La imagen del avestruz como sinónimo de miedo, indiferencia, torpeza parece haber entrado en extinción. Quién, entre nosotros, no habrá actuado alguna vez imitando a esa ave zancuda que acuesta la cabeza a ras del suelo —es decir, no la introduce en un hueco— para ignorar la piedra que amenaza caer. Y acaso también habremos mostrado el descontento, cuando algún compañero ha entrado en nuestra oficina, y manoseando una lista envejecida de asuntos aún sin solucionar, le hemos dicho: Chico, cuándo vendrás aquí sin un problema entre manos.
¿Exagero? Es típica del cubano la desmesura. Pero este comentarista ha aprendido, a tropezones, que una de las acciones, y palabras, más apropiadas para sostener la validez de una opinión o mantener el crédito en las relaciones humanas o políticas es el equilibrio. Y sé que las escenas descritas arriba fueron pasajes que, en algún momento pudieron hasta justificarse: la norma era, para ciertas personas responsables —responsables por sus funciones—, rechazar quejas u oírlas con indiferencia, o no soportar letanías que recordaran problemas con las orejas en pie esperando una decisión resolutoria, compañero.
Ahora, en cambio, la época modifica los términos. Y los oídos tendrán que reaccionar a la diana matutina para llegar a tiempo al pase de lista. No me parece que alguien, doblemente comprometido con el país y sus problemas mediante las funciones y la condición de revolucionario o de ciudadano honrado, pueda permanecer apegado a la modorra, como si la jornada fuera un eterno mediodía, oportuno para la siesta o el paseo.
Por tanto, como dice un poema de un autor casi desconocido, bienaventurados seremos si les abrimos el techo a los avestruces, y mirar equilibradamente esperanzas, certezas, dudas, riesgos, y convertir la política en parte de la cultura. Y a la cultura como lecho de la ética. Y como base de la conciencia de ser cubano, que hoy, como ayer, en cualquier posición, sus términos, por imperativos de nuestra historia, son la independencia y la justicia social, cuyo nombre conjunto, para nosotros, equivale a socialismo.
Ninguna otra postura o alternativa estará en consonancia con nuestra historia como nación. Qué fue el padre Félix Varela sino el más independentista y el más antiesclavista entre los sacerdotes y católicos de su tiempo, y José Antonio Saco el más antianexionista de los antianexionistas, y Luz y Caballero, el maestro que convirtió a la justicia en «sol del mundo moral». Después Céspedes, que prefirió ser padre de todos a conservar vivo a un hijo carnal, y Agramonte, que peleó con la vergüenza, y Martí, que todo cuanto hizo fue por la dignidad plena de los cubanos y por construir una república moral y cordial, independiente de España y de los Estados Unidos…
Son, lo sabemos, referencias conocidas, repetidas, pero por mucho que a ellas se recurra mantendrán su vigencia como claves para entender la demanda de este tiempo nuevo que Cuba empieza a poner al día. En todos los fundadores de la nación, aunque tuvieran a veces intereses y actitudes diversas, la cultura, la honradez y el equilibrio fueron los instrumentos aptos para el ejercicio de la política como servicio colectivo.
Habremos, pues, de aprender a decidir dialogando, incluso con la opinión discrepante; flexibilizando la táctica para mantener viva la estrategia, y acudiendo al equilibrio para evitar los extremos. Debemos, a mi modo de ver, establecer una desigualdad inconciliable entre la imagen del avestruz que no quiere ver y el equilibrio, que puede, en cierto momento, igualarse a cautela. Pues, si cuando sopla recio el viento, uno va a abrir la puerta, no será de una vez, sino más bien haciéndola girar poco a poco, meditada, conscientemente, para que la racha no entre de golpe y quiebre el equilibrio de la casa.
Lo preveo: estas palabras, quizá, sobren. Pero, ejercida con honradez, la opinión del periodista también coadyuva al equilibrio y vigila, junto a tantos, para que no pataleen los avestruces.