Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Con efectos convincentes

Autor:

Luis Sexto

Tengo una disyuntiva: un lector me recuerda que olvidé el pasado 23 de julio seguir el tema anunciado el día 16 sobre «el control popular» y otro, con menos delicadeza, me pregunta por qué creo yo que perdiendo la independencia política se pierde también la posibilidad de la justicia social. ¿De qué escribo? Pues de lo que a mi parecer resulta ahora más necesario esclarecer, que es la interrogante sobre la relación entre dos categorías básicas conquistadas en Cuba por la Revolución.

En ese sentido las dudas no deben de estar generalizadas. Es sabido: la Revolución de 1959 rescató la independencia de la república sometida primeramente al protectorado norteamericano colgado en la percha de la Enmienda Platt. Y más tarde qué se movía en Cuba y qué obtenía que no fuese un dictado, a veces grosero, a veces sutil, de la Embajada de los Estados Unidos. A quiénes pertenecían las fundamentales riquezas, sino a empresas norteamericanas. Incluso, cuando en la década de los años 50 las inversiones comenzaron a desplazarse hacia el sector de los servicios, los intereses estadounidenses, entre ellos los de la mafia, empezaron a apoderarse de hoteles y casinos. En esos años, una de las maestras de barrio a las que tanto debe mi generación nos dijo en el aula: Desde 1902, Cuba está hipotecada; es de los «americanos».

Obvio decir, en fin, que las empresas norteamericanas se nacionalizaron, y que la Casa Blanca no aceptó la indemnización propuesta por el Gobierno Revolucionario —como sí aceptaron otros países, como España—, y los «americanos» abandonaron a Cuba jurando en silencio que volverían. ¿Y si volvieran qué les sucedería a Cuba y a la mayoría de los cubanos? No me acusen de repetir «historias viejas». Lo son solo en apariencias, porque están hibernando con un ojo abierto, atentos a cualquier fisura para retornar a la plenitud.

Imagino, pues, que Cuba pasaría a la condición de archipiélago chatarrero, sucursal o sustituto de Las Vegas, la capital del juego. ¿Alguien piensa que podrá ser distinto? Es muy engorroso, en las 80 líneas de una columna, ser original en este tema. Pero desapareciendo el espíritu y el orden de la Revolución Cubana, los empeños de justicia social se extinguirían abruptamente. ¿Le interesará al capitalismo que vendría en los papeles de los nuevos gobernantes y los nuevos inversionistas, aplicar la igualdad como relación entre las distintas clases y capas, igualdad que garantice las mismas oportunidades a todos en un país pobre?

Lo dudo. Y por ello cuando algún lector —de buena fe o en trance de provocador— me hace recordar que en Cuba también hay problemas, desigualdades, incluso alguna injusticia, y por qué, a pesar de ello, defiendo el socialismo, le respondo que, en efecto, en Cuba hay problemas, carencias, burocratismo, negligencias; no es un paraíso por mucho que la solidaridad de nuestros amigos en el mundo lo crea y lo divulgue. Pero, añado, la Cuba socialista ofrece la garantía que no me dan los que se le oponen: la esperanza de resolver alguna vez los problemas y reparar las injusticias, por nimias que resulten ser.

En cambio, no he leído jamás un artículo, ni oído una declaración de quienes se oponen a la Revolución dentro o fuera de Cuba que aseguren mantener a la nación independiente de los Estados Unidos —¿podrían si reciben el dinero para la subversión del tesoro federal?—, y que se propongan respetar los derechos al trabajo, al estudio, a la salud de la mayoría, sin exclusiones raciales o sexuales. Más bien, su programa se basa en el orden del libérrimo mercado… para el cual tal vez la justicia social sea una referencia ingrata en la experiencia cubana y latinoamericana.

Las esperanzas del socialismo, por supuesto, no han de ser solo ideales, promesas o elementos de doctrina, sino deben convertirse en hechos completamente palpables, generadores de bienestar. El socialismo tendrá que aposentarse en la conciencia, particularmente de las nuevas generaciones, con los efectos convincentes de las ideas realizadas. Lo demás equivaldría a mantener la desventaja entre lo que deseamos y logramos. Ese es hoy nuestro compromiso con la Historia, que nos pedirá cuentas.

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