesionales —principalmente los relacionados con las tareas domésticas y de atención a los consumidores—, exclusivamente a las mujeres, así como las exageradas restricciones de edad para empleos que pueden realizarse con mucho más que 35 años, son hoy realidades que manifiestan una discriminación que, de no tomarse medidas, solo irá en aumento.
Aunque los contratantes privados tienen la potestad de estipular quiénes serán sus trabajadores, la elección entre varios candidatos debería ser siempre por la aptitud en lugar de por caracteres físicos. En el artículo 43 de la Constitución de la República de Cuba, documento rector también para el sector no estatal, se proclama:
«El Estado consagra el derecho conquistado por la Revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la piel, sexo […] cualquier otra lesiva a la dignidad humana: tienen acceso, según méritos y capacidades, a todos los cargos y empleos del Estado, de la Administración Pública y de la producción y prestación de servicios».
La proliferación de este fenómeno no hace sino menoscabar los cimientos de una sociedad fundamentada en la igualdad de oportunidades. Así solo se segrega a unas mientras se denigra a otras, mercantilizando su imagen, usándolas de cebo cual barbies en vitrina.