Foto: Reuters El nombre de Al Qaeda, acompañado de tan triste fama desde 2001 —cuando, gracias a sus acciones, un sujeto tocó el cornetín de la «cruzada contra el terrorismo»—, se hizo escuchar ayer en Argelia.
Fueron dos los atentados en Argel, la capital. Uno, contra el Palacio de Gobierno, dejó 12 muertos, entre ellos una mujer embarazada y dos niños. En el segundo, el objetivo fue una comisaría policial, y 12 personas quedaron tendidas en un charco de sangre. Más de 200 recibieron heridas.
¿Cómo se implica Al Qaeda en este hecho? Pues de la misma forma que en Iraq: atacando a civiles. Sucede que no se trata solo de hacerles frente a las tropas invasoras de EE.UU. y sus aliados, sino de eliminar a cualquiera que esté donde sus terroristas piensan poner la bomba.
He ahí una diferencia que no siempre hace la «gran prensa»: lo mismo quien estrella un coche bomba contra un mercado que quien lo hace contra un convoy de soldados de EE.UU., es tildado de terrorista. No se quiere entender que el rebelde que lucha por la libertad de su país, no ataca a los civiles; no es enemigo del pueblo, sino que este es su principal apoyo.
En cambio, en el caso del extremista —y también Al Qaeda ha infiltrado a los suyos en el Iraq ocupado—, la idea primera no es expulsar a los agresores y alcanzar la justicia. La meta, alentada por el fanatismo, es un paraíso floreciente en vírgenes que complacerán todos los caprichos; y de lograr alguna vez que sus enemigos huyan en desbandada, el fundamentalista instauraría un régimen de pobres beneficios para quienes no se sometan a sus estrechas leyes.
Ahora le toca a Argelia, un país que se esfuerza en restañar las profundas heridas que dejó el fanatismo islámico en la pasada década. Más de 200 000 vidas costaron las frecuentes incursiones de milicias de este corte contra la población. Al parecer, algunos desean reeditar las matanzas...
El que se ha adjudicado la de este miércoles, es el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), que en septiembre de 2006 se declaró adherente de la red Al Qaeda, y que se hace llamar «Organización de Al Qaeda en la Región del Magreb Islámico».
Llama la atención que dicha banda surgiera, en 1997, como una escisión del Grupo Islámico Armado (GIA), ¡precisamente por su rechazo a las masacres que este cometía contra personas inocentes! Sin embargo, el GSPC no tardó en reproducir los mismos métodos sanguinarios contra sus coterráneos, con la aspiración de derrocar al gobierno de Argel.
Acerca de sus tácticas, dice mucho el incidente del 15 de mayo de 2006, cuando 21 niños, hijos de miembros de esa organización, fueron asesinados por sus propios padres para evitar que quedaran bajo la custodia del ejército argelino, que ya les pisaba los talones.
En cuanto a la Carta para la Paz y la Reconciliación Nacional, sometida a referéndum por el gobierno del presidente Abdelaziz Bouteflika en 2005 y aprobada por el 97 por ciento del voto popular, el GSPC ha optado por no sumarse a la amnistía que esta prevé para quienes, sin haber cometido hechos de sangre, depongan las armas y vuelvan a sus hogares.
La propuesta, según analistas, dista mucho de ser perfecta, pero al menos consagra un principio de paz, un camino nuevo para enterrar los rencores y no a más seres humanos.
¿Pensarán acaso los terroristas que, vadeando esa oportunidad, encontrarán la forma de tirar al suelo la institucionalidad del país? Si lo creen, mal habrán aprendido que, hiriendo al pueblo, jamás podrán señorear sobre este.