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El castigo que a nadie conviene

La imposición de sanciones de EE.UU. y la UE contra Rusia es un arma de doble filo. Para Washington resulta más fácil diseñar un paquete de medidas punitivas contundente; en cambio, la dependencia europea del gas ruso obliga a los Veintiocho a valorar el asunto con cabeza fría

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Washington y sus socios europeos están que trinan. No pudieron evitar que la República Autónoma de Crimea se adhiriera a Rusia, como resultado del referéndum celebrado hace una semana, en el que casi el 97 por ciento de la ciudadanía decidió mirar a Moscú antes que a la Kiev controlada por los ultranacionalistas con pretensiones europeístas. Por eso ahora suben un poco el tono y hablan de sanciones contra el gigante euroasiático, un asunto que hace unos días algunos líderes europeos, principalmente la canciller alemana Angela Merkel, preferían manejar con cabeza más fría, pues el castigo también afectaría al grupo de los 28, teniendo en cuenta los vínculos comerciales y la dependencia europea del gas ruso.

Al parecer, más allá de los forcejeos y amenazas verbales, por el momento la UE prefiere ser más cautelosa y no dejarse arrastrar por el activismo de EE.UU. en materia de guerra económica, porque sabe que también le tocará contar bajas en su bando. Por eso, en su reunión del pasado jueves el grupo solo se limitó a incluir otros 12 nombres a la lista de 21 personalidades —aprobada días antes— cercanas al Gobierno ruso que asocian a la organización del referéndum de Crimea, quienes a partir de este momento no podrán viajar a territorio europeo y tendrán sus cuentas congeladas en la UE. El otro paso fue recomendar a la Comisión Europea un estudio de otras posibles medidas punitivas si Rusia «va más allá de Crimea», según palabras de la Merkel.

Esa sería, de acuerdo con la metodología empleada, la fase tres, referida a sanciones económicas. Las dos primeras etapas contemplan la paralización de las negociaciones sobre liberalización de visados y del acuerdo bilateral, y la inclusión de 33 rusos y ucranianos en la lista negra —actualizada el jueves— de quienes no pueden poner un pie en territorio comunitario, y a quienes se les congelan sus activos en la UE.

El Gobierno de Estados Unidos, por su parte, fue más contundente. Además de elaborar su propia lista negra de funcionarios a quienes se les prohíbe viajar a su país y se les congelan activos, decidió castigar al banco Rossiya, que a partir de ahora enfrentará dificultades para tener liquidez en dólares. Washington considera que se trata de las medidas más fuertes aplicadas a Moscú desde la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pero Rusia se vanagloria de seguir enfrentando en los últimos 23 años muchas de las prohibiciones que le impusieron a la URSS y una vieja política de contención que viene desde el siglo XVIII.

La Casa Blanca puede tensar mucho más la cuerda que la UE porque sus relaciones comerciales con Rusia no tienen el peso de las que mantienen los 28 con esa nación. El gigante euroasiático apenas ocupa el uno por ciento en el comercio de la potencia norteamericana; en cambio constituye el tercer socio comercial del bloque comunitario europeo. EE.UU. importa el cinco por ciento del petróleo ruso, una cantidad que puede obtener de otros socios productores, además de contar con grandes reservas; sin embargo para la UE el gas es la cuarta parte de su fuente energética, y un tercio de ese recurso se lo compra a Rusia.

Cada día Moscú bombea 175 000 millones de metros cúbicos de gas ruso que llegan a Europa a través del gasoducto Soyuz, que cruza Ucrania. Otros 95 000 millones de metros cúbicos arriban por el Nord Stream, desde el norte hacia Alemania, y por el Yamal, por Belarús.

Cifras bastante inquietantes para quienes pretenden castigar a Rusia, y que pesan más que el tranquilizante que el comisario europeo de Energía, Günther Oettinger, quiso inocular en los nerviosos, asegurándoles que las reservas están más llenas que el año pasado (40 000 millones de metros cúbicos, 10 000 millones más que lo almacenado en 2013), gracias a que el último invierno no fue crudo, y que a medida que se vaya acercando la primavera y el clima sea más cálido, «el peligro decrecerá».

Por otra parte, si bien es cierto que el corredor ucraniano tiene menor peso que hace unos años en el suministro a Europa, continúa constituyendo un punto estratégico en ese sentido. Hasta el momento se han respetado los contratos, que siempre se firman a largo plazo, pero no se puede desconocer la tensión existente entre el nuevo Gobierno de Ucrania y Rusia, que derivó en la suspensión por parte de Moscú de los precios preferenciales que Kiev pagaba a su vecino por el gas.

Según Pável Zavalny, presidente de la Sociedad Rusa de Gas, a partir del 1ro. de abril, el precio que Ucrania pagará por el gas ruso podría subir de los actuales 268,5 dólares por mil metros cúbicos a 378 dólares, en dependencia del resultado de las negociaciones con Kiev. En el peor de los casos, si Ucrania decide adueñarse de propiedades rusas y si se registran nuevas amenazas de los nacionalistas radicales, «el precio podría dispararse hasta los 500 dólares», agregó el funcionario.

Además, la propuesta que últimamente ha estado sobre la mesa de algunos expertos europeos de recibir el gas por otras instalaciones que vienen desde la nación euroasiática, no resolvería el problema, pues la mercancía sigue siendo rusa.

Además, la UE está muy lejos de la autosuficiencia energética, y los proyectos encaminados en este sentido, así como al fomento de las energías renovables, la diversificación de fuentes de suministro y el mejoramiento de la interconexión comunitaria que garantice el abastecimiento, son a largo plazo.

Resolver estos escollos para curarse de la dependencia del gas ruso fue precisamente el acuerdo al que arribaron los líderes de la UE en la reunión del Consejo Europeo, celebrada el jueves y viernes pasados. Pretenden a partir de 2015 desarrollar proyectos de interconexión para poner fin, antes de 2030, al aislamiento de algunos Estados miembros en relación con el gas y la electricidad europeos. Pero esto requiere mucho dinero, algo que precisamente no abunda en muchos Estados europeos debido a la crisis.

Es cierto que Moscú sentirá en sus arcas una guerra económica que apunte a este sector tan esencial que ahora mismo aporta cien millones de dólares diarios, pero el sistema de calefacción y las industrias europeas también saldrán muy mal paradas.

Por tanto, para Europa es mejor no asumir una estrategia de destrucción mutua. Al menos por el momento.

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