Cierto que una golondrina no hace primavera, aunque ayuda a detectar el rumbo del viento. Tampoco una campaña, operación o ejercicio será jamás un mágico «ábrete, sésamo», pero permite colocar en foco lo que hay que combatir, acorralar y si es posible extinguir. Y sin duda de mi parte, vale para el muy atinado esfuerzo nacional movilizativo contra las indisciplinas sociales, fenómeno de alta agresividad cotidiana en la que todos terminamos involucrados, sea como víctimas, sea como transgresores, mendaces o inconscientes. Y mejor aún si al final, como participativos agentes enmendadores.
Por todo ello no debe convertirse en «flor de un día», ni ceñirse a temporada primaveral diagramada, que luego se borre hasta la siguiente, sino posicionarse como empeño permanente, totalizador, porque nos encontramos ante asunto cuya gravedad sería imperdonable disimular y que afecta sobremanera la vida de cada uno en el conjunto de la sociedad, amenazada de adquirir tintes selváticos, de no ponérsele a tiempo bridas.
Resulta tan abarcador que comienza a injertarse desde el eslabón inicial de la familia si además de proyectar en su seno ejemplos negativos se contempla con indolencia a los menores que vociferan, insultan a mayores, ancianos, sin nociones de respeto, violan el orden en las filas de espera, arremeten contra la naturaleza y las propiedades, y contribuyen a mantener los basurales. Nunca faltan quienes se conformen con la consabida justificación irresponsable de que «son niños», como si así pudieran conjurar el proyecto antisocial que están erigiendo, paulatinamente, saboteando de paso la imprescindible labor formadora de la escuela y la ejemplarizante que acometan los medios masivos.
En ese entorno tienen que haber crecido, sin la menor duda, los que rompen teléfonos, sustraen peligrosamente cables, angulares, rieles y cuantos recursos encuentran propicios para su beneficio por mera aberración vandálica, provocan desórdenes y molestan el descanso del vecindario con bulliciosas fiestas sin límite alguno de horario ni decibeles. Todo respondiendo a un mismo patrón de conducta, a una actitud de egoísta ombligo del mundo, de «resolver lo mío», de desprecio hacia todo y todos los demás.
Pero si se pone énfasis en lo más sensitivo del proceso de educación, de ninguna manera quiere decir que con ello solo basta, porque también y articuladamente la vigilancia denunciadora y el cumplimiento de las leyes poseen un alto carácter educativo. Si se deja hacer y las infracciones permanecen sin castigo, flaco favor se hará a la urgente contienda contra las indisciplinas sociales, que entonces cruzan la porosa línea de la violación de la legalidad.
Somos tantos los involucrados que quienes desde sus puestos administrativos y de servicios desoyen quejas y reclamos ciudadanos, se comportan como insensibles y favorecen a quienes menos lo merecen y necesitan, están colocando de igual modo un envenenado granito de arena en la perturbadora senda de las indisciplinas sociales, la del aborrecible axioma de «defiéndete tú, que yo me defiendo como pueda», y sin importar como sea.