Viviendo en Miami y otros lugares de América Latina desde enero de 1962, no fue sino hasta mediado de los años 70 que mi percepción sobre lo que estaba sucediendo en Cuba empezó a cambiar. Unos pocos años antes de que se realizara el diálogo entre el Gobierno cubano y algunos emigrados, comencé a ver el proceso revolucionario desde una óptica diferente a la que, hasta aquellos años, estaba acostumbrado a verla. No participé en aquella reunión habanera. Nadie me invitó. Pero aunque hubiera recibido una invitación, dudo mucho que hubiera acudido a la misma. Aún yo no estaba listo para tomar tan tremendo cambio de rumbo. En realidad, en aquella época me dedicaba a hacer dinero, viajar por el mundo y a hacer una familia. Mis inquietudes políticas, hacía años que ya las había abandonado. Algunos amigos míos que sí participaron me contaron en detalle lo que allí se habló.
Bien es sabido que a partir de aquellas conversaciones entre Gobierno y emigrados uno de los resultados fue el comienzo de los viajes de la comunidad. Aproveché la oportunidad y después de 18 años de estar físicamente fuera de Cuba, me fui a ver a mis padres y hermanos.
Poco a poco, a partir de aquel viaje, comencé a enviar cartas al periódico local, a las que continuaron artículos de opinión, poco antes de la caída del Muro de Berlín. Publicaban los comentarios míos en el Herald, a pesar de que estos se fueron volviendo cada vez más críticos sobre Miami y cada vez más favorables a Cuba. En realidad, estaba regresando a Cuba cuando esta se quedó sola. Puse a un lado las diferencias que aún podía tener con el Gobierno revolucionario y acuñé en Miami la frase de que mi oposición había sido postergada. Sentí el deber de defender la independencia y la soberanía política de mi patria por encima de conceptos políticos o ideológicos.
Durante toda esa década de los 90 fueron innumerables los artículos míos publicados, tanto en Miami como en varios periódicos de América Latina. Eran también muchas mis apariciones en programas de radio y televisión, en los que, a pesar de la muy bien conocida intolerancia de este Miami en que me ha tocado vivir, defendía a Cuba contra la política agresiva de Estados Unidos, pedía abierta y públicamente que cesaran las hostilidades contra Cuba y que el Gobierno de este país se acabara de sentar con el Gobierno cubano para que, de una forma honesta y de respeto, zanjaran las diferencias.
Cuando llegó el momento de asistir a una reunión con el Gobierno en 1994, asistí. Cuando comenzaron a darse en Cuba los seminarios de Democracia Participativa, fui uno de los que participé asiduamente y con constancia. Cuando detuvieron y enjuiciaron a los cinco jóvenes cubanos, los defendí públicamente en todas las tribunas que se me presentaban. Cuando una pila de mafiosos secuestraron al niño Elián González, estuve en primera fila para que se lo devolvieran al padre.
La caverna de Miami cerró filas a raíz del fracaso del secuestro y de ahí en adelante las tribunas miamenses se me cerraron y fue en esos momentos en los que recibí un mensaje de mi amigo, el periodista Hedelberto López Blanch en el que me informaba que la dirección de Juventud Rebelde me abría sus páginas. Desde aquellos momentos, con solo pocos intervalos, he estado enviando artículos de opinión al periódico cubano que, simplemente, me los ha publicado tal y como yo los he escrito en Miami.
La verdad es que, durante los primeros años, casi todo lo que escribía era sobre Estados Unidos y su política hacia Cuba, sobre la vida en este país, pero sobre todo sobre los llamados «comecandela» de este mal llamado exilio cubano.
En todos mis comentarios he criticado a Estados Unidos por no sentarse con el Gobierno de Cuba en busca de una solución a sus diferencias; por estar creando políticas agresivas contra Cuba; por seguir manteniendo a la Isla en una lista negra que ni ellos mismo se creen que allí debería de estar; por mantener el embargo comercial y financiero; por no restablecer las relaciones diplomáticas con el Gobierno de Cuba, y por pagar una oposición artificial y mercenaria dentro de la nación cubana y una oposición parasitaria en Miami.
Ahora, después del anuncio del 17 de diciembre, en el cual el Gobierno norteamericano declara públicamente que su política hacia Cuba ha fracasado y que ha llegado la hora del diálogo constructivo, creo que me ha llegado la hora de decirles adiós a las letras y a las palabras. Solo me queda la necesidad de darle las gracias a Juventud Rebelde por haberme dado la oportunidad, por tantos años, para decir mis verdades.
Creo que aún falta mucho camino por recorrer y Cuba aún tiene que tener mucho cuidado, pero pienso que las relaciones están sobre el camino correcto y ya yo no tengo nada más que decir.