Fidel ha tenido dos sentadas muy simbólicas en eventos decisivos del sistema del poder revolucionario del país en los últimos años.
La primera de estas, durante la clausura del VI Congreso del Partido Comunista, que por mandato constitucional representa la fuerza dirigente fundamental de la sociedad y el Estado, y la segunda, durante la sesión constitutiva de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, realizada el pasado domingo.
La presencia de Fidel en ambos espacios no solo debe quedar como un momento especialmente emotivo en el devenir del proyecto de justicia y libertad iniciado el 1ro. de enero de 1959. Ambas apariciones, como ya afirmé en este espacio, indican que la Revolución Cubana está cerrando un ciclo trascendental de su historia, para abrir paréntesis hacia otro más largo, complejo y decisivo.
La estancia del líder revolucionario en momentos tan cruciales alcanza un simbolismo y connotación políticos, que apuntan profundamente hacia el horizonte de la sociedad cubana.
Si el 19 de abril de 2011 debe marcarse como el día en que culminó el delicado proceso abierto tras la Proclama de Fidel al pueblo de Cuba, ante la repentina enfermedad que, según explicó en posteriores Reflexiones, le situó al borde del peor desenlace, y tras lo cual Raúl asumió las máximas responsabilidades políticas del país, la sesión constitutiva
Parlamentaria de este 24 de febrero debe grabarse como el momento en que comenzó a ocurrir la sucesión del liderazgo histórico a las nuevas generaciones de revolucionarios.
La decisión de los delegados al VI Congreso de elegir al frente del Partido a Raúl, y los pronunciamientos de este acerca de lo impostergable de iniciar la concienzuda preparación del relevo de la dirigencia política y estatal, sitúan a la Revolución en el momento de preparar con hilos de seda la transferencia del poder revolucionario de manos del liderazgo histórico a sus continuadores.
La ratificación de Raúl sobre la pertinencia de limitar el tiempo de ejercicio en los cargos políticos y estatales a un período no mayor de dos mandatos de cinco años, y de fijar edades límites para el ejercicio de esas funciones, constituyen cambios significativos, de los que mayor influencia ejercerán en el devenir sociopolítico nacional en los años venideros.
En la clausura de la sesión constitutiva del Parlamento de este domingo, Raúl subrayó el ascenso de Miguel Díaz-Canel al cargo de Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, así como la necesidad, en las circunstancias del país y de la Revolución, de garantizar la unidad ejecutiva frente a cualquier contingencia por la pérdida del máximo dirigente, de manera que se preserve, sin interrupciones de ningún tipo, la continuidad y estabilidad de la nación.
El estadista resaltó que esa decisión reviste particular trascendencia histórica, porque representa un paso definitorio en la configuración de la dirección futura del país, mediante la transferencia paulatina y ordenada a las nuevas generaciones de los principales cargos, proceso que debe concretarse en un quinquenio.
Raúl instó a actuar de manera intencionada y provisoria para que no se repita la situación de no contar oportunamente con suficientes cuadros preparados para ocupar los puestos superiores del país, y asegurar que el relevo de los dirigentes constituya un proceso natural y sistemático.
La Revolución Cubana está acercándose a uno de sus momentos más decisivos: demostrar que alcanzó madurez suficiente para sobrevivir a su liderazgo histórico y que el orden constitucional que fundó —y que ahora rectifica y fortalece— garantiza la irreversibilidad del socialismo como ideal resumen de los sueños de todas las generaciones de revolucionarios.
Los enemigos ideológicos del proceso cubano, vencidos en sucesivos intentos por subvertirla durante más de 50 años, ubican sus principales esperanzas, precisamente, en la ocurrencia de ese relevo generacional, del que esperan un rompimiento con la tradicional posición de principios de la dirección histórica.
Esa fractura comenzaron a estimularla desde mucho antes de que esta desaparezca. Los resortes de su propaganda han intentado dibujar divergencias de sentido y contenido entre la conducción de Fidel y Raúl.
Semejantes campañas hicieron que el ahora Primer Secretario del Partido tuviera que sentar en numerosas oportunidades, incluyendo su discurso del pasado domingo, que la actualización en marcha busca cambiar únicamente cuanto entorpece los propósitos de libertad, eficiencia, justicia y bienestar a los que debe aspirar el verdadero socialismo, y nunca a desmantelarlo.
Frente a las añoranzas de los medios occidentales y sus patrocinadores, los revolucionarios cubanos no deben olvidar las experiencias de la historia. Este sustancial repaso debe mirar hacia quienes se dejaron endulzar por las alabanzas occidentales durante la «renovación» de otras experiencias socialistas, y hacia las sucesiones que tuvieron lugar en esos mismos países, no exentas de mezquindades, vergonzosas deslealtades y atrofias políticas, económicas y sociales que condujeron a finales catastróficos.
En la figura y el ideal nacionalista, universal, humanista y marxista de Fidel compartiendo la clausura del VI Congreso y la última sesión constitutiva de la Asamblea Nacional, se lanza nuevamente un mensaje de que en Cuba no debe haber ruptura, sino continuidad; no habrá rompimiento, sino respeto por la historia; no habrá desmantelamiento sino rearticulación, a partir de la rectificación de los errores que se han registrado en el largo trayecto por buscar la justicia.
Para el intenso clamor que antecedió al VI Congreso del Partido, de rearmar la patria aspirada en la Constitución: con todos y para el bien de todos, no puede ser otro el desenlace.