Ocurrió hace unos meses. Tres o cuatro personas aguardábamos en el Cuerpo de Guardia de un hospital, cuando de pronto llegó un joven en short cuyo pecho, brazos y manos venían cubiertos de sangre y grasa.
Se llamaba Sergio y parecía un novel aficionado a la mecánica. Mientras su madre lo acompañaba durante el reconocimiento y las posteriores curas, entre un cigarro y otro su hermano nos contó…
La «Karpaty» necesitaba unos arreglos y en eso Sergio era muy bueno. Dedicó todo el día a pasarle la mano. Otros muchachos habían modificado esas motocicleticas rusas… ¡y cómo resolvían para moverse!
Luego quiso probar su «corcel» y se deslizó por una calle de pronunciada pendiente, donde le fallaron los frenos. Así fue a parar al Cuerpo de Guardia, maldiciendo de cómo se le escapaba aquella noche bordada para susurrar canciones de amor.
Conocía bien esa calle: la había cruzado en chivichana y en ella aprendió la ciencia del equilibrio en la bicicleta. Si a pleno día era traicionera, imaginaba cuánto castigo podía infligir de noche a cualquier mortal atrapado en un accidente…
Pero ya no se trataba de una chivichana, sino de la «larva» de un vehículo. Ello me arrimó a la suposición de que había fallado algo más que los frenos.
Todos respiraron casi aliviados cuando las radiografías y otros exámenes «dijeron» que no había traumas de consideración. Y aunque era como para agradecer al destino, los más juiciosos preguntaron al paciente cómo se le había ocurrido probar la «Karpaty» casi desnudo y sin casco. No hubo respuesta.
Así quedarían otros que, a lomos de una TS o una MZ, van por ahí sin llevar casco protector. Se ve bastante en calles secundarias y de repartos periféricos donde el chofer se cree a salvo de la Policía… y del azar, sin reparar en que un bache, un charco de agua, un poco de gravilla o simplemente una mancha de aceite, lo pueden derribar.
La escena más escalofriante fue aquella en que un ¿padre? llevaba a su niño al círculo infantil de mi barrio y ninguno de los dos llevaba el casco. Pero varios más lo hacen, incluyendo quienes acuden con sus hijos a la primaria y la secundaria cercanas.
Otro día, un chofer y el pasajero iban debatiendo tan animadamente de pelota que parecían estar en la grada de tercera del Latinoamericano. Y así, entre Despaigne y Bell, la vista del que guiaba se apartaba hasta 180 grados de la ruta.
Otro conductor guiaba solamente con la mano derecha y con la izquierda asía un bidón de casi 20 litros lleno de gasolina. ¡Qué entrenado suicida aquel que podía cambiar las velocidades escuchando el ruido del motor…! ¿Pero cómo iba a controlar su «250» a 40 kilómetros por hora si un perro se le atravesaba de pronto?
El artículo 97 del Código de Vialidad y Tránsito reconoce como violaciones mantener otra posición que no sea la de frente al volante, conducir con una sola mano —excepto para hacer las señales establecidas— y realizar cualquier maniobra que impida mantenerse concentrado en manejar. El 81 precisa que el conductor y el pasajero han de ponerse el casco debidamente abrochado... y si continuamos mirando en el librito, encontraremos otras necesarias acotaciones.
Pero su aplicación no puede recaer en la presencia del agente o de otras medidas, pues necesitaríamos saturar algunas áreas con hombres y medios que resultan perfectamente sustituibles por la responsabilidad y la autorregulación personal. Cuidarse dice más del aprecio por la vida que cualquier discurso, y esos choferes, ya sean imberbes o maduros, tienen familiares y amigos que bien pueden advertirles.
Es necesario, además, hacer del Código un libro de cabecera. Me consta que es la aspiración de muchos choferes, pero está agotado en librerías, y solo lo he visto en establecimientos donde su «cotización» te pone a pensar si lo llevas o compras varias libras de frijoles. Sería muy bueno, casi ideal, tener la edición ilustrada de la Editorial Capitán San Luis, pero pienso más en una edición popular, como aquel tabloide con el que muchos nos iniciamos en el estudio de la Ley 60, apartándonos desde entonces de la ingenuidad de Sergio.