Soy un mambí incómodo. Insurrecto. Siempre irredento. Los que me quieren mucho, los que me quieren menos, los que me aborrecen y hasta los que no confían en mí, saben que acierto y yerro, siempre por convicción y no por compulsión. Es lo que hace que a diario ponga la cabeza en la almohada sin arrugas internas.
Si opino acerca de tantas cosas vitales y banales, y comparto aquellas que me mueven el piso en las escasas ocasiones en que consigo planear por Facebook, no quiero ni puedo ahora dejar de decir lo que pienso, sin presiones ni sugerencias y a mi manera, acerca de la obra protagonizada por el actual presidente estadounidense en un teatro de La Florida hace varios días:
No me gustó la locación ni el nombre de la sala ni el casting ni la figuración ni el contenido del libreto ni la dramaturgia ni las actuaciones ni la labor de los asesores históricos (imagino que los hubo) ni la escenografía ni la música. Los departamentos de vestuario y maquillaje funcionaron bien.
Se me antoja desde todo punto de vista, imposible, prestarle atención a un grupo de cubanos que asegura querer lo mejor para su gente y que pretenda hacerlo bajo una bandera y un himno que no son los de su país de origen. Está raro eso. Muy raro. No va conmigo. Hiede a anexionismo a 90 millas de distancia.
Si ese mismo grupo aplaude de manera harto entusiasta que a su gente la sigan hostigando y tratando de rendir por hambre y más miseria, automáticamente no comulgo con él. Y conmigo, una inmensa mayoría que en este archipiélago hemos pasado las verdes, las maduras y las podridas. De igual manera, me consta que hay cientos de miles de compatriotas diseminados por todo el mundo, que quieren que terminen la asfixia y el cerco a sus iguales, que dura ya varias décadas.
Que el grupo de actores y extras en aquel «motivito», además, vitoree la vuelta a la larga noche de bravuconerías y ukases imperiales de Goliat contra David, asusta y lo descalifica por completo en sus esperanzas de incidir en la vida futura de su pueblo. Los pueblos tienen memoria de elefante. Y el odio es mala hierba.
Las cosas iban. Lentas, pero iban. Obama y Raúl respetando y, sobre todo, respetándose, lo consiguieron para bien de dos naciones, de dos pueblos. Pudiera decir que hasta para bien del continente. Más aun, de la Patagonia hasta Alaska.
Ahora nos regresaron al stop motion. Al dominó trancado con los dos equipos llenos de fichas gordas. Porque si Goliat se pone guapo, por muy grande que sea, David no come miedo. Como siempre ha sido.
Hay muchas cosas buenas que me emocionan de mi tierra. Y otras muchas no me agradan del país actual que habito. Peleo, sufro y me desgasto por la vida que quisiera para mí y los míos, desde aquí. Será «la utopía de las utopías» para algunos. O un sueño estúpido. Pero es el mío. Y en ese sueño, equivocado o no, la bandera tiene una sola estrella y suena el Himno de Bayamo. Y en él caben todos los nacidos bajo las palmas reales y sus descendientes, más allá de sus posturas ideológicas o políticas siempre y cuando piensen y defiendan de corazón, con hidalguía y sentido común, lo que será mejor, de verdad, para todos los cubanos. Aquello de «con todos y para el bien de todos» no es letra muerta.
No me gustaría en absoluto que el presidente cubano intentara bailar en casa del Trump. No lo ha hecho. Y no lo hará.
De la misma manera no quiero que el Trump quiera dirigir las coreografías en la casa mía. No tiene clave.
PD: Y ahora, vengan a por mí los talibanes de todas las denominaciones. Estoy listo.
(Tomado de La Jiribilla)