Dicen que siempre hay alguien que está peor que uno, como en el cuento del hombre que iba comiendo frutas y tirando las cáscaras, y venía otro detrás y las engullía. Más o menos así vio el presidente francés, Nicolás Sarkozy, a sus vecinos del sur de los Pirineos, cuando, interrogado sobre el desempleo en el país galo, se defendió diciendo que «en España ha aumentado el doble».
Otro que aprecia a España como «el nuevo enfermo de Europa» es el semanario británico The Economist, que no se ahorra ironías respecto al «optimismo» del presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. En un debate organizado por dicha publicación, el político socialista insistió en que la recuperación económica ha comenzado, y señaló que su país tiene un potencial de crecimiento por encima de la media de los integrantes de la zona euro.
El optimismo es genial, claro, aunque la cifra de 3,9 millones de parados (la más alta de la Unión Europea) dé más para llorar. Zapatero prefiere contemplar el vaso medio lleno, no medio vacío, y explica que los puestos de trabajo perdidos en noviembre fueron menos que los de igual mes en 2008. ¡Un signo de recuperación!, se pensaría. Sin embargo, es de empleos destruidos que se habla, hayan sido 20 ayer o cinco hoy. No hay que tirar serpentinas...
Y bien, como los buenos deseos necesitan una tierra que pisar, Madrid ha elaborado una Ley de Economía Sostenible, pues la construcción y el turismo, otrora impulsores del crecimiento, han demostrado no ser confiables en tal papel. El primer sector, por ejemplo, ha dejado en la calle nada menos que a 900 000 obreros, y es poco probable que, en tan gran número, hallen pronto acomodo en nuevas obras.
Hay que cambiar el modelo productivo, y Zapatero está al tanto. Su estrategia persigue mejorar la competitividad (un estudio del Banco Central Europeo entre 12 países de los más «viejos» de la UE, ubica a España solo delante de Portugal), garantizar la sostenibilidad ambiental (con ahorro y eficiencia energética), llevar la construcción a cotas realistas (lejanas de la hiperactividad que desembocó en su desplome), y dedicar más recursos a innovación y formación profesional.
Si de economía trata el drama, el empleo tiene butaca segura, y he aquí que La Moncloa (sede del ejecutivo) invita a sindicatos y empresarios a retomar el diálogo, suspendido meses atrás por el capricho de los últimos de querer facilitar el despido y bajar el monto de las indemnizaciones. En idéntica línea, The Economist critica que más de la mitad de los trabajadores españoles tienen contratos fijos, que los «acomodan» y los vuelven «ineficientes». Más precariedad, y manos libres para botar a la gente sería, por tanto, la «receta».
Pero Zapatero ha sido claro: «Ese no es nuestro camino». ¿Y cuál será? ¡Ah!, la «fórmula alemana»: negociar con las empresas para que no echen a los obreros, sino que les den menos horas de trabajo, y el resto se las paga el Estado. No es lo ideal, pero le ha permitido a Berlín atenuar el impacto de la crisis. Ya que no habrá transformaciones sistémicas profundas, tal vez sea eso lo máximo que puede ofrecer hoy la vertiente más «amable» del capitalismo.
Por ahí va el asunto. Según los sesudos, Europa va saliendo de la crisis, pero España —como el que iba detrás en la fábula— debe esperar un poco más, quizá hasta 2011 (¡uf!). Del éxito de los cambios pensados dependerá que millones de brazos, hoy cruzados sobre el pecho, se pongan a faenar. ¡Y ya no más ladrillo y cemento, sus señorías!