El sol, que a estas alturas del año ya nos pregona lo que traerá en la canasta en agosto, incide perpendicularmente sobre las cabezas de los que esperan, quienes intercambian miradas y algún ¡pst! de fastidio.
Ha pasado una hora, con todo el sudor de sus minutos y segundos. Los dos empleados de la CADECA han estado atendiendo al público con cierta diferencia de ritmo: mientras ella atiende a uno, él la aventaja en tres, y la actividad se interrumpe de rato en rato cuando vienen unos agentes a recoger la recaudación, o cuando otro trabajador trae unas pacas de billetes y una ventanilla se cierra para contarlos, o cuando hay que satisfacer necesidades impostergables e intransferibles…
Todo el mundo nota que, de las cuatro ventanillas, solo por dos se presta servicio. Un bromista dice que en el espacio ahora inutilizado se podría montar una máquina de frozzen, y a otro se le ocurre mejor un puesto de pan con hígado —tal vez para reponer el propio, deshecho por la amargura de una cola tan laaarga y un calor tan sofocante.
Es día de pago a los jubilados, y CADECA ayuda con el tema, cosa que aplaudo con las tres manos —las que mi esposa cree que tengo cuando estoy haciendo algo en la cocina—. Pero no entiendo por qué el vigilante de SEPSA informa que la cola avanzará de la siguiente manera: pasarán dos jubilados por cada uno de los que va a cambiar divisas.
Ya, ya, lo veo venir: «Este desconsiderado no respeta las canas, ni los achaques propios de los mayores». Y no: los presentes estamos todos al tanto cuando aparece algún anciano verdaderamente necesitado de no permanecer de pie por mucho tiempo, y el consenso general es: «¡Que pase, que pase primero!», pues por fortuna, un buen trozo de corazón tenemos los cubanos en el pecho.
La razón es otra, y es muy sencilla: el objetivo original de CADECA es ser, en efecto, una casa de cambio de divisas, ergo, cualquier otra función es secundaria. ¿Por qué no intercalar entonces, uno por uno, a los que llegan con dos objetivos distintos?
No hablo de fundar «CADECAPACHEJU» —siglas que le acomodarían más, vista la actividad añadida de pagarles la chequera a los jubilados—, sino de ser un centímetro más objetivo. Al país le interesa recaudar divisas, por tanto, CADECA, una de las instituciones a cargo, debe poner los medios para hacer que ese proceso no se vuelva una operación tan molesta para el que acude con ellas a la casetica metálica.
Es elemental: por esa condición tan humana de querer evitarse incomodidades, más de un cliente se marchará —varios lo hacen este mediodía— y dejará el cambio para otro momento, o quizá no regrese. Y Liborio saldrá perdiendo.
Ya vamos para hora y media. Yo me mantengo, estoico, a la espera de mi turno, el sol dándome escobazos en la mollera, y escucho detrás de mí el inicio de una discusión, al estilo de «yo-iba-ahí-que-tú-no-vas-que-yo-marqué-detrás-de-Sandokan», en fin, lo conocido.
Y me pregunto por qué, una vez más, me he puesto un poco más viejo en una cola…