Es más fácil compartir una portada en de revista que un trozo de Casa Blanca. Autor: Time Publicado: 11/12/2021 | 08:16 pm
Pese a que hace solo unos meses su horizonte se insinuaba más llano, camino al poder de todos los poderes, ahora el firmamento sugiere que el instante de gloria de Kamala Harris quedará en 85 minutos, el tiempo de una película real estrenada el 19 de noviembre en la que, mientras Joe Biden —más anestesiado de lo habitual— se hacía una colonoscopia, su compañera de fórmula se erigía fugazmente como primera mujer Presidenta de Estados Unidos.
Cumplidos el rato y el proceder médico, el río retornó a su cauce y la Vice devolvió el control de las armas nucleares y del Ejército para regresar a ese modo tan suyo de invisibilidad que ha hecho preguntarse a un sitio web israelí —y cuando se trata de intimidades yanquis, hay que escuchar a Israel— si Kamala estará escondida en algún sitio, acogida a un programa de protección de testigos.
Viéndola tan preparada, joven para el lance, carismática y llena de ganas de comerse lo que la Casa Blanca ha dejado de mundo, la mayoría pensó que era la jugada cantada para asegurar en las próximas presidenciales una continuidad demócrata poco probable con su jefe Joe Biden, a quien muchos retratan como un pato cojo de ambas muletas, con muy pocas opciones en una lidia que le tomaría con 81 noviembres.
Sin embargo, las cosas se han puesto turbias. El mismo Biden, que en campaña se presentaba como presidente de «transición» y puente hacia nuevas generaciones del Partido Demócrata para dejar atrás la «pesadilla trumpista», ahora no solo sostiene enfáticamente que buscará alargar su sentada oval, sino que observa callado —¿solo observa?— una sorda campaña contra su propia segunda, ajuste de cuentas que algún espíritu sarcástico define como evidencia de que, entre oveja y oveja contadas, el presidente está más despierto de lo que parece.
Su equipo reiteró que Biden estaría en contienda por la reelección y nada menos que Jen Psaki, la portavoz de la Casa Blanca, dijo no tener «predicción» sobre la intención de Kamala. «Eso se lo dejo a ella», acotó la vocera, como si hablara de la muy anónima señora del pantry de su oficina.
Yin Yang «a la americana»
Al parecer, se ha terminado en la Casa Blanca un idilio que no se asentaba solo en el cálculo generacional, de género y étnico, sino también en duras «hormonas políticas». Desde la elección de Kamala para la fórmula, el analista Branko Marcetic señalaba que se le fichaba para consolidar lo que Biden representaba: la derrota de la izquierda del Partido Demócrata a manos de su facción corporativa.
Marcetic, redactor de Jacobin, ubicó la utilidad de Kamala, para Biden, en su popularidad entre la clase donante, traducida en la enorme recaudación de dinero para la campaña, «sacado» no solo a grandes firmas tecnológicas, sino también a Wall Street, los seguros privados y las farmacéuticas, además de a varios multimillonarios.
A ello añadió que Kamala aportaría el carisma que falta a su jefe para construir un Gobierno aun más conservador que el de Obama y que ella sería la pieza para frenar cualquier avance del ala izquierda demócrata y garantizar que la Casa Blanca siga en manos de las corporaciones.
Al principio, las cosas funcionaron. En febrero, el Uno y la Dos tuvieron 38 eventos conjuntos, los mismos que en marzo, pero desde entonces comenzaron a coincidir menos, especialmente desde agosto. Y si en marzo pasado una directiva oficial insistía: «Por favor, asegúrense de hacer referencia a la administración actual como la Administración Biden-Harris en las comunicaciones públicas oficiales», enfatizando los dos apellidos así, en negritas, muy pronto la orden, como las letras, se destiñó.
«Solo alrededor de una quinta parte de las actividades enumeradas en el calendario público de Harris en septiembre y octubre han involucrado a Biden, en comparación con aproximadamente las tres cuartas partes de ellas en enero y febrero. En octubre, la Vicepresidenta tuvo siete actividades con Biden, seis de ellas a puerta cerrada», publicó el diario británico The Telegraph, que sostiene que Kamala se distancia públicamente del Presidente para librarse de cualquier tropiezo —no de escalera de avión— que este pudiera tener.
