La competencia no es por ver cómo el equipo completo hace un gol, sino que cada jugador —desentendido de las necesidades de sus compañeros— se las arreglará por sí mismo para alcanzar su objetivo.
El terreno de juego es Bruselas. Los jefes de Estado o gobierno de los 27 países de la Unión Europea son quienes visten las camisetas. Y un texto, el Tratado Constitucional (por cierto, este adjetivo desaparecerá), es la pelota. Cada cual la pateará en función de sus intereses, en la cumbre que abre sus puertas hoy.
Desde que Francia y Holanda le estamparon un NO en las urnas al proyecto de Constitución Europea en 2005 —en el primer caso, como muestra de desaprobación hacia el gobierno de Jacques Chirac, y en el segundo, como signo de temor a la pérdida de poderes de decisión de un país tan pequeño—, la UE no encuentra la horma de su zapato, mientras crece su necesidad de hacer más operativo el funcionamiento de sus instituciones, y la ciudadanía experimenta cierto «cansancio de Europa».
Tras el período «de reflexión» que supuso el rechazo francés y holandés, Alemania —presidenta semestral del Consejo de la UE— intenta cotejar criterios tan dispares como numerosos para arribar a un tratado simplificado, que permita «modernizar» el funcionamiento del bloque y que debe estar listo en la segunda mitad de este año.
El texto emanado de la discusión deberá recoger, en lo esencial, la creación de un presidente de la UE (con lo que se eliminarían las presidencias rotativas por países) y de un ministro de Relaciones Exteriores, además de un nuevo sistema de votación y la reducción de la Comisión Europea, que actualmente cuenta con 27 comisarios, uno por cada Estado (mientras menos burocracia, mejor).
Y ahí vienen los encontronazos. A Gran Bretaña no le hace ninguna gracia ceder potestades de su política exterior a un «eurocanciller», ni que la UE se dote de personalidad jurídica para, en consecuencia, ser parte de organizaciones internacionales; ni que el nuevo Tratado incluya la Carta de Derechos Fundamentales, aprobada en 2000, como documento de obligatorio cumplimento. «Obtendremos lo que necesitamos», se limitó a anunciar el próximo primer ministro, Gordon Brown, como el púgil que hace calentamiento en el ring.
Bajo conteo también están los polacos. La propuesta de un sistema de votación de doble mayoría —vencen quienes acumulen el 65 por ciento de los países y el 55 por ciento de la población—, no les satisface, porque mantiene casi intacta la capacidad germana de bloquear decisiones, mientras disminuyen las posibilidades de Polonia (con 38,5 millones de habitantes), menos de la mitad de la población de Alemania.
Estos dos son los principales, que no los únicos, descontentos —Luxemburgo, por ejemplo, amenaza con vetar un Tratado que se aparte sustancialmente del que sus votantes aprobaron en 2005—. Y por supuesto, se han ganado reprensiones. El jefe de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, sin mencionar directamente a Varsovia, sentenció que si no hay acuerdo, los «mecanismos de solidaridad» se «debilitarían». Sutil modo de expresar que Polonia puede ver reducido el dinero que recibe de los fondos de cohesión, si no coopera un poco más y persiste en rechazar el arreglo que alcancen los demás.
España, entretanto, deseosa de que la figura del ministro de Exteriores comunitario tenga vía libre —Javier Solana, quien hoy desempeña un papel parecido, es español—, dirigió su índice hacia el Reino Unido, que va por lo contrario. El canciller Miguel Ángel Moratinos acusó a Londres de querer «vaciar de contenido» la política exterior del bloque, por lo que Madrid, que se ha aliado en frente común con Francia e Italia, amaga con frenar la instauración de un presidente del Consejo de la UE, cargo para el que estaría propuesto nada menos que el saliente premier británico Tony Blair.
Veintisiete voces, en fin, todas con poder de veto. Y todas con sus apetencias propias. Más que un Tratado Europeo, lo que está en ascuas es la credibilidad de la UE como un corpus capaz de echar a un lado las ambiciones particulares y adelantar el interés común.
El juego dirá si, al final, se anota algún gol digno de todos...