Hace dos años, el 7 de febrero de 2010, escribí en estas páginas rebeldes sobre una moderna «cola loca informática» que estaba haciendo daño allende las aulas, los informes y hasta las bocas de ciertas personas.
Me refería al «copia y pega» que se había esparcido, como ciertas plantas espinosas, en el quehacer diario, después de la irrupción en nuestras existencias de las llamadas nuevas tecnologías.
Aclaré entonces que creía ridículo atacar las bendiciones de la computadora o de Internet, que ayudan a sacarnos de los aprietos impuestos por el agitado reloj de la vida.
Pero lo que no veía ni veo con buenos ojos es esa tendencia a copiarlo todo textualmente de un lugar y pegarlo en otro como si no doliera el plagio, como si no hubiera culpa mayúscula en adjudicarse las letras que escribieron otros.
Hoy, a casi 24 meses de aquel comentario (titulado Corta, pega y dale), percibo que el fenómeno —como la pelota bateada con fuerza entre dos jardineros—, pica y se extiende, aunque en este caso sin cerca que lo contenga.
Sobran ejemplos que demuestran su auge. Piden un trabajo extraclase sobre la importancia del cuello del avestruz o sobre los instintos pataleadores del cerdo ante la horca (digo, ante el cuchillo) y allá va el padre del alumno o el amigo de la madre a reproducirlo con sus puntos y comas de Internet, o de una «ponencia» anterior, o del trabajo de diploma Vínculo entre las aves y los mamíferos convertidos en chicharrón.
Incluso, ese pegamento informático, que amputa la creatividad, la originalidad y la independencia docente, ha llegado —lo he vivido— hasta algunos «trabajos finales» de determinados alumnos de las universidades, quienes vierten contenidos íntegros a sus «obras», sin emplear comillas o citar fuentes.
Es jugar al facilismo o al globo aerostático que nos hace subir a las nubes evitando el sudoroso ascenso por peldaños.
Sin embargo, como suscribí en 2010, tan peligrosa pegatina no está solo vinculada al docentismo. Porque la fiebre de cortar y pegar también ha echado troncos y hasta flores en ciertos informes de balance (no el de mecerse), resúmenes, asambleas, chequeos y contrachequeos.
De vez en cuando escuchamos cómo brotan de esos documentos las oraciones del año precedente, acaso con ligeros cambios en los porcentajes, las fechas y algún signo de puntuación. Y uno oye con sonrisa oculta, pero también con preocupación, las repeticiones «gerundiosas»: «superando con iniciativas las difíciles condiciones en que nos desenvolvimos», «logrando niveles de producción que nos sitúan en mejores condiciones…».
Incluso, en algunas evaluaciones periódicas de la vida vanguardista de jóvenes y adultos, puede encontrarse también la referida pegatina. Es como si la ruta de todos los evaluados fuera idéntica año tras año.
Pero quizá la arista más peligrosa de la moderna «cola loca» está ligada con una manera de decir que no fue extraída de ninguna computadora. Esa que consiste en soltar las mismas construcciones verbales en cualquier coyuntura, en ocasiones en fraternal emulación con Cantinflas.
He aquí pequeñas muestras: «El tema más preocupante era el tema del presupuesto que se ha ido resolviendo», «seguiremos trabajando en ese sentido sin perder un minuto», «hemos estado en presencia de un excelente balance, que nos hace sentir optimistas, y que ha tenido un informe crítico donde se recogen nuestras principales deficiencias».
Decía el comentario de 2010, el cual pudiera «copiarse» ahora, que «ya los oídos duelen y se lastima la conciencia», cuando el copia y pega se asoma a nuestro entorno vestido de fantasma.