Cuéntase que la hormiguita laboriosa, al pasar el puente de un arroyo, observó con preocupación que, en algunos sitios, se había caído el repello. Hacendosa y responsable como era, de inmediato se puso a determinar qué materiales se necesitaban para su reparación cuando por allí pasó la jicotea y preguntó qué estaba haciendo. Al responderle, la otra le dijo que para eso necesitaba un jefe de suministros que se encargara de conseguir el cemento y las herramientas. «¿Tú crees?», comentó dubitativa la más pequeña y, de inmediato, resolvió: «¡Pues tú misma serás la jefa de suministros!».
Continuó la hormiga su faena, y la jicotea observándola, cuando una rata curiosa preguntó qué hacían. «¡Vamos a reparar el puente!», dijeron, y la recién llegada comentó que si iban a comprar materiales y herramientas necesitaban de un jefe económico. «¿Sí? ¡Pues serás tú!». Decidió el insecto y continuó con la revisión de los daños, cuando pasó por allí una jutía que quiso saber en qué andaban metidas las tres. «Sacamos el presupuesto para la reparación del puente —afirmó la hormiga— y la jicotea será la jefa de suministros y la rata la económica de la obra».
«¡Ah, pero si ustedes han formado un colectivo laboral, necesitarán de un jefe de personal que lo controle!», agregó, categórica, la recién llegada. «¿De verdad?, pues súmate a nosotras!», pidió la pequeña emprendedora y regresó a su cuidadosa revisión del puente, mientras la jicotea, la rata y la jutía se sentaban a mirarla.
Apareció, entonces, el majá e hizo la pregunta de rigor. Ante la misma respuesta, el reptil reaccionó enroscándose con astucia: «Pero ustedes requieren de alguien que administre todo esto!». Y la hormiguita no lo pensó dos veces y lo nombró su administrador.
«¡Muy bien, acepto, pero con una condición —exclamó con autoridad el majá—. Estoy viendo que aquí la plantilla está algo inflada, por lo tanto debemos reunirnos para analizar la situación que hace incosteable la obra!». De manera que discutieron y analizaron por largas horas hasta llegar a la determinación de... ¡prescindir de los servicios de la hormiguita!
Hasta aquí una versión del genial texto escrito por el ya fallecido humorista cubano Juan Manuel Betancourt (BETÁN), y que me he encontrado en internet como esa bota olvidada, bajo las profundas aguas de una laguna, que luego uno saca, sin quererlo, al lanzar nuestro anzuelo para pescar algo que pueda servirnos de alimento.
Fábula esta de la hormiga y la burocracia que no solo apunta al entorpecimiento simple de los que quieren trabajar y hacer su labor con eficiencia, sino, también, a otros males de la sociedad. ¡Cuántas veces hemos comenzado un proyecto del cual se adueñan, como zánganos, otras personas que «se montaron después en el tren» para lanzarnos, sin el más mínimo sonrojo, en la primera cuneta! A veces por culpa nuestra cuando tomamos decisiones a la ligera al apostar por supuestos socios que, después, nos clavan su ponzoña en la espalda. ¡Quién no ha sido traicionado por desagradecidos que, como la jicotea, la rata, la jutía y el majá, no han hecho nada y, sin embargo, se roban la idea sin siquiera darnos crédito!
Cuánto bien nos haría reproducir este texto y colocarlo en cada puesto de trabajo, en cada mural, para que no deje de alertarnos, constantemente, sobre este mal globalizado que es la burocracia. No hay científico que, sufriéndola también, haya encontrado vacuna contra ella. Pareciera que sucumbimos, resignados, a un fenómeno social que nos robotiza en nombre de las leyes de la modernidad y los conceptos; por la falta de voluntad de muchos para resolver lo simple sin soluciones complejas.
Si no que lo diga San Alejandro de los Acuse de Recibo, ese irreverente santo fuera de todo santoral que no sean las páginas de este periódico, al cual mucha gente humilde convoca como su propia voz para desnudar, públicamente, a la desidia y la vagancia, pero, sobre todo, al burocratismo ramplón y de consigna que ahoga las mejores intenciones. Y, aunque de santo no tiene ni una cana y sí mucho de bohemio y pasional defensor de las causas perdidas y ganadas, su misión de denunciar y restaurar con la palabra lo sitúa en un privilegiado altar de letras.
Altar que pasará a la historia de estos tiempos como ese mismo puente que necesita ser reparado para que permita el tránsito entre la realidad y su reflejo, entre la disfuncionalidad del funcionario y el pobre obrero que la sufre, en lo que bien pudiera ser la segunda parte de esta fabulosa fábula: «Revelose la hormiguita ante la decisión de la jicotea, la rata, la jutía y el majá y decidió hacer una reclamación al hurón; quien la mandó a un despacho con el oso; que transfirió la demanda, a su vez, al tigre... “que no quiere limpiarme el pico/ para ir a la Boda de mi Tío Perico...”.
«Encabritada por tanto “peloteo”, la laboriosa y desconfiada hormiga los mandó al “carcajo” —para no decir una mala palabra o una pala malabra— y decidió construir un puente nuevo y más resistente, cuidándose esta vez de aquellos animales que sumaría para acometer la obra y a solo unos metros del viejo, aquel que ante sus apenados ojos se desplomaba, con estruendosa alharaca burocrática, por no haber sido reparado a tiempo».