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¡Alerta, que están vivos los desaparecidos!

Las Madres de la Plaza de Mayo no cejan en su empeño de encontrar a sus hijos, secuestrados durante la dictadura militar que azotó a Argentina luego del golpe de Estado de 1976. «Están vivos», aseguran, y la ronda de cada jueves en la plaza confirma su voluntad

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

BUENOS AIRES, Argentina.— Llego a la estación Ángel Gallardo, de la línea B del Subte bonarense, en el barrio de Villa Crespo. Al bajar las escaleras, grafitis y murales urbanos de muchos colores me dan la bienvenida en mi recorrido hasta las taquillas. Un par de jóvenes con piercings y pelo largo interpretan Dos Gardenias en sus saxofones. Compro el Subte pass para poder cruzar y me acerco al andén. Son alrededor de cinco paradas hasta Florida, donde debo apearme para llegar al centro, a la Plaza de Mayo. Hoy, jueves 18 de julio, será un día especial para mí.

Sin embargo, me quedaré antes, en la estación Carlos Pellegrini, para poder conocer la que fuera la avenida más ancha del mundo. La 9 de Julio —que conmemora el día de la Declaración de la Independencia de esta nación—, con 140 metros de ancho, ahora es superada solamente por el Eje Monumental de Brasilia, en Brasil. Cerca de esta estación está la intersección con la avenida Corrientes, donde se levanta el Obelisco de Buenos Aires en la Plaza de la República, monumento histórico nacional y símbolo para todo turista.

Debo estar atenta a la hora de cruzar la avenida y guiarme por la multitud. Todos aquí cruzan por las esquinas, como debe ser, justo cuando el semáforo peatonal marca el «hombrecito blanco», y si te olvidas de ello, los carros y las motos no te lo perdonan. Sigo mi camino por Corrientes, eje de la vida nocturna y bohemia de Buenos Aires, a la que el periodista Roberto Gil nombró «la calle que nunca duerme». Luego busco la Avenida de Mayo y para ello doblo a la derecha por la calle Florida, donde en cada esquina sientes el voceo de «¡Cambio! ¡Cambio!» de quienes te ofrecen el dólar blue a un precio mejor que el oficial.

A solo pocos metros de la Plaza de Mayo comienzo a ponerme nerviosa. Hoy es jueves y sé que desde las 3 y 30 de la tarde viviré una experiencia de la que hasta ahora solo he tenido referencias a través de películas y artículos publicados. Siento vítores y apresuro el paso... Olé, Olé/ Olá Olá, con las Madres vamos a apoyar/ este proyecto nacional y popular. Dos minutos faltan para la hora fijada de cada tarde de jueves por las Madres de Mayo para hacer su ronda en la Plaza, alrededor de la Pirámide de Mayo, frente a la Casa Rosada.

Las veo bajarse del microbús, rodeado de gente de pueblo, camarógrafos y fotógrafos. Desde lejos diviso los pañuelos blancos en sus cabezas y distingo las banderas azules, graficadas con un «Gracias, Madre», que ondean en manos de quienes las apoyan.

Estoy cerca e intento «competir» con mi lente para no dejar de testimoniar el sentir de unas mujeres que perdieron a sus hijos hace 36 años. Veo a Mercedes Colás en el centro y a otras que la acompañan. Toman su bandera gigante, en la que se reafirma «Hasta la victoria siempre, queridos hijos», e inician su ronda, a la que se suman todos los presentes entonando canciones.

Con las Madres en la Plaza/ y Cristina en el poder/ que lo sepa la derecha/ nunca más va a volver. Da saltos mi corazón y me emociona verlas ahí, con tantos años encima y sufrimiento contenido por los más de 30 000 desaparecidos en Argentina, secuestrados durante los años 70.  Les arrebataron a sus hijos e hijas y siguen fuertes, reclamándolos. Una cubana las observa, les toma fotos y se imagina la tristeza infinita de estas mujeres.

Causas del dolor

Madres de la Plaza, el pueblo las abraza... Continúan las palmas mientras ellas avanzan y yo recuerdo lo que he leído, lo que me han contado. Algunos por estos lares insistieron: «A ese período sangriento de nuestra historia le decimos El Proceso».

