La respuesta, aunque duela, es un no que hasta hoy no ha podido cambiarse, cuando a diario surge la pregunta: «¿nada del proceso de los Cinco?».
La lógica indicaba que a estas alturas ya ellos estuviesen en casa. Pero el gobierno de Estados Unidos va contra toda razón y sensatez en este caso.
Persiste en hacer indefinido el arresto de los antiterroristas cubanos, confinados hace casi nueve años en penitenciarías federales estadounidenses, en tanto brinda impunidad a un Luis Posada Carriles —criminal confeso—, a quien se le ve ya por exquisitos clubes miamenses en compañía de otro profesional del terror: Orlando Bosch Ávila.
En contra de la lógica precisamente, el emperador George W. Bush quedó al desnudo al permitir la liberación del monstruo. «Puso la bomba y... ¿qué?». Los muertos pesan, las heridas sangran, pero no se ha hecho justicia.
La estructura internacional creada para proscribir, reprimir y sancionar el terrorismo ha sido destruida con la conducta norteamericana ante la bochornosa excarcelación de Posada Carriles.
Mas los Cinco y sus familiares, más allá de la fuerza que evidencian en la lucha por la justicia, siguen aportando dolor y sacrificio: hay hijos que crecen sin la presencia del padre; madres que envejecen pensando en cuándo volverá su hijo; esposas que esperan, que son retaguardia..., pero la soledad, esa soledad extrema, ese tiempo perdido para amarse, los aniversarios, las fechas queridas ¿quién se los devuelve?
Este lunes 4 de junio, por ejemplo, nada debe haber cambiado en la cotidianidad de Gerardo Hernández Nordelo: recogería las bolsas plásticas de basura de las áreas de su unidad, leería un poco y respondería parte de la abundante correspondencia que recibe en tierra lejana y desértica en la prisión de Victorville, California. Inconmensurablemente, como le escribió a Adriana, la compañera que eligió para compartir su vida, oiría solo el sonido de «las llaves, con su pregón de cascabel, (que) te destierran sin piedad del reino de los sueños (...) atravesando augurios y desdichas, (...) bordeando angustias e injusticias (...) desafiando el acoso, melancólico y punzante de las llaves, que te recuerdan dónde estás, con su pregón de cascabel».
Aquí en Cuba, Adriana pondría sábanas limpias en la cama, como hace cada 4 de junio, por ser una de las cosas que le gusta a Gerardo que le regalen ese día. No obstante, por unos minutos las ondas del éter les dieron la posibilidad de celebrar juntos por adelantado.
Gerardo habría escuchado a través de la edición especial de un programa sabatino de radio de Los Ángeles, la voz de la Adriana que las autoridades de Estados Unidos no le permiten ver, y los cientos de mensajes de amigos que fueron redactados para ser leídos en el espacio en el que —aun en la soledad de una celda, donde solo se amplifica el ruido de «las llaves, con su pregón de cascabel»— le desearon: ¡hermano, firme ahí y feliz cumpleaños!