José Martí
De la Historia de Cuba hablaba yo por estos días de Asambleas Provinciales de militantes de la UJC, con los delegados a una de ellas. Y sobre el tema de la formación de valores en nuestros jóvenes, para que disfrutaran del placer infinito de la utilidad de la virtud, recordaba una idea lapidaria del Padre Varela: «No hay Patria sin virtud», y otra del Apóstol: «El patriotismo es, de cuantas se conocen hasta hoy, la levadura mejor de todas las virtudes humanas».
Y cómo se puede ser patriota sin conocer la Historia de la patria. No una suma de fechas, una cronología de hechos ni una lista de nombres gloriosos. No. La Historia es mucho más. Suelen, sin embargo, estudiarse los hechos y recordarse las fechas y los nombres más notables, pero rara vez se profundiza en la vida, el sentimiento y la forja de esos hombres que hacen la Historia.
Para explicar esta idea pueden utilizarse tantos ejemplos como héroes tenemos a lo largo de 200 años de forja y combate por la nación cubana. Sin embargo, suelo referirme siempre al ejemplo de Antonio Maceo, como modelo de virtudes, voluntad y constancia en la construcción de una personalidad vigorosa que todavía hoy subyuga.
Del joven que en la noche del 12 de octubre de 1868, con 23 años, se suma a las tropas libertadoras, y al amanecer ya era sargento, luego del combate madrugador de Ti Arriba, y al cabo de diez años, después de una epopeya diaria que quedó para siempre convertida en leyenda, era Mayor General, va todo un proceso de autoconstrucción de un hombre superior.
La preocupación constante de Antonio por superarse culturalmente es digna de admirar. La manera en que procura siempre rodearse de personas cultas, que puedan contribuir a su crecimiento intelectual y espiritual; la humildad con que asimila o inquiere algún saber; la voluntad de mejorar la claridad y la belleza de sus cartas; el amor por la lectura que lo lleva a la angustia cuando no le llegan los libros solicitados. Todo apunta hacia un hombre que se construye a sí mismo con paciencia y constancia.
De la educación familiar, sobre todo de Mariana, le venía la fibra esencial, lo que hace del animal biológico que somos al nacer, un ser humano verdadero: la ética. Sin valores morales que frenen los instintos biológicos que traemos al nacer, no se es hombre sino una fiera. Martí dice que un hombre no es más, cuando más es, que una fiera educada. Y a Maceo le habían inculcado desde la cuna esos principios éticos que, potenciados por su afán de saber y su voluntad de mejorarse a sí mismo, harán de él, mucho más que el valor, un ser excepcional, superior a otros que también derrocharon valor y llegaron en su osadía a los límites con la bestialidad. Esos acabaron a la larga mancillando la obra que defendieron por más noble que haya sido. A esos la historia apenas los recuerda.
En la memoria del pueblo cubano ha quedado como símbolo de coraje, la figura del Titán de Bronce. Cuando queremos expresar el valor personal de alguien decimos que tiene más coraje que Maceo. Pero de su trato afable y cortés, de su comportamiento civilizado y caballeroso, de los sólidos principios éticos que le ganaron la admiración, de sus compañeros y también de sus enemigos, de eso, casi no hablamos. De su forma pulcra en el vestir, lo mismo en la manigua con su remendado pero impecable uniforme de campaña, hasta en las reuniones de sociedad en las que participara, una vez concluida la Guerra Grande. Ni de su rechazo a los vicios: ni bebía ni fumaba, ni permitía que lo hicieran en su presencia sus subordinados.
Si no estudiamos el proceso de formación de este ejemplar humano, símbolo también de radicalidad y armonía en sus convicciones patrióticas, de respeto a las leyes de la república que funda con su civismo y defiende con su vida, mal podríamos entender uno de sus más sobresalientes hechos: la Protesta de Baraguá. No habría habido Protesta sin ese cúmulo de valores morales, de convicciones profundas que se pusieron a prueba en ese minuto tenso de nuestra historia. El joven mulato humilde que hacía diez años arriaba mulos por los potreros de Majaguabo, había sufrido una metamorfosis integral, para convertirse, en virtud de sus valores morales acendrados en un profundo amor a la patria, no solo en todo un Mayor General, sino en un líder político y un estadista de agudísima visión. Y dijo ¡No! al pacto vergonzoso al que otros de mayor abolengo habían dicho que sí. Y con esa actitud, convirtió a aquel 15 de marzo de 1878, en una fecha histórica, a aquellas matas de mango en medio de la manigua, en un lugar histórico, y a aquella dignísima protesta, en un hecho histórico que salvó para siempre el honor de los cubanos.
Antonio Maceo es también el paradigma de una elevada cultura política y acrisolados valores morales, de cuya conservación a través de las generaciones dependerá que perdure siempre entre nosotros, y nos proteja en los oscuros vericuetos del porvenir, el espíritu de Baraguá.
Desde San Pedro, el Titán nos observa y nos alienta.