De ser cierta esa presunción, la brillante abogada estaría apenas tejiendo, como Penélope, a la espera no de que desembarque Ulises, sino de librarse del inquilino obcecado que se niega, como los homéricos pretendientes de Ítaca, a dejarle libre la casa.
Con dos que se hieran
Caídas las flores, Joe y Kamala parecen vivir como pareja política la segunda fase del flamboyán: la de las vainas. Para la fecha de Acción de Gracias, se comentó mucho el presunto desaire del Presidente a la Vice en un comedor de beneficencia de Washington DC.
Según publicaron los medios, el Presidente «ignoró por completo» a su segunda, a pesar de la estrechez del local donde ambos, acompañados de sus cónyuges, ayudaban a servir comidas solidarias. Micrófonos de alta captura no pudieron conseguir una palabra de Biden a su Vicepresidenta en una velada que, más que por el aroma de apetitosos pavos, parecía impregnada del «picante» del menú: las recientes quejas del equipo de Kamala de que a su jefa se le asignan las tareas más difíciles del Gobierno, como la crisis fronteriza.
En efecto, a mitad del mes pasado trascendió que la Vicepresidenta se sentía limitada y constreñida en el ejercicio de sus funciones. El malestar parece común con el equipo del presidente, al punto de que han cruzado «piropos» extraños entre correligionarios en el poder. Mientras el séquito de la Vice considera que está mal posicionada por la Casa Blanca y excluida de decisiones y procesos políticos importantes; del otro lado, el personal de Biden estaría frustrado por las meteduras de pata de Harris y dispuesto a dejarla hundir como el mismísimo Titanic.
De cara a una posible nominación demócrata para las presidenciales de 2024, su papeleta —antes poco discutida— se emborrona. Un antiguo asesor suyo comentó a CNN los «privilegios» partidistas al secretario de Transporte, Pete Buttigieg, otro posible aspirante: «Es difícil no ver la energía con la que la Casa Blanca defiende a un hombre blanco sabiendo que Kamala Harris pasó casi un año recibiendo todos los golpes que el Ala Oeste no quería».
El conflicto no escapa a observadores que la ven como una líder descolocada de posición de liderazgo, más expuesta para ser derribada que puesta para triunfar.
Abrazo de ahogados
En este mundo huérfano de oráculos ciertos, el valor de las encuestas dura lo que un chat de Facebook: hace menos de un año, en marzo, la casa de apuestas británica Ladbrokes estimaba que en una eventual lucha por la presidencia de Estados Unidos en 2024, Kamala Harris, con el 22,2 por ciento de probabilidad, sería favorita ante Joe Biden (20 por ciento) y el exmandatario Donald Trump (14,3 por ciento). Ahora, quién sabe qué.
Hace menos de un mes una encuesta de USA Today/Suffolk University no solo situó la popularidad de Biden en un pobrísimo 37,8 por ciento, sino que ubicó la de Kamala en un ¡28 por ciento! Es cierto que las cifras se han movido un poco, pero la paridad a la baja no, lo que obliga a mirar aristas calientes de la muestra que sugirieron que si para los días de su aplicación se celebraban elecciones, con los mismos candidatos, el 44 por ciento de los votantes se decantaría… ¡por Trump!; el 40 por ciento, por Biden; y el 11 por ciento, por un tercero.
Trump, el abominable hombre de las hieles, goza como nadie estos quiebres del partido rival. Él apuesta por que, en las legislativas de 2022, Biden y Kamala pierdan, en abrazo de ahogados demócratas, el control de la Cámara de Representantes y del Senado, como antesala de una debacle mayor.
The show must go on. Joe y Kamala saben bien que el gran capital quita lo que da, así que, igual que compartieron portada en la revista Time como «personas del año 2020», en 2024 la política puede sacarlos de foco mientras la vida les avisa, en barato grafiti, que time is over.