El incidente del pasado lunes con el helicóptero del presidente boliviano Evo Morales, que a poco de despegar tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia a causa de una falla en el rotor de cola y que fue calificado por el exministro de Gobierno Hugo Moldiz como «atentado criminal», reforzó en muchos la certeza del golpe de Estado animado desde la Casa Blanca.
Mientras la Junta Investigadora de Accidentes de la Fuerza Aérea Boliviana establece las causas del suceso, siguen saliendo a la luz elementos que reavivan las denuncias del sociólogo venezolano Álvaro Verzi Rangel, codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico, publicadas en el sitio www.resumenlatinoamericano.org.
Para apuntalar las campañas contra la relección de Evo Morales y reflotar a escorados candidatos de derecha, el Gobierno de Trump asignó 100 000 dólares a la consultora CLS Estrategies, con sede en Washington, que cuenta con la mayor base de datos de bolivianos.
Informes de inteligencia referidos por Verzi Rangel señalan que la estación de la CIA en La Paz tomó el control de redes de Whatsapp en el país, las conectó con grupos de análisis político y filtró falsa información para conducir los debates de la campaña de acuerdo con sus intereses.
Igual de escandalosos han resultado 16 audios —expuestos, entre otros, por el sitio www.erbol.com.bo— que develan la organización y financiamiento, desde Estados Unidos, del golpe contra Evo, con acciones fijadas para antes, durante y después de las elecciones.
Esos audios e informes, redactados el 8 y 10 de octubre, exponen el compromiso de los senadores estadounidenses Marco Rubio, Bob Menéndez y Ted Cruz para promover sanciones económicas contra Bolivia si acaso —como ellos mismos prevían— Morales ganaba las elecciones.
Con este tridente de enemigos de la revolución en la plana mayor del golpe, no asombra que entre las ideas de odio que animan para el vuelco ilegal esté la presunción de que los cubanos «son quienes gobiernan Bolivia».
En uno de los audios, el excoronel boliviano Julio César Maldonado Leoni ordena todo tipo de acciones contra la Embajada de Cuba en La Paz y sus diplomáticos y conmina —¡¿miedo mediante?!— a los cubanos a salir de Bolivia.
Otro material permite escuchar a la activista política Miriam Pereira vincular en el plan al opositor Carlos Sánchez Berzain, residente en Estados Unidos. Según Pereira, Sánchez quiere incitar una guerra civil en Bolivia, que sería financiada con medio millón de dólares.
También la página www.suramericapress.com había referido el zarpazo golpista contra Evo, que se ejecutaría entre finales de 2019 y marzo de 2020, con los políticos bolivianos —residentes a la sombra de Trump—, Sánchez Berzain, Gonzalo Sánchez de Lozada, Manfred Reyes Villa y Mario Cossío como principales actores.
El golpe en proceso guarda grandes semejanzas con la receta de desestabilización aplicada recientemente en Nicaragua por la derecha local, bajo la dirección orquestal de la OEA y el amo estadounidense de la cada vez más triste batuta.
La guerra sucia incluyó un video en Facebook —reaccionariamente viral— en el cual el supuesto diácono Jorge Sonnante afirmaba que Evo tiene en el Banco del Vaticano una cuenta de 420 millones de euros. ¿Las pruebas? ¡Bien, gracias!
Además de virtual, la emboscada es muy concreta. A mediados de octubre, el presidente boliviano denunció que un vehículo de la Embajada de Estados Unidos ofrecía obras de infraestructura a los pobladores de la zona de Los Yungas a cambio de que no apoyaran en las elecciones al Movimiento al Socialismo (MAS). Cuando el propio mandatario reclamó al encargado de negocios Bruce Williamson, este se declaró «sorprendido» por la noticia.
En medio del golpe, mientras Evo demuestra de qué están hechos los patriotas originarios, sus enemigos mudan, cual pellejo de culebra, las posturas. Carlos Mesa, el vencido candidato de la Comunidad Ciudadana (CC), no condenó el ultimátum golpista del «cívico» cruceño Fernando Camacho al presidente, ni reconoce la auditoría electoral que Morales ha tenido la entereza —y la valentía, dada la poca confianza que inspira ese organismo colonial— de encargar a la OEA.
Resulta que ahora Mesa quiere ir a nuevas elecciones para que el voto popular —ese con el que Evo lo derrotó— solucione la tensión política que el país vive a causa de malos perdedores de derecha como él.
Como una de las «cuatro patas» del golpe, Mesa —que exige además la renuncia de los vocales del Tribunal Supremo Electoral y su posterior enjuiciamiento, así como una observación internacional que extrañamente no acepta ahora para la auditoría— llamó a mantener paralizadas varias ciudades del país, lo que presupone la violencia y, tal vez, al enfrentamiento entre bolivianos, que tanto ha querido evitar el presidente.
Mientras Trump, Marco Rubio, Bob Menéndez, Ted Cruz, Carlos Mesa, Sánchez Berzain, Sánchez de Lozada, Manfred Reyes Villa, Mario Cossío y compañía se «acuestan de ese lado», a la derecha del mundo en la ilusión de otra vuelta de tuerca neoliberal, miles de bolivianos se reunieron en ciudad de El Alto para marchar en paz a La Paz y derrotar, de un zurdazo de morales, toda la saña del golpe.