Bush promulgó la ley este miércoles a bordo del Air Force One, que lo llevaba a vacacionar por el nuevo año, tras salirse con la suya mediante un buen apretón a los legisladores: les dijo que vetaría el proyecto si contenía metas de retiro de Iraq, y cuando se está a las puertas de las elecciones presidenciales de noviembre, a nadie le interesaba presentarse como el obstáculo para el financiamiento con que funciona la administración de Estados Unidos, que debió haber comenzado a pagar gastos el 1ro. de octubre.
Algunos consideran que Bush fue el ganador de la puja de no aumentar los impuestos, limitar los gastos que considera superfluos, y mantener un aumento sustancial en los que garantizar la defensa y la seguridad nacional. Recordemos que otro round a su favor lo ganó mediante un brutal veto al pedido de 35 000 millones de dólares que hubieran sufragado el seguro médico para unos 8-10 millones de niños de familias cuyos recursos no son suficientes para obtener un seguro privado que garantice el pago de las cuentas médicas.
Un «compasivo» Bush ofrece galleticas, como caritativas migajas navideñas, a los internados en el asilo Little Sisters of the Poor. Foto: AFP Pero aquello que es motivo de congratulación para Bush y su gente —no tener un límite a la ocupación militar de Iraq—, es precisamente la preocupación mayor de los estadounidenses. Así, en una encuesta Gallup/USA Today, el 49 por ciento de los familiares de soldados en la guerra cree que la invasión a Iraq fue un error, frente a un 48 por ciento que todavía la apoya; además, el 55 por ciento de ese sector tiene una opinión negativa de la gestión presidencial, mientras entre la población en general el 64 por ciento está en desacuerdo con la actuación del mandatario. Otra encuesta de CNN/Opinión Research Corporation avala: el 68 por ciento de la ciudadanía pide el fin de la guerra y el 69 exige el retiro de las tropas.
Pero estas opiniones no interesan a la administración republicana a pesar de casi cinco años de guerra, 3 897 soldados muertos en Iraq y casi 29 000 heridos, más 473 bajas mortales en Afganistán, y gastos que alcanzan los 600 000 millones de dólares, todo según los datos que nos deja conocer el Pentágono.
Bush, que ahora se las da de querer poner freno a los egresos del Estado, ha sido en la práctica un gran gastador. Aumentó la deuda pública nacional —cuyo acumulado al finalizar su primer año era de 5,77 billones y ya ha llegado a los nueve billones de dólares—, sobre todo a costa de los dineros destinados al Pentágono y agencias de seguridad nacional; y ahí el hombre de la Casa Blanca se olvidó de la prerrogativa del veto.
Ahora mismo, el nuevo presupuesto del Departamento de Defensa —que bajo Bush ha visto aumentar su tarjeta de crédito en 5,7 por ciento como promedio anual—, destina 680 000 millones para 2008, un incremento del 8,4 por ciento respecto a 2007 y una magnífica tajada para más de 1 300 compañías, organizaciones, contratistas y agencias integradas a la industria de la muerte.
Ante esta victoria presupuestaria del equipo bushiano cabe emplear como moraleja lo que en una ocasión señaló Albert Einstein: «la fuerza siempre atrae a los hombres de baja moralidad».