El que está y no está deviene una de las personas más típicas y singulares, surgidas bajo el influjo de la vertiginosa modernidad, la misma que convierte en añejo hoy lo que la víspera era el último grito de la moda.
Cada época instaura sus personajes y costumbres, pero la actual supera con creces a todas las pasadas, porque el caudal tecnológico puesto ahora a disposición del individuo jamás se había logrado.
Consecuentemente se estableció una relación de mayor dependencia e intimidad del hombre con infinidad de equipos electrónicos de múltiples aplicaciones, incluidos los portátiles, en línea con el mundo, capaces de satisfacer hasta la más insólita curiosidad.
En ninguna época pasada la humanidad gozó de tan maravilloso privilegio de contar con un arsenal de celulares, computadoras, cámaras digitales, DVD… que puede emplear a su antojo y cuando desee.
Esta incontenible avalancha tecnológica vulnera todas las fronteras. Se introducen videos con los más variados temas desde cualquier parte de este mundo, o se bajan de Internet. O se pasan de mano en mano o los comercializan. Y en la calle hay tantas horas de videos en circulación que no alcanzarían años enteros para verlos todos.
Lógicamente los novelones gozan de la preferencia, unido a las interminables temporadas de este o aquel dramatizado sobre los más disímiles aspectos de la vida. También los materiales sobre los famosos, en especial del mundo de la cultura y el deporte, y de temas científicos.
Tampoco faltan programas sobre cuestiones estrictamente políticas que muestran la visión de los poderosos con marca USA sobre cualquier acontecimiento de talla mundial o doméstica, presentado siempre a su semejanza y conveniencia.
Entre tanta información hay que saber discernir, para diferenciar lo valioso e instructivo de lo trivial, de la hojarasca que en vez de aportar termina atolondrando.
En realidad este proverbial y beneficioso desarrollo tecnológico creó sus personajes típicos y singulares, entre ellos el que está y no está.
¿Quién no lo ha visto o soportado? Este jamás se quita los audífonos de los oídos ni para caminar por las calles, con lo peligroso que resulta transitar desconectado de la realidad circundante. Se exponen así a irse del aire sin saber de dónde vino el trastazo.
Lo peor de todo es cuando coinciden uno o más de ellos en un centro de trabajo, por la molestia que causan a los demás al estar presentes, pero aislados.
Con los oídos taponados por los audífonos, por supuesto, que jamás escuchan el timbre del teléfono, ni el llamado que se les hace para que respondan a quien los solicita. Entonces tiene usted que pararse e interrumpir su trabajo y zarandearlos para que, por favor, acudan al teléfono.
En esta especie no podía faltar el pregonero tecnológico. Alerta de lo último que hay en el mercado, quién lo puede proveer, y se explaya para enfatizar que todo es de primerísima calidad. Impávido afianza su criterio con una sinopsis de cada material que propone y cierra siempre con un «está bola’o», aunque esté hablando de esos juegos que incitan a la violencia y a despreciar al ser humano, porque están basados en adquirir destreza para matar.
¡Qué decir de los obsesivos, esos enfrascados durante días, semanas y hasta meses en interminables jornadas tratando dominar el videojuego de turno, de pasar todos sus niveles, con persistencia colosal, sin percatarse de que cayeron en la trampa, pues en definitiva, el jueguito que parece hasta tonto los tiene engatusados! Y pasan, de uno para otro, despilfarrando el tiempo como si este fuera un recurso renovable.
A estas alturas cualquier escéptico pudiera exclamar: «bueno, ¿y qué?, cada cual emplea su tiempo en lo que le venga en gana». Correcto. Pero vale consignar estos personajes típicos y singulares que son otra cara de esta era electrónica.