Se refieren al Proceso de Reorganización Nacional, el nombre eufemístico con el que se autodenominó la dictadura cívico-militar instaurada en Argentina, luego de derrocar en marzo de 1976 el Gobierno constitucional que lideraba la presidenta María Estela Martínez de Perón, conocida como Isabelita, tercera esposa de Juan Domingo Perón. Se estableció una Junta Militar con los comandantes de las tres Fuerzas Armadas en el poder (Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti) y hasta diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín es elegido para la Presidencia, la nación argentina estuvo azotada por el terrorismo de Estado, la violación de los derechos humanos y la desaparición y muerte de miles de personas.

Detenciones, torturas, asesinatos, exilios forzados, secuestros y desapariciones caracterizaban los días de aquellos años en los que, sin mucha precisión numérica, se estima en 30 000 los desaparecidos, y que tuvieron como marco la Operación Cóndor en varios países de America Latina. Estos y otros crímenes fueron investigados en 1984 por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), y testificados por el informe Nunca Más.

Los Grupos de Tareas (GT) llegaban a las casas de los «objetivos» y se llevaban a los hombres y las mujeres que contribuían a esa «heterogeneidad peligrosa» desde el punto de vista religioso, político, de identidad de género y origen étnico. Si había niños, podían ser «chupados» (secuestrados) y repartidos en otras casas, entre ellas la de familias militares o de civiles relacionados con las Fuerzas Armadas. En algunos casos presenciaban también las primeras torturas que miembros de su familia padecían en sus casas. Las mujeres embarazadas, víctimas también de la dictadura, podían ser retenidas y dar a luz en condiciones de cautiverio ilegal.

Fueron años de «limpieza del país», durante los cuales escuchar a Mercedes Sosa y a otros artistas era un sacrilegio y en los que cientos de soldados murieron en la guerra de las Malvinas;  momentos en los que la quema de libros «sospechosos» y la intervención de las universidades era parte del día a día.

Hace más de tres décadas que las Madres y Abuelas de los desaparecidos unen sus voces y fuerzas para recuperarlos. No pueden contentarse con que el 24 de marzo haya sido declarado Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia; la lucha tiene que ser diaria. Crearon la Asociación Madres de Plaza de Mayo, desde entonces, presidida por Hebe de Bonafini, y cuentan con universidad propia, canal de televisión y radio, cafés literarios, guarderías infantiles y planes de vivienda social.

No importan los años, me dice Juana de Pareament, una de las madres que sostuvo la bandera en la ronda de este jueves. «Hay que seguir luchando para continuar con los ideales de cambio en este país, esos que les costaron la vida y la paz a tantas personas en los tiempos de El Proceso».

A su lado, Visitación de Loyola responde a mi mirada. «¿Qué querés saber?», me pregunta. «Todo», le respondo. «Pues lo primero es el pañuelo, señal de vida, de amor. Cuando nos lo ponemos estamos pensando en los 30 000 que no sabemos dónde están». Y recuerdo que ya había leído que ese pañuelo blanco rememora los pañales de los hijos que estas mujeres perdieron.

Lidera esta ronda Mercedes de Meroño, conocida como Porota, quien toma el micrófono y asegura: «Todas estamos orgullosas de los hijos que parimos y de que ellos nos hayan parido en la lucha. Las mujeres hablábamos en otras épocas de tejidos y de comida, y con el tiempo aprendimos a hacer política de verdad; esa de tener las ideas claras, esa política de saber que el otro soy yo».

Mercedes aprovechó la ocasión de este jueves 18 de julio y delante de todos reiteró la indignación de las Madres por lo sucedido con el presidente boliviano Evo Morales cuando sobrevolaba Europa. Contó además que en España recibió el apoyo de Los Olvidados, «un grupo que representa a los desaparecidos de todo el mundo, no solo de España, y que nos apoyan en nuestra causa».

¡Alerta, alerta! ¡Alerta que están vivos/ todos los ideales de los desaparecidos... voceaban todos mientras las seguían con la vista, y las despedían luego de subirse al microbús. «Nos vemos el próximo jueves, como siempre, y todos los días de esta vida en la que no dejaremos de luchar por nuestros hijos», exclamó Mercedes desde su asiento. Y yo aplaudí la voluntad, la entereza y el amor de estas madres que viven convencidas de que sus hijos están vivos y no muertos, como afirmó, tratando de «engatusarlas» el general Videla alguna vez. «Nuestros hijos están vivos y con ellos, nosotras».

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