El hombre en el banquillo viste chaleco antibalas sobre la sotana que no le ha retirado la Iglesia. Es el ex capellán de la policía de la provincia de Buenos Aires, Christian Von Wernich, acusado de actuar en varios centros clandestinos de detención y de participar en 42 secuestros, 31 casos de torturas y siete homicidios. Todo el tiempo ha estado con las manos apretadas como en un rezo infinito y en su turno en el uso de la palabra ha convocado a la reconciliación en nombre de «lo que Dios quiere y lo que el hombre necesita».
Pero ya no funcionan el traje ni el discurso. De todos los cargos es declarado culpable a las 7 y 31 minutos, justo una tensa hora después de lo previsto, pero ya al amparo de un inesperado silencio, incluso entre la animada multitud de las afueras. Von Wernich es declarado «partícipe necesario en la privación ilegal de la libertad agravada y coautor de tormentos agravados...» contra una lista de víctimas cuyos nombres, al citarse, estremecen la sala y también las calles atentas al sonido de los altavoces.
Reclusión perpetua e inhabilitación absoluta perpetua, por delitos de lesa humanidad que se inscriben en el genocidio perpetrado en la Argentina entre 1976 y 1983. Cuando el Juez comienza a dictar la sentencia ya nada puede contener a los que han esperado 31 años por la justicia y tres meses por el veredicto.
La juventud baila y canta bajo la lluvia, pero a la puerta de la Audiencia, junto con las voces y los aplausos, también se levantan varias imágenes de Jorge Julio López, desaparecido hace solo seis meses después que prestó testimonio en un juicio similar contra Miguel Etchecolatz, comisario de la Policía Bonaerense, el mismo cuerpo castrense donde oficiaba Von Wernich.
Las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo son las primeras en abrazarse con lágrimas en los ojos. Precedente histórico, fallo ejemplar, opinan. Y advierten que la querella no termina, que no aceptarán cambio de la sentencia por prisión domiciliaria, en vista de que el condenado cumplirá 70 años.
Los periodistas comentan que la alta jerarquía de la Iglesia Católica emitirá un documento por este veredicto y no hay casi diferencias en varias respuestas: «a ver si por fin reconocen su complicidad y su participación directa en los crímenes».
Asisto a esta fiesta por la justicia con emoción y esperanza. Por todos los hermanos y hermanas argentinos y por la gente de mi generación que desapareció la dictadura. En este minuto de justicia, no puedo dejar de pensar en el día en que por fin sentemos en el banquillo a Luis Posada Carriles, Orlando Bosch y todos los que con ellos fueron parte de la larga noche del terrorismo de estado en nombre de la lucha contra el comunismo y la influencia de Cuba. Los asesinos son parte de un mismo crimen de lesa humanidad y con el mismo origen.
Sé que este día también lo vamos a vivir en Cuba y sé que entonces voy a oír lo mismo que oí en las voces de las querellantes que por estos días hablaron con pasión en el juicio a Von Wernich en La Plata: «No podemos dejar que los genocidas mueran tranquilamente en sus casas. No puede haber descanso mientras no haya justicia».
Como no le valieron a Von Wernich, no le valdrán a los asesinos de los nuestros las apelaciones a Dios ni a los que les ordenaban desde arriba. Sean jerarcas de la Iglesia o sea la mismísima CIA.