A pesar de los tiempos, que siguiendo la letra de la canción infantil «horripilan y meten miedo de verdad», este 1ro. de junio, Día Internacional de la Infancia, seguimos teniendo razones para festejar a nuestros pequeños, que en nuestro caso debería ser algo así como «apapacharnos» entre todos en nombre del futuro.
Y es que a pesar de la lidia tenaz y sin precedentes contra un bloqueo recrudecido, escaseces y privaciones de todo tipo, en Cuba nada es hasta hoy más importante que el candor y la sonrisa de un niño, y protegerlos, ayudarlos a crecer sanos en pos de los sueños, es aspiración que nos junta tatuada en el alma de nuestras esencias como pueblo.
Este sábado celebro por los pasos seguros de Yarismelys, la pequeña de Jiguaní, que condenada por la artrogriposis llegó un día en silla de ruedas a la Escuela Especial Amistad Cuba Vietnam, y hoy sostenida por el calor de un amoroso colectivo y la voluntad del Estado, saborea la felicidad de correr, saltar, jugar y habla de mejorar su ortografía y de estudiar mucho para llegar a ser abogada.
Festejo por la voluntad y la entrega de aquellos que desde un coppelia o un parque de diversiones se empinan contra precariedades para que aparatos viejos continúen inaugurando experiencias y haya nuevos sabores que degustar, con la misma convicción con que los abuelos, padres, familias, sortean la inflación y los tropiezos del día para que no falten a sus hijos un postre, una muda de ropa que usar, vivencias inspiradoras.
Escribo pensando en los investigadores que entregan horas en un laboratorio para que una vacuna continúe defendiendo el mañana; en los pediatras amorosos pendientes de que se imponga el bienestar y en los maestros consagrados, aferrados a educar para la vida y formar integralmente los hombres y mujeres de bien que precisa el futuro.
Brindo por la ternura de gestos como los del proyecto Sonrisas Guardería Infantil, que empujado por la sensibilidad de sus socios fundadores Isabel Torres, Williams Boix y Norma Torres, es capaz de movilizar la solidaridad de no pocos emprendedores santiagueros, más que para celebrar un cumpleaños o garantizar el confort y rigor de un servicio, en defensa de la felicidad de educar.
Me regocijo en este Día Internacional de la Infancia por esas tantas visiones cotidianas y naturales en Cuba, que son rarezas para los infantes de muchos lugares del mundo: por esa imagen de pañoletas y mochilas que sigue tiñendo de alegría nuestras mañanas; por las selfies de duendes mágicos, desdentados y en carriola por los parques, por las conversaciones, lo mismo de robots y juegos de minecraf, que de dinosaurios, alejadas de los cuadros de infancias maltratadas, cercenadas por las bombas, el horror y la intemperie.
Este 1ro. de junio es en Cuba un día para festejar la infancia y también a todos los adultos cómplices de su crecimiento armónico, integral, que con rigor y afecto perseveran en el empeño de enseñarles el valor del conocimiento, del trabajo y la justicia; la magia de un abrazo y una puesta de sol; la certeza de que la felicidad está en el camino más que en la cumbre, y el éxito, en persistir en el intento.
Este sábado, como acostumbramos, habrá fiesta de colores e imaginación, por nuestros pequeños y por un pueblo que aprendió temprano, como suele reiterarme un amigo, que en cada risa de un niño hay un pedacito de felicidad que nos ilumina y nos hace invencibles: un pueblo con alma de niño.