Todos habían tenido al ciervo entre sus manos; pero al cabo, este se les desvanecía en el aire, para reaparecer un instante después, a lo lejos, triunfador, burlón, como desafiándolos. Entonces, los habitantes de la isla de Nauja, excelentes guerreros, pidieron ayuda a la gran nación vecina, y a la postre el animal fue capturado, ya por puro cansancio. Mientras los isleños se disputaban qué hacer con la presa, los aliados extranjeros terminaron por adueñarse de todo el territorio e imponer sus reglas…
Más o menos, es este el argumento del cuento El ciervo encantado, publicado en 1905 por el intelectual cubano Esteban Borrero. El texto es una muestra del sentimiento de frustración de los patriotas cubanos, al obtener la Isla la independencia de España y nacer en 1902 como una República con un apéndice constitucional, la Enmienda Platt, que fijaba nuestra relación de dependencia con Estados Unidos.
Quizá porque es la manera más metafórica de entender aquella circunstancia, este relato suele venir a mi mente cuando de nuestros inicios republicanos se trata. Así me ocurrió recientemente durante el simposio Voces de la República, que cada año y a mediados de mayo se realiza en la ciudad de Sancti Spíritus. Organizado por la Filial Provincial de la Sociedad Cultural José Martí en esa provincia, el evento es un esfuerzo por adentrarse en aquel período de nuestra historia; pero no desde una visión estigmatizada, sino desde un espectro amplio de temas, con claroscuros, con tonos tenues e intensos.
Marcado por aniversarios de gran importancia, el simposio acogió tres paneles especiales. El primero se dedicó al impacto en el imaginario nacional de los medios de comunicación en Cuba y en Estados Unidos desde 1902 hasta 1958; el segundo, a la niñez y juventud de Fidel, y el tercero, al centenario del nombramiento de la Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba.
A lo largo del evento, algunas ponencias captaron mi atención, y bien vale la pena recordar al menos dos ejemplos. El trabajo de dos profesoras universitarias holguineras sobre las similitudes entre el Programa de la Joven Cuba, elaborado entre otros por Guiteras, y La historia me absolverá, de Fidel, no solo fue un aspecto inédito para mí, sino la confirmación de la tesis de continuidad en ideas y tácticas entre los revolucionarios cubanos. Otro descubrimiento individual resultó la historia centenaria de la melodía Clave a Martí, en voz de Concepción Díaz, una veterana en estas lides yayaberas.
En la diversidad de temas, fue evidente un interés mayor por los estudios de prensa, que ya van saliendo del telón de fondo al centro del escenario, para reconocer el papel de uno de los agentes más activos en las sociedades contemporáneas. Asimismo, se notó la necesidad de publicar algunos libros como El manual del perfecto fulanista, de José Antonio Ramos, y El manual del perfecto sinvergüenza, de José M. Muzaurrieta, que muestran aquella realidad pasada y son prácticamente desconocidos por nuestros jóvenes.
Voces de la República deja el buen sabor de que el conocimiento de la historia es un proceso interminable, de que su estudio amerita la diversidad de fuentes y de contrastes, y sobre todo permite socializar el trabajo de los investigadores cubanos entre sus propios hacedores. Sin embargo, aún desluce al evento la falta de habilidad de algunos, para ceñirse al tiempo señalado y ceder espacio al debate. Del mismo modo, debe exigirse que los estudios se apoyen en fuentes de primera mano, lo que garantiza su novedad y el carácter científico e histórico. Por último, la divulgación de los resultados más sobresalientes no debe limitarse a un volumen impreso, pues a tono con los tiempos, contar con una plataforma digital significa llegar cada vez más lejos y a más personas.
Al decir del viejo historiador Ralph Turner, la historia es ante todo la política del presente. Por eso, después de Voces…, vale preguntarse si queremos ser como los casi fabulosos habitantes de Nauja. La respuesta es un NO rotundo. Aunque algunos crean que la historia puede repetirse y que nos encontramos en situación análoga a la de 1898, otras son las circunstancias, los actores y las mentalidades. Eso sí, para ser un pueblo soberano e independiente, no bastará con el valor, la inteligencia y el esfuerzo. Habrá que, en un camino trazado muchos años atrás por Manuel Márquez Sterling, contraponer la virtud doméstica ante la injerencia extraña.