Desde que, en marzo, la corbeta sudcoreana Cheonan se hundió y la República Popular Democrática de Corea (RPDC) fue culpada por su vecino del incidente, las tensiones en la península coreana solo han ido en aumento.
El más reciente intercambio de disparos en torno a la isla sudcoreana de Yongpyong, luego de la provocación de Seúl en aguas del mar Amarillo, ha sido otro en la espiral de desencuentros. Y como se ha hecho habitual en el mundo patas arriba, sentarse a la mesa de diálogo no es la primera opción para la resolución de conflictos.
El entendimiento suele restar beneficios a Washington, acostumbrado a pescar en río revuelto. Quizás por eso, a pesar de que la República Popular China propuso «consultas de emergencia» entre los países que integran las conversaciones a seis bandas para la desnuclearización de la península, aún no hay un acuerdo al respecto. De hecho, EE.UU., Japón y Corea del Sur se reunirán el próximo lunes en Washington para tomar medidas en contra de la RPDC y «quizá» incluyan discutir si aceptan o no la propuesta china.
Antes que dialogar se impone castigar, según la lógica de EE.UU. y sus aliados. Lo más terrible es que sus intentos «disuasorios» contra la RPDC por medio de medidas punitivas o con demostraciones de fuerza a partir de ejercicios militares conjuntos, solo han empeorado el panorama. Lo más interesante es que China ha recibido críticas, mientras quienes empuñan las armas se dan el lujo de mirar con recelo lo que podría ser una vía de drenaje de tensiones.
Del más reciente incidente se lamentan las víctimas de Corea del Sur y, teniendo en cuenta que se trata de un mismo pueblo separado artificialmente por la frontera del paralelo 38, cabe preguntarse cuántas vidas más de un lado y otro deben quedar en el camino para retomar el entendimiento o, por lo menos, evitar la confrontación.
Resulta poco más que sospechoso el hecho que la Casa Blanca, en medio de la delicada situación, se dé el lujo de ni pensar discutir puntos esenciales sobre la península coreana en una mesa que incluya a la RPDC, por el mero hecho de que pueda ser visto como señal de «debilidad» frente a lo que ellos consideran actitudes «reprobables» de Pyongyang. ¿Y la responsabilidad? No importa mucho, a juzgar por los ejercicios militares realizados entre Washington y Seúl, con la participación de un portaaviones nuclear y buques de guerra en aguas en disputa, inmediatamente después del altercado.
Según observadores en Washington citados por el analista Jim Lobe, estos ejercicios podrían interpretarse como presagio de un fortalecimiento de la capacidad militar de EE.UU. en la región.
En medio de todo, desde el inicio de la nueva escalada, China ha llamado a la calma y la Casa Blanca ha optado por intentar presionar a Beijing para que endurezca su posición hacia la RPDC, por considerarla su mejor aliada. Tal como afirma el Diario del Pueblo: «No hay solución simple para el complejo problema coreano. Pedir que China bloquee a Corea del Norte para forzar su rendición, es no solo caer en el autoengaño; es asimismo una humillación para todo el pueblo coreano». Reconocer el importante papel de Beijing como mediador en el conflicto, pasa por no intentar maniobras contraproducentes.
Por otra parte, Corea del Sur debería tomar más en cuenta el carácter del pueblo —el mismo a uno y otro lado—, para comprender que su actitud agresiva no funciona con sus vecinos. A estas alturas de la crispación, cuando la más leve chispa puede hacer el fuego más potente en una de las fronteras más militarizadas del mundo —EE.UU. tiene destinados más de 25 000 soldados allí—, los países implicados deberían actuar con mucha cautela. Las bravuconerías solo derivan en una espiral de desencuentros, y expertos apuntan a que habrá que hacer concesiones mutuas para alcanzar la paz duradera y la estabilidad regional.
Hasta ahora el mundo ha asistido a maniobras militares, intercambio de amenazas, acusaciones, llamados a la contención. Urge la necesidad de medidas serias para evitar el conflicto que, como alertó nuestro Comandante en Jefe, podría tener consecuencias inimaginables. Aunque fuera solo por lógica, las posibles nuevas acciones deberían pasar por el diálogo responsable. ¿Quién gana con demorarlo, suponiendo que se acepte, o al menos se discuta próximamente en Washington? En efecto, el pueblo coreano —sin distinción geográfica— no.